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SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 22 de abril de 2019.- La ciudad de San Luis Potosí cuenta con leyendas casi místicas. Ya no quedan ciudadanos que conocieron ese San Luis de ayer para confirmar si dichos cuentos son verdad o no. Tal es el caso de Juan del Jarro, cuya estatua está hoy en día en el jardín de San Francisco y muchas personas se toman fotografías con él.
De apodo conocido por muchos y de historia sabida por unos cuantos, Juan del Jarro, más que una leyenda, es una historia real transmitida de boca en boca. Su verdadero nombre fue Juan de Dios Asíos Ramírez, nació alrededor del año 1803 y falleció el 9 de Noviembre de 1859. Fue sepultado el 10 de noviembre, después de ser despedido de este mundo con la ostentación y lujo digno de un obispo, magnate o político.
Sin saber con certeza su origen se dice que un día de repente apareció como pordiosero en la ciudad. Vivía en un horno abandonado, por el rumbo del barrio del Montecillo. Pedía limosna no para él, sino para aliviar las penurias de los más pobres que él. Tenía como protector y amigo al doctor Anselmo Calvillo, que no sólo atendía a los enfermos que le enviaba Juan del Jarro, sino a él mismo.
Se le describía como un hombre bajo de estatura, moreno, gordo, de nariz achatada y cojo del pie izquierdo que vestía chaqueta sin camisa, pantalones gastados. Como parte de su indumentaria llevaba un jarro donde guardaba los mendrugos que le daba la gente, un morral y un sombrero de copa. Hasta donde se sabe, odiaba el baño, con la misma vehemencia con la que despreciaba la acumulación de las riquezas.
La imaginación popular presentaba a Juan del Jarro como adivino y profeta apocalíptico. Se decía que detectaba el destino inmediato de las personas, ya que solía predecir la muerte de todo aquel que le preguntara. Dichas predicciones, junto con su altruismo fueron lo que comenzó a hacer del nombre Juan del Jarro la leyenda que es ahora, y que poco a poco se va olvidando.
Tras su muerte sus restos fueron depositados en el cementerio del Montecillo, posteriormente llevados a su cripta en el panteón Saucito. Su tumba se convirtió en un sitio al que la gente acudía a pedirle favores. Con su leyenda se cierra un capítulo de la historia de un pueblo viejo y místico. Más allá de no olvidar la leyenda de Juan del Jarro, no hay que olvidar al hombre Juan de Dios Asíos Ramírez, quien daba todo sin tener nada.