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SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 17 de mayo de 2019.- Jesús Ortega García es un trabajador jubilado que laboró en Ferrocarriles Nacionales de México (FNM) durante 35 años; su vida se traduce a la estadía en la estación, ya que incluso nació en el patio de una, en enero de 1939.
Proviene de una familia de ferrocarrileros, sus padres, así como sus familiares habían trabajado en el mundo de los trenes y la casa de su niñez se ubicaba dentro de la estación, “siempre quise ser ferrocarrilero porque era lo que se usaba, me gustaba mucho. Nacimos entre las máquinas, íbamos a los talleres a jugar y hacíamos travesuras entre las maquinas hasta que nos correteaban los vigilantes”.
Comenzó a trabajar en la estación a sus 18 años, era marzo de 1957. Recuerda como tres meses después se despidió a la última máquina de vapor para utilizar por completo máquinas de diésel, “empieza uno desde abajo: barrer, trapear las oficinas y andar de mandadero en un departamento a otro, se le llamaba auxiliar extra, pero la raza, la palomilla, les decía mariachis”.
Después llegó al almacén de concentración en donde llegaban las refacciones para los trenes desde Estados Unidos; paso a ser ayudante simple, ayudante mecánico, suelda especial, mecánico de primera, mecánico de segunda, hasta ser mecánico de suelda especial.
Con el ferrocarril, don Chuy logró sacar adelante a su esposa y sus nueve hijos, quienes hicieron sus respectivas carreras lejos del mundo de su padre.
Luego llegó el momento del cierre de la estación en 1994, aunque don Chuy y todos los demás trabajadores ya presentía el final del lugar que había estado presentes durante toda su vida, “empezó desde 1975 porque yo veía que ya no llegaban cajas de Estado Unidos, no llegaban refacciones. Dije, ‘ahora qué va a pasar si no mandan refacciones’, no sabíamos que pasaba”.
“Lloré el día que me dijeron que era mi último día, la empresa preparó un retiro voluntario en 1992 y yo me desmoralicé mucho. Dije, ‘esto ya se acabó’, fui a apuntarme, pero como yo tenía 35 años de servicio, me dijeron que no porque era para las personas que tenían menos de 30 años de servicio”, recordó.
Para don Chuy era un orgullo trabajar en el ferrocarril debido a su convicción de que era el taller número uno en América Latina, ahora observa el lugar que lo vio nacer y vivir durante 35 años convertido en un museo, que incluso le trae a la memoria los pasillos por los que caminaba, “tengo muy bonitos recuerdos, porque era a donde nos traían desde chiquillos (…) si naciera de nuevo, volvería a ser ferrocarrilero”.