Diferencias entre un estúpido y un idiota
Las preguntas son obligadas.
¿Por qué hasta hoy, las autoridades mexicanas decidieron investigar al general Salvador Cienfuegos, luego que el gobierno de Estados Unidos lo indagó, lo llevó a prisión, para luego desechar los cargos en su contra?
¿Qué caso tiene –para el gobierno de México–, investigar a un general de cuatro estrellas, ex secretario de Sedena, a quien la justicia norteamericana encontró “no culpable”?
¿Existe un mexicano, con dos dedos de frente, convencido de que México investigará y sancionará al general Cienfuegos, luego del penoso espectáculo de la justicia mexicana como la de “El Chapito”?
¿Qué es, en realidad, lo que motivó el retiro de los cargos contra el general Cienfuegos, a la luz de la alianza electorera entre los presidentes Obrador y Trump y la victoria del candidato Biden?
¿Será que se trata de una primera decisión del presidente electo, Joe Biden, que manda decir al presidente mexicano que no avala los acuerdos y los pactos entre AMLO y Trump?
¿Qué oculta el gobierno de México, cuando a trompicones y de forma precipitada recurre a otro grosero montaje mediático, para tratar de componer una retórica justiciera que, en el fondo, no era más que una alianza político electoral entre los presidentes Obrador y Trump?
Obliga preguntar porque en el otro extremo, en el de las respuestas, está el intríngulis del caso. Sin embargo, también es cierto que con un gobierno mentiroso como el de Obrador, nunca sabremos la verdad de lo ocurrido.
Por eso, sólo queda el recurso periodístico de la hipótesis.
Y es que, por decirlo suave, resulta de risa loca todo lo que ocurre y lo que declaran el gobierno mexicano, en torno al “caso Cienfuegos”.
Sí, de risa loca que las acusaciones contra Cienfuegos –formuladas por la DEA–, hayan sido desechadas por inverosímiles y que, por ello, el general haya sido devuelto a casa.
De risa loca que el gobierno de Obrador –que nunca hizo nada contra Cienfuegos–, repentinamente decidió iniciar una indagatoria contra el ex titular de la Sedena, cuando los norteamericanos ya desecharon la causa.
De risa loca las versiones conspirativas que difundió el gobierno de México –en la prensa nacional e internacional–, sobre el retiro de los cargos al general, que incluso debieron ser desmentidas por el presidente Obrador.
De risa loca que el mayor revés internacional del presidente mexicano –su apuesta por la reelección de Trump y el sacrificio de un general y de un alto exfuncionario como García Luna–, hoy quiera ser mostrado como una victoria del gobierno de López Obrador.
De risa loca las contradicciones discursivas del presidente Obrador, quien colgó del palo más alto a Cienfuegos y a todos sus cercanos, horas después de su detención y que, al día siguiente de su regreso, lo considera un honesto militar.
De risa loca la cargada lopista –opinantes, dibujantes y politiqueros–, que santificaron la detención de Cienfuegos por parte de la DEA y que hoy, una vez retirados los cargos, acusan de corrupta a la agencia norteamericana.
De risa loca que el propio presidente Obrador, solapó y ordenó liberar a “El Chapito” Ovidio Guzmán, y hoy su canciller, Marcelo Ebrard anuncia juicio contra Salvador Cienfuegos, el secretario de la Defensa que más persiguió a “El Chapo” y a su cártel criminal.
De risa loca que el gobierno de López justifique el regreso de Cienfuegos con el argumento de que cometió los presuntos delitos en México. Si ese es el rasero, entonces deben regresar todos los criminales extraditados, sobre todo García Luna, otro chivo expiatorio.
De risa loca que el presidente Obrador hable de comprensión y respeto del gobierno de Trump a México –por retirar los cargos contra Cienfuegos–, cuando el derrotado presidente norteamericano ha sido el que más insulta a México y a los mexicanos.
Lo que no resulta de risa loca, sin embargo, es que en el otro extremo del “escándalo Cienfuegos”, está el futuro de la relación diplomática y comercial de México con Estados Unidos.
Y es que, como ayer lo dijimos aquí, todo indica que asistimos al primer “descontón” del nuevo gobierno norteamericano al presidente mexicano.
Y sí, a querer o no, la guerra diplomática entre los dos países apenas empieza. Y es que en política y, sobre todo en la política exterior, las apuestas fallidas cuestan caro.
Y sí, López Obrador pagará muy caro.
Al tiempo.