Preparativos para una amenaza llamada Trump
Pepe Mujica, ex-guerrillero tupamaro y ex-presidente del Uruguay, se retiró del Senado de su país –por enfermedad inmunológica en tiempos de Covid-, con discurso muy difundido, que puedo suscribir solo en parte. Quien recibió 6 tiros y fue preso 15 años, y luego optó por la vía del diálogo institucionalizado, la política, confesó: “El odio es fuego, como el amor; pero el amor es creador, y el odio nos destruye. En mi jardín hace décadas que no cultivo el odio, porque aprendí una dura lección que me impuso la vida, que el odio termina estupidizando, nos hace perder objetividad”. Y remató: “Hemos entrando a la época digital, que no es mejor ni peor, es distinta, en la que han aparecido problemas tecnológicos capaces de predecir cómo es el carácter y cómo son esencialmente las líneas motrices de la conducta humana, por el mundo digital. El dilema de los estados y de los sistemas políticos del futuro será: ¿hasta dónde es violable la intimidad humana y hasta dónde existe la libertad? Creíamos con pasión en una definición de la libertad, y ahora la ciencia nos dice: si por libertad se entiende seguir los deseos y las inclinaciones, la libertad existe; si por libertad se entiende que somos capaces de gestar (germinar) esas inclinaciones y deseos, la libertad no existe. Problema de las nuevas generaciones”. Coincide con Yuval Harari. Disiento de ésta idea que degrada a la persona: afirma solo su materia (fenómenos físico-químicos) y niega su espíritu (conciencia, libertad, responsabilidad); a factores psico-colectivos da preeminencia, desconoce el valor propio de la existencia personal.
“Nada es privado” y “El Dilema de las Redes Sociales”, dos documentales de Netflix que mi hija María me recomendó, abordan estas amenazas a la intimidad, a la libertad y dignidad humanas que mal refiere Mujica. Uno narra las estrategias que se usaron para que un sector de “persuasibles”, en número suficiente, inclinaran la votación para que Inglaterra saliera de la Unión Europea (Brexit); y con la que después ganara Trump, con una premisa base: cualquier cambio profundo en una sociedad debe partir, primero, de dividir a la sociedad por odio, o por miedo, y luego con los pedazos restantes, volver a modelarla (¿AMLO?). Supone un bombardeo con noticias falsas. A partir de recoger nuestros datos -extensión de nuestra personalidad-, determinan que nuestras conductas son predecibles con exactitud. El mundo digital es nuestro fisgón, Big brother orwelliano, que custodia nuestros datos personales en internet, para ser explotados por empresas que los comercializan (valen más de $1 mil millones de dólares anuales). Facebook, Whatsapp, Twitter y otras, compiten por nuestra atención y almacenan nuestros datos personales en tiempo real, porque para empresas y políticos valen harto poder y dinero, y para algunos, ésta es también una zona de destrucción, infundiendo temor u odio, cuando les conviene. De ahí la relevancia, primero, de la protección de nuestros datos, como derecho humano fundamental. ¡A reconocer gobiernos y empresas que somos dueños de éstos! La perversión surgió en operaciones militares, y luego se aplicó como guerra de información en elecciones (“Derrota a la corrupta de Hillary”). Vivimos la época del poder del robar, cleptocracias digitales. Facebook y otras tuvieron el sueño de un mundo interconectado pero, sin proponérselo, hoy son “sirvientes del autoritarismo”, de derechas e izquierdas. Los gigantes digitales, hasta ahora impunes, se dejan usar para juegos con instintos de odio e ira, y de miedo. Aparte está el fenómeno de delatar o ser aplaudido en redes sociales, donde la represión a los espíritus libres es implacable, con nuevos dictadores, “respaldados por el pensamiento infantil de millones de imbéciles” (A. Pérez-Reverte “Ofendidos del mundo, uníos”) ¿Nos dejamos degradar a ser solo sujetos a fuerzas naturales, sin destino propio, personal?