Inauguran Galindo calle María Grever en Col. Jardines del Estadio
Para 1786, gracias al esfuerzo y la dedicación de los integrantes de la orden de los Carmelitas descalzos su huerta se había convertido en una especie de jardín del Edén. Abundaban los árboles frutales, las hortalizas y hasta con un viñedo que les garantizaba una generosa cantidad de vino al año.
Muy probablemente los monjes, casi en su totalidad hispanos, nunca imaginaron que el orden de su existencia sería quebrantado abruptamente.
Inestabilidad y despojo
En 1810 en el pueblo de Dolores estalló la Guerra de Independencia la cual vino a trastocar un orden social sostenido durante 300 años.
En 1828 se expidió la Ley de expatriación de españoles lo cual afectó seriamente a la orden pues entre sus reglas de admisión la orden prohibía, casi de manera tajante, el ingreso de personas que no tuvieran origen europeo.
Frente a la adversidad quedó como encargado en San Luis Potosí, un mexicano: fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera. Solo, se vio obligado a rentar las propiedades de la orden, sus haciendas y su amada huerta. Aprovecharon el vergel los hermanos Juan y Manuel Montufar, guatemaltecos asentados en San Luis Potosí.
En 1849 los carmelitas vendieron 14 haciendas, la mayor parte de ellas en San Luis Potosí y el 30 de mayo de 1853, el Cabildo, acordó establecer negociaciones con la Provincia de los Carmelitas Descalzos para la venta “enfitéutica” de su huerta. Para ello se nombró a una comisión que se trasladó a la ciudad de México, porque allá se localizaba la sede de la orden. En San Luis Potosí ya sólo quedaba un integrante.
Básicamente el gobierno potosino aprovecharía la huerta a cambio de un pago anual.
El 15 de julio de 1856 se publicó la Ley de Desamortización de los Bienes Eclesiásticos y el 17 de octubre de ese mismo año concluyó el contrato de arrendamiento de la huerta.
Gracias a la nueva ley, don Antonio Álvarez, último arrendatario, pudo haber reclamado la huerta para sí, pero su honestidad se lo impidió.
Los bienes pasaron así, de las manos de la Iglesia al Ayuntamiento y para justificar el despojo se determinó elaborar una apresurada escritura la cual consignaba un pago de 68 pesos con 75 centavos por el terreno.
Alguien, le recordó al gobierno potosino su ilegal proceder pues —según las leyes de la época— no estaba facultado para comprar bienes a particulares. Finalmente la escritura se anuló y se le dio, entonces al despojo el carácter de “adjudicación por causas de utilidad pública”.
Así, el gobierno potosino no pagó ni un centavo por la huerta y en sus manos ésta volvió a su estado original: es decir un predio descuidado y en el abandono. Vides y hortalizas se secaron.
La transformación
Para agosto de 1859 el gobernador del estado era Vicente Chico Sein. El día 8, emitió un decreto que establecía un impuesto especial a los trámites que se realizaran en la aduana local. Según el ordenamiento, lo recaudado se destinaría a la construcción del paseo familiar denominada a partir de entonces como la Alameda.
Se comenzaron a derribar las bardas de la huerta aunque de manera desordenada e improvisada. Se amplió la calle de Villerías y se abrieron las actuales Iturbide y Guerrero en los terrenos que pertenecieron al convento.
Para 1860 el país nuevamente estaba en guerra. Los liberales se enfrentaban a conservadores (éstos sí los originales y verdaderos, no los inventados por el jerarca de la 4 T).
La ciudad fue atacada por un contingente de 600 soldados de la segunda facción. Venían al mando de los generales Agueda, Ibarburen, Almanza y Puebla, mientras que la ciudad era defendida por Mariano Escobedo.
Una parte de los atacantes intentó penetrar a la ciudad por los huecos de las bardas de la huerta, pero fue repelida y obligada a retirarse hasta La Pila, en donde finalmente fue derrotada.
