Muere una joven en Tamaulipas tras fuerte ataque de tos
CIUDAD VALLES, S.L.P.- Varios diplomas cuelgan de la pared de su consultorio en la avenida “Secundaria”, al sur de la ciudad; todos son de 1995 a la fecha, es decir, podrían no haber existido si el destino hubiese variado un poco su curso aquel 2 de noviembre de 1988. Tampoco estaría el personaje de esta historia: Adrián García Roldán.
Solo el balanceo de su andar queda como amargo recuerdo del accidente al amanecer de ese miércoles, cuando la fatalidad enturbió el entusiasmo del entrenamiento matinal de un grupo de atletas vallenses, cuando después de competir en el medio maratón del CBTIS 46, se preparaban para realizar un buen papel en una carrera a celebrarse en Mc Allen, Texas.
Tenía cuatro años de ejercer su carrera como médico, tras recibirse en la Universidad Nacional Autónoma de México, de la capital del país. Había llegado a Valles para realizar aquí su servicio social y al paso del tiempo su cuota de amigos era considerable; entre ellos estaban las otras protagonistas de la tragedia: Elia García de Alvarado y Hortensia Salazar de Rodríguez.
García Roldán sostenía la teoría que a los atletas de alto rendimiento –como lo era en ese entonces- se les desarrollan ciertas capacidades premonitorias a consecuencia de la enorme cantidad de endorfinas que desencadenan; ello les genera una gran sensibilidad y pueden llegar a presentir acontecimientos futuros. Así le ocurrió unos días antes del fatal suceso.
A mí me sucedió en esa ocasión como unos 15 o 20 días antes del accidente; durmiendo yo por la noche vi una calavera y pensé que era yo, era un sueño, no tenía forma, sólo sabía que ese era yo; como a los 15 días me intoxiqué con unos camarones, llegué a la clínica San José donde fui atendido y pensé que seguramente (de eso) se trataba mi sueño”.
Pero no fue así, a sus 32 años de edad, la vida le reservaba una experiencia más cruda. Ese 2 de noviembre se levantó como habitualmente lo hacía, a las 5 de la mañana para reunirse con el resto de los compañeros en la Glorieta Hidalgo: “Nos tocaban 50 minutos de cuestas, las cuales las hicimos de la Glorieta hasta lo que es el Seminario, bajamos a Lomas del Yuejat, luego al Infonavit 2 para completarlos”.
“Ya cuando vimos que estaban dando los 50 minutos empezamos a bajar, y (…) encontrándonos en la entrada de Valle Alto, (ellas) me dijeron que las jalara (correr delante más de prisa), y empecé a correr más rápidamente para irlas jalando. No nos dimos cuenta de que venía el camión, porque veníamos a obscuras todavía, eran casi las 6 y media de la mañana”.
“Supuestamente la persona (el chofer) dice que venía tocando el claxon, no lo oímos y no lo vimos; en el momento en que se presentó el impacto yo brinqué porque lo vi de reojo y me elevó. No me di cuenta exactamente porque caí en un shock, caí de cabeza y tuve una conmoción cerebral (…), ya no hubo manera de verlas, hasta (…) seis meses después del accidente me dijeron que habían fallecido”.
Y así, de pronto se encontró de frente a esa nueva realidad de muerte y tragedia. Por la mente de Adrián García parecían revivirse a pausas los destellos de ese amanecer, con las piedras que traía el camión, cayendo encima de su humanidad, muy lejanos los gritos de dolor de sus compañeras, y luego un ensordecimiento extraño, como en una pesadilla.
“Afortunadamente siempre he sido una persona fuerte y pensé que era como todo, algunos estamos hoy y mañana quien sabe, eran buenas personas, buenas amigas, de conocerlas tenía 6 o 7 años; habíamos corrido juntos, dos veces al año en carreras de 15 y 16 kilómetros, y cuando íbamos a Mc Allen eran de 10 millas. Tuvimos mucha convivencia y una muy buena amistad”.
“Traumas de este tipo (…) pueden originar algunas frustraciones, afortunadamente tengo el conocimiento de cómo salir adelante, (…) de hecho cuando se tuvo el accidente pensé que ya no era necesario regresar a Valles, (…) pero dije ¿Porqué no? Si son incidentes que a cualquiera le pueden pasar y me tocó a mí en este caso, de hecho lo que hice también fue volver a correr por ese lugar”.
Como anécdota añadida a la tragedia, el artista Fernando Domínguez García acostumbraba correr con Elia García, Hortensia Salazar y Adrián García; tenía tanta condición física como ellos y lo hacía al mismo paso. Así era el plan de entrenar esa mañana, hasta que el diputado Fructuoso López Cárdenas le telefoneó para pedirle de urgencia un oficio con relación a la gestión del rescate ecológico de “Tanchipa”.
Con esa modificación en la agenda, antes de subir rumbo al “Infonavit 2”, Domínguez García se despidió de los atletas y viró –en el entronque de bulevares- hacia su izquierda para tomar por el ahora bulevar “Lázaro Cárdenas” y la avenida “Pedro Antonio Santos”, hasta llegar frente a la plaza, donde estaba la oficina de la corresponsalía del periódico “Sol de San Luis” de la cual era jefe.
Más tarde –estando ahí- el profesor se enteraría de la tragedia, de la que no formó parte por esa casualidad de la vida. Con ese 2 de noviembre de 1988 prácticamente se inició la historia trágica de la pendiente del “Puente Negro”, que en las últimas tres décadas ha enlutado muchos hogares, y hasta la fecha las autoridades se mantienen omisos en resolver el enorme peligro.