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SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 21 de octubre de 2019.- A veces el lugar de nacimiento no determina el verdadero origen de una persona, y es el caso de Liliana Suzette Pérez Bocanegra, quien vio la luz en la Ciudad de México, pero toda su familia es de San Luis Potosí y fue aquí donde vivió un sinfín de experiencias personales y familiares que la hacen presumir con orgullo el corazón potosino.
En México, Liliana, psicóloga de profesión, conoció a quien se convertiría en su esposo, Tsukasa, un sociólogo japonés que trabajó en un estudio sobre los niños de la calle de este país. Pero él no se quedaría en México, y al avanzar la relación de noviazgo tuvo que tomar la determinación que cambiaría su vida: irse a vivir a Japón, donde su prometido era dueño de una escuela de preescolar.
Antes de irse a radicar al país del Sol Naciente, tuvo un acercamiento en un periodo vacacional durante 2008. La chica de corazón potosino quedó fascinada con la cultura oriental, y ya en 2010 se mudó definitivamente a Japón.
SUPERAR UN TSUNAMI
Una de las situaciones que más destaca en la historia de Liliana Suzette, es que en 2011 planeó su boda con Tsukasa, y justo en las vísperas de la unión legal de la pareja, en Japón se registró el terremoto y tsunami de la costa del Pacífico en la región de Tōhoku, también conocido como el Gran Terremoto de Japón Oriental del 11 de marzo, el cual devastó gran parte de la región, incluyendo la casa en la que vivirían.
Sin embargó, ni el terremoto de magnitud 9.0 que lanzó olas de más de 40 metros pudo destruir los planes de Liliana Suzette y su familia, aunque perdieron parte de su patrimonio, decidieron quedarse en Japón para empezar de nuevo. Fue una bendición que el kínder de Tsukasa sobrevivió al monstruoso fenómeno natural, y con mucho esfuerzo y trabajo, reiniciaron su vida y patrimonio.
NO CUALQUIERA TRIUNFA EN JAPÓN
Liliana apoya a su marido como asistente educativa en el kínder desde entonces. Tiene la fortuna de desempeñar esa labor porque el ámbito profesional en Japón es muy exigente y competitivo.
Para ejercer una carrera profesional allá, las empresas piden contar como mínimo con una maestría y una especialización, además de dominar el idioma. Por eso la mayoría de los extranjeros se dedica al comercio informal, a la obra de construcción, en fábricas o servicios como meseros, cocineros, entre otras labores.
Liliana subrayó que la adaptación a la cultura y sobre todo al lenguaje japonés no ha sido sencillo.
“Al principio sólo me comunicaba con personas que hablan inglés, porque del idioma de Japón sólo aprendí cosas muy básicas al principio, pero con el tiempo y con paciencia me he ido adaptando, además fue obligado porque tras el tsunami la mayoría de los extranjeros se fueron y en la comunidad quedaron únicamente japoneses”, compartió.
MANTIENE SU MEXICANIDAD
Después de casi una década de vivir en el otro extremo del mundo, Liliana mantiene sus raíces mexicanas, y particularmente las potosinas. En casa se habla en mayor medida en español, para que sus hijas, Iza de seis años y Gina, de tres, crezcan con una parte de México en ellas. Su esposo Tsukasa la apoya mucho en ese sentido, porque es un enamorado de la cultura mexicana.
“A las niñas les ha costado un poco de trabajo adoptar el español porque conviven demasiado con el resto de los niños japoneses, pero en la medida de lo posible tratamos de inculcarles y de compartir además con el resto de la comunidad las costumbres mexicanas: el Día de Muertos colocamos las ofrendas, por ejemplo, y son tradiciones que aquí llaman mucho la atención”, presumió.