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Trump, ¡uy que miedo!
Con la festividad de Reyes Magos acabaron las fiestas de Navidad y del Nuevo Año. Tiempo en que más deseamos felicidad, y decidimos proyectos de vida. Experiencias felices y de tristeza tenemos todos, antes de filosofar sobre ello. Un perro o un canario comen, duermen y son “felices”. Les basta satisfacer sus instintos. Pero el ser humano es mucho más que dopamina, feromonas, homeostasis, hormonas y neuronas; se inventa constantemente necesidades (juguetes, libros, dinero, fama, internet, rascacielos, ir a Marte), y sigue insatisfecho: Parece nunca logra bastante; que está destinado a un progreso infinito. Aparte, tiene conciencia de su finitud y su mortalidad ¿Hasta dónde es razonable pensar que logra ser feliz más allá de satisfacer instintos? Asunto complejo, y que nunca pasa de moda.
Aristóteles postula: “todos los hombres obran por un fin, hay un fin último y único de la vida humana, que es la felicidad”, “eudaimonía”, “vivir bien y estar bien”. (Ética a Nicómaco). Al averiguar cuál es el fin propio del ser humano, fin y bien son equivalentes, intercambiables. La manera de hacer real ese bien es al elegir en libertad, y la educación para el bien humano, con acciones concretas: se expresa al elaborar proyectos de vida digna y decidir realizarlos. Hacemos proyectos en el orden del ser, del saber y del tener. Y cada cabeza es un mundo. La felicidad tiene que ver entonces con reconocer al ser humano como un ser que, por racional, puede hacer de su vida un proyecto, de su existencia un sentido, y desde su naturaleza racional, una constante perfectibilidad. Es la certidumbre con la que contamos “para no estar en el mundo a merced del azar”, como un loro. Cada mujer u hombre puede hacerse a sí mismo desde su propia acción; desde la actividad física y espiritual más excelente de la que es capaz en tanto racional, por ser estable, personal, y elegida respecto a lo que es mejor para sí y para los demás. Una “Vida humanamente lograda”, requiere el pleno ejercicio de la racionalidad, al realizar las virtudes intelectuales de la sabiduría, y las del carácter, las de la vida activa más allá del gimnasio.
Como somos seres sociales por naturaleza, “zoon politikon”, no se puede ser feliz a solas (gato o cerdo sí). Necesitamos la mejor forma de vida que en el marco de una comunidad política, polis, cada quien puede alcanzar. Al poder elegir cada uno un fin, se auto-realiza y perfecciona. En el fondo está el reconocer o no de la perfectibilidad de la naturaleza humana. Somos un auto-fin, fin en sí mismo; no medio de nada ni de nadie. Cada uno es feliz en cuanto despliega, plena y con esfuerzo, sus facultades racionales, su naturaleza especificada en pensar y amar. Las de un espíritu encarnado. Lo que supone la necesaria educación de personas y entre personas. De ahí la importancia de la formación del carácter. El hombre necesariamente tiene que decidir de qué manera quiere llevar su vida, y justo en la medida en que decida bien y con carácter, será feliz; y porque ha resuelto, de alguna manera, sus necesidades corporales.
¡El carácter no lo heredamos! Lo vemos entre hermanos. Lo hacemos cada uno; es la confluencia de cuerpo y espíritu: cuerpo espiritualizado. Los hábitos reflejan la recíproca influencia de lo biológico y lo espiritual. Es hombre bueno quien tiene dominio de sí, y con la inteligencia busca verdades, y con la voluntad apetece bienes. Autoconciencia y autodominio. Si el bien apetecido es solo el del instinto o placer (en sí bueno), no se es dueño de sí (el adicto); hay formas de poseer que en realidad son formas de ser poseído (avaros, codiciosos, “pobres niños ricos” que son sólo eso). Senda y destino natural del hombre es su felicidad.
Pasaron los Reyes Magos: ¡me dejaron monumento a Samuel Ruiz, coro, nueva sede al Conservatorio de Irapuato! Bien común. “Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar; la hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad; vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar…” (Unamuno). Sí, soñar; más allá de follar o un churro. ¡Sé feliz!