Inauguran Galindo calle María Grever en Col. Jardines del Estadio
Xilitla no era la casa de Edward James, mucho menos de Leonora Carrington. Para él fue un sitio recreativo de largas temporadas; para ella, el lugar que le esperaba de vez en cuando, a menudo lleno de sorpresas.
A mediados del año pasado el gobierno de San Luis Potosí anunció el proyecto de instalación de un museo honorífico, dividido en dos foros, dedicado a la obra de Leonora Carrington, artista inglesa que formó parte del movimiento surrealista en México.
Dos recintos tendrían a bien cuidar del legado de Carrington en San Luis Potosí; el primero ubicado en el ala sur del Centro de las Artes, dentro del testigo arquitectónico a restaurar desde sus orígenes como penitenciaría. El segundo en Xilitla, con el argumento de ser éste un sitio especial donde la pintora “vivió” entrañables momentos en compañía de su amigo, el también inglés, Edward James.
De acuerdo con la versión oficial, la cual fluye de manera pública entre los funcionarios de la Secretaría de Cultura, el proyecto surgió cuando Pablo Weisz Carrington, hijo de la artista, consiguió reunirse con el gobernador Juan Manuel Carreras para pedirle una exhibición temporal del legado de su madre en San Luis Potosí, por la cercanía con el movimiento surrealista en Xilitla y por todo lo que eso significa histórica y artísticamente.
Esta petición aparentemente genuina se convertiría en un ardid político del gobierno estatal, cuyos alcances y facturas son todavía desconocidos.
La relación surrealismo-Xilitla es nebulosa. Los detalles de ese movimiento artístico en el estado, acaso desconocidos para la mayoría, fue raquítico.
Edward James ha funcionado como un mito potencialmente rentable para Xilitla. Se habla del extranjero que al llegar a aquel recóndito lugar de la huasteca potosina presenció un remolino de mariposas multicolores, “fenómeno” que “le dio una señal” para echar andar sus ambiciosos proyectos artísticos. Casual y oportunamente, tras haber recorrido distintos lugares del planeta, no encontró otro sitio del mundo donde esta historia fuera acreditada con tanta vehemencia. Señal o no, Xilitla iba bien con el movimiento surrealista de James.
En aquellos años la legalidad era un tema ajeno a las zonas rurales. Las tierras se heredaban y se vendían sin mayor trámite que el dinero, la buena voluntad y la palabra; en el mejor de los casos y si la gente sabía leer se firmaban los contratos de manera directa. Así que si hoy en día existen en México territorios donde la legalidad es desconocida, en los tiempos de Edward James los había en mayores proporciones. Con tal accesibilidad el inglés, heredero de una familia acaudalada, se hizo de los terrenos selváticos aptos para que su mitología personal terminara de edificarse en el que hoy es el lugar turístico irreprochable de Xilitla: Las Pozas.
No obstante, los testimonios de las familias xilitlenses apuntan a que el señor James no pasó una sola noche en su jardín de ensueño. “Nunca se quedó a dormir ahí, le daba miedo”, refieren historias de quienes sus ancestros convivieron con esta especie de colonizador surrealista.
Pero tampoco hay que negar el hecho de que si ese territorio no hubiese tenido la visión de aquel ojo extranjero, su proyección turística no sería la misma hoy en día. Edward James le dio el cariz artístico a esa tierra que entonces era de nadie.
El turismo en Xilitla funciona a partir de dos bastiones importantes: Las Pozas en el atractivo central y, a un nivel intelectual y culturalmente mayor, la posada El Castillo.
El proyecto artístico de James en Xilitla requería de variedad. Al entender que sus proyectos no podrían consolidarse sin que alguien más lo atestiguara, se asoció con Plutarco Gástelum, un telegrafista sonorense adicto al arte y a sus propias convicciones, que por lo regular estaban fuera del orden habitual. Las características de ambos encajaron entre sí de inmediato.
Juntos fincaron Xilitla. En 1958 Edward James elevó sus torres de fantasía entre lianas y corrientes de agua. En la década siguiente, Gástelum, también conocido como el indio Yaqui por su origen norteño, erigió su ‘castillo’, una casa habitacional de grandes dimensiones ubicada en el pueblo. En el ‘castillo’ echaría raíces con su esposa xilitlense y sus cuatro hijos. También sería el punto de reunión de los artistas más adelante, y el lugar donde Leonora Carrington dejaría un mural de poco más de dos metros de altura exclusivo para la familia.
En todo caso El Castillo y Las Pozas son edificios equisdistantes para los designios artísticos de los socios. En ambos aposentos se extendió, en una sola pero definitiva pincelada, el movimiento surrealista mundial hacia un pueblito recóndito de México.
La realidad suele ser menos épica que la historia. Hablar de un movimiento surrealista en Xilitla es hablar de las largas, muy largas vacaciones que don Edward se daba junto a sus esbirros. Existen anécdotas de viajes que duraban hasta un año, donde James asumía en serio su rol de mecenas en pleno bosque, merodeando -en una suerte de proceso artístico- con sus acompañantes. Al caer la noche, volvían a El Castillo de su amigo Plutarco para dormir, rendidos de tanto surrealismo.
Sin embargo, Edward James no invitaba a nadie. Quienes llegaban allí lo hacían por cuenta propia o por invitación del Yaqui. Fue el Yaqui quien invitó a Leonora Carrington a Xilitla.
En sus visitas a Xilitla Leonora quedó sorprendida (eso sí) del surrealismo propio del lugar, pero nunca sintió la zona como propia. No le interesaba, a diferencia de Edward, un proyecto de instalación en aquel pueblo lleno de nativos que rendían pleitesía al mayor de los extranjeros que llegara a acomodarse en su tierra.
Dicho lo anterior, ¿es San Luis Potosí el lugar donde debe descansar la obra de la artista?
Hay que decir con toda honestidad que el Museo Leonora Carrington, en sus dos versiones, es un capricho político del gobernador más que un tributo al legado de Leonora (de ser así tendría más sentido que el proyecto tuviera lugar en Ciudad de México, por ejemplo), o peor aún, un mérito a la tierra de los potosinos, que por cierto entre sus asistentes corre con insistencia la expresión de que “el gober es un apasionado de la cultura, este museo es un gran logro”.
Carreras no se lo pensó dos veces. El gobernador vio en la petición de Pablo Weisz Carrington una ambiciosa oportunidad de dejar un legado político, utilizando la marca de ‘movimiento surrealista’ que llegó al municipio de Xilitla en el siglo pasado. Como no tenía de dónde agarrarse, eligió el único mito de ese lugar que podía hacer una conexión coherente con Carrington: Edward James, el extranjero que vino a decirnos cuánto valía nuestro territorio.
En cuanto a la factura que el proyecto representa para los potosinos es todavía un acertijo. Hay muchas dudas sobre la rápida asignación del recinto en Xilitla que se eligió para instalar el museo, un espacio concebido y gestionado años atrás por el municipio para que fuera el mercado del pueblo. Hubo recursos federales etiquetados al respecto. Como en el México surrealista todo es posible, en menos de un año y de un momento a otro el gobierno estatal se las arregló para cambiarle el rumbo.