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SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 1 de marzo de 2020.- En los pasadizos del Centro de Justicia para Mujeres, deambulan por decenas las siluetas femeninas con historias similares a diario, son madres decaídas, atormentadas, dolidas por la violencia que las castigó en el sitio que pensaban más seguro, su hogar.
Muchas van encaminadas a recuperar sus vidas, para otras, como Alma, las cosas se complican más; su historia no te permite permanecer ajeno, duele, indigna y escuchar su narrativa da apenas una idea de la terrible realidad que ahora mismo viven cientos, quizá miles de mujeres en el país. Es una sobreviviente.
Las huellas del tormento no se han ido todavía, se aproximó a paso lento, jugando con una sonrisa tímida mientras daba las buenas tardes; ya más cerca, la fatiga de su rostro se apreciaba mejor, con solo 30 años de edad, había surcos en su frente que podían afirmar al menos un lustro más.
Al fondo de la conversación, la letra machista del reggaetón desencaja con todo aquello por lo que se lucha en aquel sitio; Alma habla, desahoga y comparte con todas sus vivencias, al tiempo que juega con un papel entre sus dedos, estriados por el trabajo nocturno de intendente, con el que logra sostener su hogar ella sola.
“Para él yo era un objeto, como si fuera parte de sus cosas, no tenía libertad de vestirme, maquillarme o peinarme como decidiera, sino como él me permitía… sus frases siempre eran: ‘Seguro andas de puta’, me insultaba muy feo delante de quien fuera”.
Primero a solas, después frente a sus hijos, luego frente a su madre y después los testigos eran lo de menos, la adicción a las drogas perdía a aquel hombre y ya no era ni la sombra del joven amoroso que la convenció de compartir su vida, las flores dejaron de llegar, para dar paso a la amargura.
HUBO COMPLICIDADES
Cuando la miel del amor destilaba en su vida, tenía apenas 18 años, Rodolfo dos más. Creyendo que ese mundo lo era todo, decidieron mudarse a vivir juntos, rentando una pequeña vivienda y llevando a la madre de él.
Las vejaciones no tardaron en hacerse notar, y no encontró consuelo, protección y mucho menos refugio en aquella otra mujer, que también parecía temerle a su hijo.
Veía sus agresiones, su trato, siempre se quedó callada. “Era como si mi exsuegra igual le tuviera miedo, nunca se atrevió a decirle nada y me miraba como diciendo: ni modo, te aguantas”.
Los años comenzaron a venirse encima, tan rápido que en un santiamén se había convertido en madre de tres pequeños. Su figura espigada no daba muestras de ello, pero no era más que la debilidad del alma por los constantes abusos.
PRIMERAS SEÑALES…
Sin poder regresar el tiempo, Alma pareció resignarse a la realidad que vivía ahora, con tres hijos pequeños atormentados por un padre que, además de violento, era irresponsable -nunca trabajaba- y pocas, muy pocas veces, tuvo momentos de amor para ellos.
“Yo he llegado a pensar que él no los quiere, los miraba mal, al mínimo problema eran gritos, golpes, maldecirlos y eso me lastimaba tanto como cuando me pegaba”.
Cuando descubrió “la hierbita” en una de las camisas, su mundo acabó de desmoronarse, las esperanzas de que él cambiara se alejaban cada vez más y sin remedio; cuando confrontó a Rodolfo, vivió una de las noches más largas y agonizantes.
La furia de sus ojos aturdía todo a su alrededor, tomó lo primero que encontró a su paso y se abalanzó sobre ella, diminuta, frágil, indefensa ante semejante fiera, queriendo destruirla ahí mismo.
“Me dijo que no era asunto mío, que no me metiera en sus cosas y me hiciera cargo de mis hijos nomás, a partir de ahí, todas las noches cuando volvía del trabajo, lo veía parado en la entrada de la casa”.
Cuando chocaban miradas, el lanzaba un gesto de desprecio, ya eran 10 minutos tarde.
“Si yo me entero de que andas de puta, te mato”; “si te vas de la casa, te mato”; “si me dejas, te mato”, solo rencor brotaba de esos labios que alguna vez la besaron tiernamente.
