Reabre sus puertas Notre Dame después de incendio hace 5 años
SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 29 de diciembre de 2019.- “Hágase a un lado, porque si me lastima no quiero lastimarlo también”, expresa amenazante un hombre de mirada adusta, mientras se abre paso sin amabilidad alguna. Don Ramón Tenorio solamente lo escucha y se aparta un poco, en la parte delantera del pasillo de la unidad 63 que cubre la ruta a El Carmen. Pareciera acostumbrado a los desplantes, no solamente de los pasajeros sino también de los choferes, quienes –de entrada- le cobran.
“Me subo (…) a fuerza, pero ellos de su voluntad no me suben, pueden subir a otro cantante o a cualquiera que se suba a pedir con buena voluntad, pero a mí no”.
-¿Porque es invidente?
“Una, porque soy invidente y otra, porque no les agrada (…) el tipo de música o de canto que traigo”.
– ¿Le han hecho alguna grosería?
“Sí, mal trato, mal modo”.
El hombre de vestimenta humilde recarga su delgada humanidad en el asiento de plástico y mientras se equilibra un poco con el balanceo del autobús urbano, saca de su camisa arrugada una vieja armónica con la que empieza a entonar ritmos suaves, poco comunes en un catálogo musical actual, pero cada vez más recurrentes en una rutina que ya cumple más de una década, desde que decidió cantarle a Jesús: primero por obligación y después por devoción.
“Mi interés primero es llevar el mensaje del Evangelio (…), que la gente sepa que hay un Cristo, un Dios lleno de amor, que no escatimó ni su propia vida para salvar a todo aquel que se acerque a él, y lo demás lo dejo a la voluntad de ellos, que me ayuden, y ya con lo que ellos me den pago mi pasaje, y ya de ahí pago mi comida”.
– ¿Cuánto puede llegar a sacar en un día?
“60 pesos”.
– ¿Y le alcanza?
“Pues no, ahí estoy con mi mamá y unos familiares, y ya pues en la tarde ellos me dan una tortilla, pero son 60 o 70, a lo más 100 pesos”.
– ¿Y la jornada de trabajo?
“Salgo de las 11 de la mañana hasta las 5 de la tarde”.
– ¿Aunque llueva, haga frío o calor, todos los días?
“Sí, porque es la consigna en Dios”.
COMBATE LA MISERIA
Más allá de la falta de cortesía de la gente, al hombre de 69 años de edad, lo que realmente le lacera el alma es la ausencia de amor que –como ha sido en este caso- demuestra la gente cotidianamente hacia su prójimo; por eso un día, después de resignarse por el abandono de su familia, de liberarse de las garras del alcohol y de acostumbrarse a la oscuridad, decidió que en lugar de seguir lamentando la pobreza económica que lo acompaña desde niño, iba a combatir la otra miseria: la del espíritu.
“Tengo 30 años en el Evangelio”.
– ¿Por alguna razón en especial?
“Fui alcohólico perdido (…) y de ahí un día una muchacha que es conocida mía me llevó al templo (…) y desde entonces le sirvo a Cristo”.
– ¿Entonces es un ejemplo de que la fe ayuda a salir del alcohol?
“Sí, sí se puede (…), pero no por sus propias fuerzas; yo porque eché mano del poder divino de Cristo, (y) cuando Cristo viene a nuestras vidas, él cambia la vida, porque es muy poderoso. Yo he sido muy maltratado desde niño, crecí en la vil pobreza (…) con un pantaloncito desgarrado (…), éramos nueve hijos de mi papá (…) no le alcanzaba para nada, yo no tuve escuela, yo en las nocturnas que se abrieron ahí estudié (…), aprendí a leer y a escribir.
“Para comer batallábamos, teníamos que ir a juntar desperdicio (…) del mercado. A los 14 años conocí los zapatos nuevos, pero ya porque yo trabajaba; entré a la panadería, 55 años duré (…) hasta que se me acabó la vista (…). Mi especialidad fue el pan español (…) que no lo hay en la ciudad (…), lo conocí en Veracruz (…) (en) una panificadora mucho muy grande, (pero) ya me vine porque la vista me estaba fallando (…), me regresé a Tampico y de Tampico aquí”.
– ¿Por qué perdió la vista?
“Fui operado de cataratas en el Seguro (…), quedé mal, me dio (…) glaucoma”.
– ¿En uno sí ve?
“No, nada, es que se seca el nervio”.
– ¿Familia e hijos que le apoyen?
