El episcopado ante el ‘segundo piso de la 4T’
El domingo despertamos con la noticia de que habían detenido a José Antonio Yépez “El Marro”. Fue gracias a una colaboración entre fuerzas federales y estatales que dio grandes frutos, por mujeres y hombres valientes, podemos decir que hoy las calles son un poco más seguras, un narcoterrorista duerme encerrado, lo que representa un poco de oxígeno para la gente de Guanajuato y de México.
Hace algunos meses fuimos a León, Guanajuato, invitados por nuestro amigo y luchador social, Augusto Coradini. El propósito era levantar la voz por el clima de violencia que se había desatado en la entidad, y no era para menos, se había convertido en la más peligrosa de México, el 15 por ciento de los homicidios del país, se cometen ahí. Lo cual es una verdadera lástima.
Guanajuato es un tren de bienestar para el país, tiene industria, tiene turismo, es un gran polo de desarrollo que empuja al país, pero no hay esfuerzo de crecimiento que pueda ante la violencia y la sinrazón del crimen.
Aún así, los empresarios, los comerciantes, los profesionistas, los artesanos, y miles de ciudadanos nos congregamos para marchar por las calles del centro de León, cada quien llevaba en pancartas lo que su corazón quería expresar, pero todos, absolutamente todos, coincidían en la exigencia de vivir en paz, con libertad, respetando el derecho de todos y procurando el bien común.
Esta marcha tuvo un sentido muy especial, porque un día antes nos invitaron a comer con un grupo de gente. Personas muy amables y hospitalarias, por cierto, aún recuerdo la “guacamaya”, una torta de chicharrón salseada, bastante sabrosa. Pero lo importante de la plática es que nos pusieron en contexto de lo que ocurría en la entidad, de cómo extrañaban una época de bonanza, nos comentaron que poco a poco eran más los desaparecidos, que los secuestros crecían, que la violencia se comía la tranquilidad a la que estaban acostumbrados.
En este marco, teníamos que salir a una conferencia de prensa organizada por un gran aliado, Juan Pablo Álvarez, con mi primo Julián y mi tío Adrián LeBarón, así que nos despedimos y en una sorpresiva reacción, nos recomendaron no ir: “acaban de agarrar a un pariente del jefe de plaza, y en cualquier momento se desata la balacera, ya se andan correteando”, confesión que nos dejó muy tristes.
Ahí entendimos que teníamos dos opciones, quedarnos resguardados en una casa donde nos atendieron de la manera más amable, o salir a la conferencia pactada. Sin dudar salimos, en parte para aprovechar que los medios nos apoyan en replicar nuestra voz y denunciar al país, que Guanajuato vivía ante el asedio criminal.
Ese día no ganó el miedo. Ni al día siguiente. Miles marcharon con nosotros, y cada paso lo guiaba la esperanza, las ansias de recuperar una época de hermosa prosperidad, en todos los sentidos, porque la gente de Guanajuato es por más cálida y honesta.
No marchamos solos, nos dimos cuenta que había halcones vigilando cada paso, policías que nos miraba con incredulidad, y gente que nos veía pasar, algunos con apatía y otros nos saludaban con miradas francas y buenos deseos.
Terminamos nuestros mensajes con una verdad ineludible, y destruyendo una frase grabada en la personalidad de los guanajuatenses; dice la canción: “Allá en mi León, Guanajuato, la vida no vale nada…” pues no, la vida, ahí y en todo México, vale un chingo y hay que defenderla.
El caso del Marro no termina con su aprehensión. ¿Qué sigue? Una profunda reconciliación para instaurar la paz, que las autoridades sigan coordinadas para evitar que grupos antagónicos tiendan sus redes de poder, darles verdaderas oportunidades a jóvenes y seguridad a las familias, el camino apenas continúa, pero dejemos claro que su detención es una buena señal.
Gracias a nuestros amigos de Guanajuato, a todos por sus atenciones. Les deseo que la paz reine y que vivan como merecen, en paz y libertad.