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AQUISMÓN, SLP., 25 de diciembre de 2019.- Mirar la cumbre de la montaña de Aquismón desde lo lejos -por la carretera nacional 85 o en la zona de Tancuime- con su oquedad invitando a descubrir qué hay más allá, y sus historias de rituales, nahuales y tesoros, vuelven tentadora la expedición, aunque haya que subir cada vez más, por un sendero que pone a prueba la condición física y la resistencia.
Virando en Pajamtzén rumbo al oeste, primero por terracería en camioneta –un kilómetro- y después a caminar entre platanales y plantas de “papatla”, serpenteando en medio de cultivos de maíz y sembradíos de calabaza y frijol. Descansando de vez en cuando para ir de a poco admirando el paisaje desde lo alto, hasta llegar a la colindancia de La Eureka con Tancuime; luego continuar.
LA PILA
Sortear la escarpada en la última parte y abrirse paso a punta de machete, hace que la expedición se extienda a 90 minutos. Pero ahí está ya enfrente la escalera rústica para ingresar al interior de la caverna: La pila es el primer punto, con sus cámaras llenas de formaciones caprichosas, algunas de las cuales tienen connotaciones de tipo religioso para algunos pobladores cercanos.
Una de ellas -extendida horizontalmente en el suelo- está llena de residuos de cera, como recordando que el sitio “es sagrado” (así se lee en un letrero restrictivo a la entrada) y se utiliza para rituales diversos, desde sanaciones hasta embrujos; aunque lo inobjetable es la tranquilidad y la frescura del lugar, que siempre se agradecen después de la extenuante caminata.
Todavía en el risco interior más alto –unos cinco metros- casi escondido entre las formaciones caprichosas, el recipiente natural da nombre al lugar. Es una pila alargada, de un metro por 50 centímetros, formada entre la piedra, llena de agua tan cristalina que se vuelve imperceptible para las cámaras fotográficas y de video; parece salir de la nada, y se mantiene helada.
Las historias de los lugareños asocian a este lecho con bautismos muy sui-géneris: Cuentan que los hombres de la comarca que tienen el poder de convertirse en nahuales (para transformarse en algún animal) y quieren heredar ese don a sus descendientes, los llevan a muy temprana edad a ese depósito natural de agua para bautizarlos.
CERRO PARTIDO
Pero la aventura en las elevaciones de Tancuime apenas empieza: Bajando los resbalosos riscos hay manera de salir de la cueva La pila por el extremo opuesto por donde se entra, para luego ascender, pegados a la sierra -y buscando siempre de donde asirse- rodear la peña en lo alto, y así llegar a otro espectáculo sin igual: El cerro partido.
Ahí, la cordillera se divide en dos y se separa por un estrecho espacio –formado de manera natural- donde la luz que se filtra permite adivinar la profundidad del singular cañón: Fácilmente supera los 100 metros.
LA VENTANA
Es momento de regresar, para ir ahora hacia otro capricho de la naturaleza. Tras pasar de nuevo por los senderos rocosos de La pila, ahora se baja por la escalerilla y retoma el andar, a veces casi en cuclillas, entre sembradíos de palmilla y solitarias plantas de café; no pasan muchos metros cuando empieza la pendiente, y luego entre el follaje verde empieza a vislumbrarse La ventana.
La luminosidad y el aire se filtran por el oriente a través del hueco, que desde la ruta México-Laredo o las localidades cercanas apenas se vislumbra, perdido en la cresta, pero que estando ahí, se observa de cinco metros de ancho por ocho de altura.
La vista resulta incomparable: Hacia el norte el hotel del Crucero de Aquismón, y el montículo de la comunidad La cuesta (Tancanhuitz). Más al centro, Tancuime con sus galeras, su plaza y su juzgado. En el sur, la carretera nacional más allá de Santa Bárbara. Y en el este, el Crucero de Xolol, con su penal, su gasolinera y el eje carretero hacia la cabecera de Tancanhuitz.
Más allá de lo tangible, la ventana tiene su propia leyenda detrás: Cuentan los antiguos de un ser maligno en tiempos remotos, que desde esa cueva hacía valer su maldición sobre la comarca, impidiendo la sobrevivencia de los nuevos varones; habitantes de los rumbos, le habrían lanzado flechas desde el este, y una de ellas dio en la sierra, generando el enorme boquete.
LOS MURCIÉLAGOS
El último punto es la Cueva de los murciélagos, que hace honor a su nombre con quirópteros que se precipitan desde las paredes, levantadas casi verticalmente, hasta una altura de 20 metros, en cuya cúspide se aprecia una abertura de unos cinco metros de diámetro, por la que se cuelan unos rayos de sol, y por momentos recuerda a la cueva Luz de sol de Mantezulel.
Todavía hay más que admirar en su interior, con singulares formaciones en la gran cámara principal, que se abre a lo largo de 30 metros y la luz se proyecta desde el exterior, iluminándola para maravillarse con su majestuosidad.