“Tengo hijos, pero están en Tampico (…), la mamá se los llevó muy chiquillos y yo dejé de verlos más de 20 años, hasta que ella murió, que me mandó hablar para que la perdonara; entonces me reconcilié con ellos, pero (…) me ven como cualquiera”.
CANTO ENTRE INDIFERENCIA
Separa alternadamente el vetusto instrumento de su dentadura -en la que asoman algunos vacíos dentales- para dejar escuchar su voz enronquecida, y los exhortos entonados de amarse los unos a los otros. Algunos lo siguen atentos, mientras esperan llegar a su destino; otros lo ignoran y mantienen sus pulgares saltando de una tecla a otra, en el “touch” del teléfono celular, tal vez para atenuar su indiferencia cuando don Ramón pase a pedirles la consabida moneda.
Pero no es la poca caridad de los usuarios lo que resalta en ese andar, ni siquiera la recurrencia del amargado pasajero que al grito de “cuidado voy a bajar” se “despide” con un empellón, en la parada del ISSSTE. Lo sorprendente en verdad es la pericia adquirida en estas dos décadas de invidencia por el peculiar cantante, que le hacen reconocer a través de ruidos, del brinco de baches y topes, y de los ascensos y descensos del vehículo, los sitios exactos donde se encuentra.
-¿Se va a quedar aquí?, le preguntamos.
“No, en la otra rampa de los taxis, todavía faltan dos cuadras”. Y con su bastón se abre paso, planea e intuye que no haya personas cerca, sitúa los pasamanos y barandales, los escalones, y baja despacio; seguramente en la negrura de su visión, imagina la calle pavimentada de aquel fraccionamiento, calcula la cercanía de la banqueta, y sube a ella, con el reportero detrás para proseguir la entrevista, dentro de la que no pueden faltar las anécdotas, no siempre muy agradables, sobre todo con aquellos que no congenian con su peculiar predicación.
“Un día me reclamó un fulano: ¿Por qué anda diciendo que hay un Dios? Es pura mentira… No señor (le respondí), Dios existe, todos lo sabemos. Y me respondió: ‘Mire, si yo lo vuelvo a ver predicando, y cantando en los autobuses lo voy a matar’… Entonces le contesté: ‘Seguramente tú fuiste el que me diste la vida, el que me dio la vida es Dios, y él es el único que puede (…) quitarme la vida (…)’. Nunca más lo volví a ver.
“Otra vez en la (terminal) Eco Grande iba yo cantando (…) predicando, y se para uno y me dice: ‘Oiga, usted vale para pura ch… $%&’, me dijo así con maldiciones y le dije: ‘Aplácate Satanás, tú no tienes parte ni suerte en el reino de Dios…’. ‘Cállese la boca’, me contestó, y me mentaba la madre, y le seguí hablando y diciendo: ‘Porque Cristo también te ama a pesar de todo eso (…). ‘Que te calles el hocico, jijo de toda tu…’, respondió”. Y entonces le dice al chofer (…), desesperado: ‘Bájame aquí’”.
LA UNIDAD 63
Pero don Ramón entiende a la perfección esas discrepancias, a veces radicales, con una serenidad ideal para cristalizar su sueño de profesión no realizada, “me habría gustado ser filósofo”, confiesa. Nacido y criado en Valles, radica en la colonia Emiliano Zapata, por el rumbo de la Secundaria 3, pero se desplaza por toda la ciudad: “La mejor ruta es Santa Rosa, Consuelo (…), los Infonavit, los Lázaro (…), son los que más gente llevan (…) y ahí es donde me va un poco mejor”.
Para cruzar la calle, don Ramón ubica el ruido de los motores, “pero más seguro, hago esto” y luego levanta en su diestra el bastón, en un ángulo de 90 grados; por si acaso, ayudamos a pasarlo del otro lado de la transitada avenida Frontera. “En unos 20 metros está el parador, y el camión ya viene, en una cuadra”, indicamos. Agradece y mete su mano arrugada en la bolsa del pantalón para extraer el dinero; hace la parada, escucha el freno, y sube despacio, al mismo transporte 63, coincidentemente.
UN GUERRERO
Lo que no resulta para nada casual, es encontrar al hombre por las calles de la ciudad y abordando los camiones de pasajeros, porque don Ramón Tenorio Guerrero le hace honor a su segundo apellido y convirtió ese entorno en su peculiar centro de trabajo, pero sobre todo en su ambiente de plegarias musicales. Tampoco es raro su pregón de amor y el canto de esperanza, que se ha vuelto su andar, su rutina, pero esencialmente una labor cotidiana, y su misión permanente de fe.