Protestan rapartidores de Uber y Rappi en SLP
SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 22 de marzo 2021.- A mediados del siglo XIX la Huasteca Potosina era una región selvática con comunidades indígenas encaramadas en las cumbres y la profundidad de la selva que constituía la Sierra Madre Oriental, aisladas entre sí.
Todas eran poblados miserables que languidecían en medio del hambre y las enfermedades que mareaban lo mismo a niños que a los adultos.
En ese escenario se desarrolla la historia de horror incubada en la desesperación de la gente por encontrar la forma de sobrevivir, combinado con el universo de creencias como la hechicería y conductas desequilibradas son más orden que las costumbres, pero sin leyes.
En un día de abril, los caciques de comunidades y pueblos de las etnias náhuatl y tenek de la serranía se reunieron para buscar la forma de llegar con el gobierno de la república y pedir ayuda para la poca gente de las aldeas. Tras deliberar por varias horas, acordaron enviar una misión de tres personas que tendrían que caminar por lugares sin camino cruzar selvas, montañas, abismos y ríos guiados por el sol y los astros para dirigirse a la capital mexicana.
Sin embargo, de esa primera misión jamás se supone nada, los hombres nunca regresaron y tras esperar varios meses la gente se convenció de que posiblemente habrían muerto.
Volvieron a reunirse en octubre y solicitaron voluntarios para una nueva expedición aceptando la encomienda Bernardino, José Trinidad y Agustín.
El día de la salida cargaron costales con polvo de maíz revuelto con piloncillo conocido como pinole, hojas de tepehua y frutos de ojite o árbol del pan así como maquetas de pilón, chile de monte y maíz molido así como guajes con agua y atole. Partieron a las 4 de la mañana rumbo al sur confiando solamente en las señales naturales para llegar a su destino.
Caminaron durante días y noches sorteando mil peligros como serpientes venenosas, jaguares, pumas y otros animales; cruzaron caudalosos ríos y se internaron por cañadas tan profundas que, aunque fuese medio día abajo era obscuro.
Hablaban poco entre si, pero José Trinidad en un alto que hicieron para descansar junto a un arroyo, les dijo que las provisiones se acababan y si no encontraban pronto algún lugar con gente donde pudieran alimentarse corrían el peligro de morir de hambre.
Aún así decidieron continuar a pesar que la noche ya estaba encima; avanzaron apartando ramas y bejucos mientras libraban una implacable batalla contra mosquitos y toda clase de insectos que los atormentaban.
Por la posición de las estrellas, calcularon que serían como las tres de la madrugada cuando llegaron a un pequeño valle; teniendo de fondo una formidable barrera de árboles, descubrieron una luz e intrigado se dirigieron hacia ella.
Bernardino se adelantó con machete en mano y haciendo a un lado la maleza vislumbró una choza de madera en cuyo interior estaba encendida la luz que irradiaba una vela.
Era extraño que no había ningún ruido de la selva y parecía que hasta el Pájaro de la Noche y el rugir del puma se habían apagado.
Mirándose entre sí y comentando por lo bajito los tres hombres decidieron llegar hasta la casucha, aunque una extraña sensación recorrió sus cuerpos; suponiendo que por la luz encendida había personas en la choza, saludaron. – Buenas noches… buenas noches, pero no hubo respuesta.
Agustín que era el más temerario llegó hasta la puerta que era de varas atadas con bejucos y con la cacha del machete la golpeó.
Los tres se quedaron en silencio cuando desde el interior del jacal escucharon ruidos y de repente salió una anciana cubierta con un reboso raído y con una cara horriblemente deforme, encorvada, todo lo cual pasaron por alto con tal de esperar que les pudiera proporcionar algo de comida.
Del interior surgía un olor nauseabundo, como de animal muerto e intrigados observaron movimientos dentro del jacal y una sombra que recortó contra la luz de la vela.
-Qué andan haciendo a estás horas de la noche y en estos lugares peligrosos. señaló la mujer mostrando su falta de dentadura. – Pásenle, pásenle, les dijo arrastrando una S en cada palabra que pronunciaba.
Nerviosos, Agustín, Bernardino y José Trinidad entraron al jacal y con la luz de la vela observaron al fondo un fogón de barro sobre el cual estaba una olla de barro ennegrecida y junto una mesa rústica con restos de lo que pareciera ser carne de un animal y sangre fresca escurría por sus lados.
Había también cúmulos de ramas secas y amontonados ropa de hombre manchada de sangre y hecha girones. Continuara…