Reabre sus puertas Notre Dame después de incendio hace 5 años
CIUDAD VALLES, SLP., 7 de julio de 2020.- Las lluvias han convertido la continuación del camino en una zona fangosa, y más adelante el viento derribó un árbol que obstruye el paso, de cualquier forma, seguir derecho ya no es opción porque una alambrada aparece como señal de que estamos llegando a propiedad particular; así que no hay de otra, internarse en las aguas del río “Valles” para continuar por toda la orilla, aunque más adelante, cuando la profundidad nos obliga a salir, la “mala mujer” nos recibe con su hojas llenas de espinas.
El agua fresca nos sirve para atenuar un poco el ardor, pero será apenas la menor de nuestras confrontaciones con la naturaleza, porque enseguida deberemos aplicar toda la pericia para sortear un barranco de más de dos metros, internarnos entre los bambúes donde sus espinas amenazan con traspasar el calzado, zafarnos de las “uñas de gato” que desgarran la piel de los brazos, y sacudirnos las telarañas cuando cruzamos por entre una colonia de arácnidos.
Esas son solo algunas de las vicisitudes que implica asumir el reto de descubrir qué hay más allá de la famosa Ecovía, hacia el norte, superando la ruta conocida y -cada vez más- transitada, que puede comenzar en el Parque Tantocob, el Parque Colosio, o el puente sobre el río en la carretera federal 70 (Valles-Rioverde) y terminar en la zona bautizada como El Remolino, cerca de la colonia Florida; pero una vez que se acaba el camino trazado hay que abrir el propio: La meta es llegar hasta la colonia Santa Rosa.
Por supuesto que no todos son desafíos con incomodidad: A ratos podemos salir al claro y avanzar entre terracería, cuidando –eso sí- que entre la densa maleza no tengamos un desafortunado encuentro con alguna serpiente, pero la recompensa la da el olor a vegetación y su sabor a campo, con los colores de sus florecillas silvestres, y por supuesto, la sinfonía que representan grillos y cigarras, mezclados con cánticos y graznidos de muchas aves de diversas especies.
Luego hay que volver al agua, para mantener el respeto ante los letreros enormes de “Propiedad Privada”, en el comienzo de algunas tierras cultivadas con caña y maíz. Mientras jugamos vencidas con la fuerte corriente y procuramos no resbalar por la lama encima de las grandes lajas, miramos hacia la orilla y recordamos los años pasados, cuando la misma área que ahora forma parte de la funcional Ecovía, estaba en condiciones parecidas.
Luego, lo que parecía un simple disparate de gobierno se transformó en desmontes y el paso de máquinas emparejando, vaciaron relleno en los costados del río, y fue habilitado un sendero que ahora se transita cómodamente bajo la sombra de los árboles: En bicicleta; o a pie, caminando o trotando; solo, acompañado de la familia o de la mascota; al amanecer cuando el sol aparece, o por la tarde, cuando se oculta.
Con ese anhelo en mente superamos el obstáculo del caudal, los abedules que aprisionan y que apenas nos dejan salir para tendernos en la sombra de unos sabinos, reposando la esforzada andanza –literalmente “todo terreno”- de seis kilómetros, que casi hemos concluido. Enfrente de nosotros los enormes barrancales de “Santa Rosa” nos avisan que el objetivo del enorme puente, frente al campo del fraccionamiento “Praderas del Río”, se encuentra próximo.
Sin embargo, entendemos que la travesía no se compara con la dificultad que representará, en tiempos de pandemia, reservar un poco de recurso oficial para darle continuidad a la Ecovía, y que un día –en un futuro cercano- podamos recorrer de nuevo el mismo tramo, pero ya en condiciones óptimas. Esperaremos que nuestra ilusión no se derrumbe como la gravilla que de repente se precipita desde la ladera, y con sobresalto nos hace reiniciar el camino hasta el final.