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CIUDAD VALLES, SLP., 17 de agosto de 2020.- Don Tomás Hernández Martínez no carga teléfono “inteligente”; a sus 63 años mucho menos tiene Facebook o Whats App, así que cuando le hablamos de redes sociales siente que charlamos sobre algo desconocido, y prefiere ampararse en una sonrisa amable que se adivina a juzgar por su mirada, pues la boca no se le mira, cubierta con su K95 blanco.
LA VENTA RÉCORD
Él solo sabe que –de repente y de la nada- al final de su jornada laboral del 15 de agosto, filas de clientes empezaron a crecer frente al modesto carro de helados que lo ha acompañado los últimos 45 años, y por primera vez en su vida, algunos se quedaron sin el ansiado producto, porque se le terminó en tiempo récord. Como tampoco conoce de publicaciones “virales”, se limita a su fe, y define esa noche como “una bendición de Dios”.
Todo comenzó cuando una publicación lo mostró expendiendo en la zona circundante al cinema, y en ella se manifestaba la preocupación de un eventual contagio de Covid-19 en la humanidad del vendedor, ante lo cual sugirieron a la población acudir a comprarle; así terminaría pronto la venta y podría retirarse a casa para resguardarse. La respuesta fue inmediata e inaudita, y a los pocos minutos el propósito quedó cumplido.
CONVOCADO POR SUS CLIENTES
Un día después del peculiar acontecimiento, y mientras los comentarios favorables a la par con las réplicas positivas inundan el mundo virtual, don Andrés está de nuevo en el sector que ha recorrido durante los últimos dos meses, con sus paletas, nieves, sándwiches, y rompopes a quince pesos, y donde fue convocado por la misma clientela un día anterior; “me dijeron que viniera y aquí estoy”, revela.
En los pocos minutos que dura la entrevista, al menos media decena de personas pasaron ya por su mercancía, en vehículos y también a pie, otros se limitan a saludarlo de lejos mientras transitan por el bulevar México-Laredo. Ésta vez el hombre que ha entregado casi medio siglo de su existencia a comercializar helados de manera ambulante se ubicó frente a la farmacia.
“TENGO QUE TRABAJAR”
Sale cotidianamente desde la colonia “Santa Lucía” –al norponiente de la ciudad- para buscar el sustento de los cuatro miembros de su familia, “dicen que no salga uno, pero tengo hambre, tengo que salir”, explica. Luego presume una fortaleza que le permite desplazarse a pie hasta la zona indígena, vendiendo en “La lima” y “Ojo de agua”, y una salud que lo ha protegido por más de seis décadas, “gracias a Dios ahorita no me he enfermado”.
La tarde se convierte en noche y un semáforo pasa de rojo a naranja, don Andrés tampoco entiende mucho de colores en contingencias sanitarias ni de pandemias. Con el cubre bocas encima, se limita a lo suyo, en lo que es experto, y ahora también conocido. “Ni siquiera pensaba (pero) estuve a gusto”, revela todavía sorprendido por el fenómeno del cual resultó protagonista; se le nota sorprendido, pero contento y también agradecido.