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CIUDAD VALLES, SLP., 11 de agosto de 2020.- Florencio Robledo Rodríguez cumple este miércoles 12 nueve años de su fallecimiento, pero prevalece su ejemplo de trabajo, pues se sobrepuso a la discapacidad física para primero ser un buen estudiante y después dedicarse a la que fue su única labor: Encargado del módulo del Correo del Libro en la plaza principal.
Nació el 23 de febrero de 1962 en 16 de septiembre y Lázaro Cárdenas de la colonia La Diana, desde donde -en la década de los setentas- salía a bordo de una silla de ruedas empujada por su madre Quirina Rodríguez, para llevarlo a estudiar a la Secundaria para Trabajadores, la que terminó con un promedio de 9.
Ingresó después al Instituto Alfa para cursar la carrera de Contador Privado, de donde egresó para atender su legendario lugar de trabajo, desde la administración municipal de Miguel Romero Ruiz Esparza, a finales de la década de los ochentas.
Junto con el Correo del libro, Florencio se convirtió en un ícono de la cultura en Ciudad Valles, pero como pasa la mayoría de las veces con quienes forman parte de éste ámbito, desde el punto de vista gubernamental ambos eran una especie de sinónimo del olvido.
Primero hicieron su aparición en pleno centro de la plaza principal, pero el siguiente alcalde -Antonio Esper Bujaidar- bajo el argumento de que obstruía el desagüe en unas rejillas cercanas, lo mandó a la esquina de las calles Morelos y Escontría.
Cuando el dueño del terreno que ocupaba reclamó su posesión, fueron a dar al cruce de Pedro Antonio Santos y Escontría, a una zona plagada de dipsómanos, suripantas y enamorados que jamás se ocuparon de Julio Verne, Gabriel García Márquez o por lo menos de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.
Ahí se volvieron más solitarios aún los Cien años de soledad, nadie escuchó Un grito desesperado, no aparecieron los autodidactas que trataran de aprender las técnicas que ofrecían aquellos ejemplares, y los estudiantes que buscaban los exclusivos libros de Preparatoria Abierta acudían muy de vez en cuando.
Allá se pasó nueve años el módulo con Florencio dentro. La rutina de siempre: El andar pausado semana tras semana de aquella diminuta y encorvada figura, de un joven que se hizo hombre y cuando llegaba ya a los 40 años, despertó con la buena noticia de que el entonces alcalde Juan José Ortiz lo regresaba a la plaza.
Así retornó el Correo del Libro al Jardín Hidalgo, pero el entusiasmo no duró mucho, porque el anuncio de pintura y brocha que su encargado tanto anheló para rehabilitar el lugar, se diluyó de nuevo en el tiempo, y todo quedó en promesas.
Sí en cambio hubo más polvo, más basura alrededor, y esos atrevidos pájaros que no respetaban nada y llenaban de excremento la acumulación interior de sabiduría. Dentro de aquel espacio, apenas unos anaqueles de madera eran el último recuerdo de las autoridades locales.
Ahí se apilaron libros que en sus etiquetas naranjas mostraban un precio más barato que en las librerías, pero aun así aquella fisonomía de abandono siguió alejando a los clientes que no se interesaban mucho en más de medio millar de volúmenes, algunos que no se encontraban en otra parte.
Atenuando con un vetusto ventilador el calor del reducido cubículo, entre novelas, tratados, cuentos, cursos, historietas, y hasta recetas de Karen Lara para el amor, Florencio pasó toda su vida, coleccionando sólo las esperanzas de que algún funcionario se acordara de la importancia cultural del módulo.
El 12 de agosto de 2011 casi cumplía un cuarto de siglo en su tarea, entonces las muletas dejaron de reposar para siempre bajo los brazos de Florencio Robledo Rodríguez, quien víctima de una deficiencia pulmonar murió esa madrugada, cuando tenía 49 años.