Persistía el caos y la anarquía y el proyecto Alameda dejó de ser prioridad. Tan fue así, que en abril de 1861 el Periódico Oficial anunció su puesta en venta. Por fortuna, a los pocos días el propio Ayuntamiento se desistió del intento y retomó los trabajos de mejora.
El 25 de febrero de 1862 el Periódico Oficial informó que los trabajos iban muy avanzados y mencionó que el trazo de la Alameda potosina era igual al de la capitalina aunque más grande. Para entonces se habían sembrado nuevos árboles y el riego se hacía con agua extraída del pozo “Ojo de la Saca”, ubicado a una legua de distancia, aunque no se aclara hacia qué rumbo.
Vicente Chico Sein es de nuevo gobernador para 1863, en plena crisis de la invasión francesa. Afectado por un mal cerebral muere entre la noche del 9 y la madrugada del 10 de septiembre de ese año.
El Ayuntamiento, presidido por Francisco de P. Montante, puso todo su esfuerzo en la mejora de la Alameda y para ello ordenó la siembra de más árboles y matas de flores. Además, la tierra de los andadores fue apisonada y cubierta con gravilla para facilitar el andar de los paseantes. Se colocaron bancas y el riego era constante gracias a la existencia de varias acequias.
El historiador Manuel Muro consideró que este año, es propiamente el primero de la Alameda.
La capital viviría la entrada —en su huida hacia el norte— del presidente Juárez y luego, el 13 de enero de 1864, la llegada de los franceses al mando del general Castany. La ocupación extranjera culminó en 1866 y el 21 de febrero del año siguiente arribó, triunfante, Benito Juárez.
La agitación nacional, sin embargo, no cesó y en 1866 triunfa una más de las revueltas caudillistas: el Plan de Tuxtepec. Como parte de la ola triunfadora arribó a la ciudad el general Carlos Diez Gutiérrez, quien ocupó el cargo de gobernador y jefe militar el 18 de abril de 1877.
Le tocó a Diez Gutiérrez retomar un proyecto del exgobernador Pascual M. Hernández: edificar un monumento a Miguel Hidalgo en el centro de la Plaza de Armas. Para ello mandó derribar la columna diseñada por Francisco Eduardo Tresguerras que estaba en el lugar.
Se encomienda la escultura a Pedro Patiño Ixtolinque, maestro de la Academia de San Carlos. Obreros potosinos construyeron una base de cantera y forrada con mármol blanco.
El monumento fue inaugurado el 16 de septiembre de 1878, pero sólo permaneció en su lugar original 10 años. Se decidió que se vería mejor en la Alameda y ahí se inauguró por segunda vez en 1888, en el Día de la Independencia.
Ese mismo año la Alameda se salvó de convertirse en estación y patios del ferrocarril. Los empresarios a cargo del proyecto aceptaron instalarse unos pocos metros más al oriente.
La iglesia del Montecillo, sin embargo, perdió su atrio y fachada original.
Para 1907, el gobernador José María Espinosa y Cuevas, menciona entre sus logros, la puesta en marcha del sistema de riego de la Alameda con agua que se extrae ¡con bombas eléctricas! Este mismo gobernador mandó construir el hidrante que se ubica hasta nuestros días en la esquina de Universidad y Constitución.
Durante las fiestas del Centenario de la Independencia los planes del gobierno para la Alameda fueron ambiciosos, se construyó un segundo lago artificial y se modificó el ya existente. Uno tendría la forma del mapa de México y otro la de San Luis Potosí.
Sobre uno de los lagos se concluye un puente y un quiosco.
El 4 de junio de 1910 los extranjeros radicados en la entidad donaron un faro simbólico, el cual permanece hasta nuestros días en el lado norte del paseo.
Pocas cosas han cambiado desde entonces. Salvo la construcción de una fuente por aquí y otra por allá.
Tal vez entre las modificaciones más significativas en la Alameda destaquen la construcción de una especie de hemiciclos en sus caras norte y sur y la construcción de una bodega de herramientas disfrazada de quiosco que se mandó hacer durante el gobierno de Mario Leal Campos.
Por lo demás, la Alameda sigue ahí, como lo que es y será: uno de los referentes más importantes de la capital potosina.