Claman justicia por ecocidio en Sótano de las Golondrinas de SLP
SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 13 de noviembre 2020.- Mi nombre es Lilia Marcela Herrera de la Rosa, nací en marzo de 1988 en San Luis Potosí. Mis padres, Guadalupe de la Rosa González y José de la Rosa; se dedicaban a trabajar en el campo, es lo único que recuerdo de ellos. Fui la más chica de la familia.
Poco retengo de mi infancia, me acuerdo de mi abuela y de tres tíos que están en Estados Unidos. Teníamos la tradición de celebrar el 2 de febrero, Día de la Candelaria. No siempre viví en la misma casa, mi abuela tenía una tienda. Me ponía a limpiar el patio y a lavar los baños. Nunca salíamos de casa, tampoco tuve mascota, recuerdo que una vecina nos regalaba ropa. Me gustaba estar con mi hermana la más grande y ver televisión, ésa era mi forma de vivir.
Mi mamá se llama Guadalupe de la Rosa González, fue madre soltera: tengo tres hermanas y un hermano. Cuando yo era pequeña, vivíamos en la casa de mi abuela, su casa era muy grande y por lo mismo vivíamos muchas personas ahí. Cuando cumplí ocho años recuerdo que mi abuela Zoila de la Rosa quien era alcohólica, nos maltrataba mucho sin que mi madre se diera cuenta, pues trabajaba todo el día, y nosotras no le decíamos nada para no causar problemas.
Entre mi madre, y mi abuela con sus problemas de alcoholismo, no tuve la oportunidad de ir a la escuela, ya que tenía que cuidar de mi abuela quien vendía mercancía ilegal, como marihuana y cocaína. Mi hermana la mayor se encargaba de ir por el material y cuando llegaba a la casa, mi abuela nos ponía a maquilar la droga. Nos indicó, que en el caso de que llegaran los militares o ministeriales, debíamos guardarnos la droga en nuestras ropas, porqué según ella, no nos revisarían por ser menores de edad.
Un día justo en eso estábamos, cuando llegaron los soldados gritando malas palabras, revisaron toda la casa hasta que efectivamente encontraron lo que buscaban, reventaron puertas y golpearon a mi tía, en ese mismo instante se la llevaron detenida al penal de La Pila. Mis primos y primas se quedaron sin su mamá, bajo la custodia de mi abuela, pero no fue por mucho tiempo porque, al enterarse del mal trato que les daba, el DIF se los quitó ocho meses después de la detención de mi tía. No obstante, mi abuela siguió con su negocio, nada la contenía, nada la hacía reflexionar, pues le iba superbién con sus muchos clientes.
En un día de esos en que ella estaba tomando, nos encontrábamos solas en la casa con un tío hermano de mi madre. Él se acercó a mí y me dijo “ven Lili”, yo no quería, le tenía mucho miedo, pero me agarró a la fuerza y me llevó a una recámara trasera en donde abusó de mí. Tenía nueve años y me amenazó diciéndome que sí yo decía algo, nadie me la iba a creer. No dije nada, pues entre mi madre y yo no existía la confianza por lo mismo de que ella casi no asistía a la casa. Me refugié con mi hermana la más pequeña, ella y yo éramos inseparables, pero, aun así, nunca le conté nada, sólo le decía que cuando ella estuviera sola con mi tío, no se le acercara para nada, pues pensaba que le podía pasar lo mismo que a mí.
Así pasó mucho tiempo sin decirle a nadie, mientras mi abuela seguía en su negocio y sumida en el alcohol, no se daba cuenta de nada y se había confiado de que ya no le caerían los ministeriales ni los soldados, pero ¡oh, sorpresa! Tenía diez años y estaba con mi abuela, de repente escuché que llegaron muchos hombres a la casa y cuando volteé para buscar a mis hermanas, los policías ya las tenían tiradas en el piso junto con mi abuela. Dos sujetos con armas largas las estaban golpeando; iban por mi abuela.
Nunca voy a olvidar aquel día, un 15 de mayo de 1997, cuando también se llevaron a dos de mis hermanas …
(Historia del libro Cautivas, con el permiso de la coordinadora del mismo, Marcela García Vázquez)