ASÍ ERAN SUS DÍAS
La adrenalina le inundaba el vientre cada mañana, fatigada de la jornada en el trabajo como intendente y el insomnio cada vez más invasivo, despertaba a las 6:00 a.m. con la alborada para enviar a sus hijos a la escuela.
Temía mover el colchón, rozar siquiera a aquella figura malévola que, más que acompañarla, le aprisionaba cada noche; sigilosa abandonaba la recámara para inhalar profundamente en la pequeña sala, liberada del yugo.
“Mis hijos eran lo que me mantenía con esperanza, verlos ahí todas las mañanas, dormidos en la cama, descansando de lo que se vivía a diario en la casa… Por ellos, te levantas”.
Y así sobrellevaba los días, la pena de que uno de sus pequeños no supiera leer a los siete años ya era peccata minuta, necesitaba verlos felices y comenzó a decidir que no quería 10 años más de espera para eso.
“CON MIS HIJOS, YA NO”
Orillada por la necesidad de trabajar en turnos vespertinos o nocturnos, para atender a sus hijos durante la mañana, Alma debía dejarlos en casa al menos 10 horas, pero la zozobra nunca le permitió concentrarse en sus tareas.
El miedo de los pequeños al escuchar a su madre cerrando la puerta, para irse a trabajar, los carcomía constantemente.
¿Por qué no los quiere? ¿Qué le pasó? ¿Hace cuánto dejó de quererme?, eran las dudas que constantemente torturaban su cabeza mientras pasaba un trapeador al lujoso piso del hotel donde laboraba. Ninguna tuvo respuesta, nunca, y en el fondo no las esperaba.
Moretones, raspones y señales por cualquier parte de sus cuerpecitos, despertaron sus más profundos temores, él había pasado al siguiente nivel con los pequeños.
“Sus explicaciones eran: se cayó, se pegó con la puerta, andaba jugando… pero yo nunca lo creí y cuando veía él eso, se enojaba mucho hasta irse encima de mí, otra vez”.
Cuando llegó el día de hacer a un lado el temor para enfrentar la realidad, la vida de Alma estuvo en peligro.
“Estaba por irme al hotel donde laboraba y mis hijos ya lloraban mucho cada que iba a salir, me dio mucho coraje y le pedí que los cuidara bien; entonces me hizo creer que me llevaba a mi lugar de trabajo y subió al más pequeño a la camioneta, cuando íbamos por Periférico comenzó a golpearme, me quise bajar, se orilló y apretó mi cuello, ya casi no podía respirar, como pude me zafé y delante de mucha gente me dio una golpiza, luego me subió a la fuerza, delante del niño”.
Algunos testigos denunciaron los hechos y una patrulla dio alcance a Rodolfo, lograron ponerla a salvo, pero su marido se negó a entregar al pequeño. Alma no olvida nunca la advertencia de un policía, quien le dijo tajante: “Si usted quiere vivir, deje a ese hombre, porque está enfermo, va a matarla”.
SE DECIDIÓ
“Yo supe entonces que no solo no iba a cambiar, sino que me iba a matar si yo volvía a esa casa, así que pedí apoyo de la policía para ir por mis niños y aunque era mi domicilio, porque yo saqué la casa con mi crédito, ahí lo deje, me llevé a los niños y doy gracias a Dios por eso”.
El proceso legal para recuperar su vivienda tardó algunos meses, pero al final logró volver ahí con sus hijos, quienes además recibieron el apoyo psicológico en el Centro de Justicia para Mujeres; ahora Pedro, de ocho años y medio, sabe leer y escribir.
Para Alma, lo mejor de todo esto ha sido poder ver a sus hijos tranquilos, felices y lejos de la violencia que padecieron por años.
“Mi vida estuvo en peligro, al principio el amor te ciega, pero yo le digo a las mujeres: no tenemos por qué vivir así, no es justo que nos maten sin razón y cada día la lista crezca, me considero afortunada porque pude sobrevivir a los días más terribles que pude tener”.