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SAN LUIS POTOSÍ, 2 de junio de 2020.- Siete de la tarde, a lo lejos se escuchaba una corneta y a la par salía corriendo de todas las casas una multitud de chiquitines que se reunían alrededor de aquel triciclo. Sabíamos que había llegado Don Lalito…
Don Eduardo Olvera nació en la calle de Vallejo. Estudió el oficio de radiotécnico, pero al ver que no era un negocio redituable, decidió recorrer el mundo. Trabajó en diversos circos de México en aquellos años muy reconocidos como el Atayde y el Italiano.
También en algunos otros en Estados Unidos como Ringlin Bros. Pero la vida lo regresaría nuevamente a México.
Su esposa María Antonia comenta como pasó de andar en el mundo del espectáculo, para iniciar en la elaboración de empanadas: Ella tenía 13 años cuando lo conoció. Él era 10 años mayor, sin embargo, él le enviaba cartas nunca olvidándose de ella. Cuando María Antonia cumple 18 años se vuelven a ver para no separarse más. Un año después deciden casarse e irse a vivir a Monterrey.
Así
que para ayudarse, inician haciendo donas y los primeros intentos de empanadas.
Una y otra vez mejorado la fórmula. A fuerza de error y ensayo por fin un día
encuentran el punto justo.
Después de un año regresan a San Luis y Don Eduardo pone entonces un carrito de
mariscos sin mucho éxito.
Un día y por golpe de suerte su esposa decide hacer empanadas e ir a venderlas entre sus familiares. Don Lalito le dice que no se preocupe, que él saldría a venderlas. Cuál sería su sorpresa que al cabo de una hora regresaba con la canasta vacía. Así que tras varias tardes con igual éxito deciden que esta vez se iría con él, en el triciclo.
No había rumbo fijo, donde el viento lo llevara, unas veces cerca, otras por las orillas de la ciudad y su insustituible corneta. Don Lalito en sus horas libres gustaba del quehacer por escribir y componer. Así que junto con su cuñado deciden grabar un estribillo que se haría famoso por todos los rincones de la ciudad.
Acondicionó
una batería y una grabadora y a la usanza antigua cobró vida la tonada, primero
con: “Son empanadas de piña, son para niños y niñas, adolescentes y adultos,
para abuelitos también”.
Otra más donde se mencionaba las colonias de su recorrido.
Hasta
finalmente la tradicional y que hoy por hoy los niños del ayer todavía
recordamos. “Ya llegó, ya llegó, Don Lalito
vendiendo empanadas al pobre y al rico. Son empanadas de piña natural que gusta
a chicos y a grandes por igual. Ya se va, ya se va, Don Lalito muy contento con
sus amiguitos, muy contento montado en su triciclo”.
MUY QUERIDO
Quién no recuerda a nuestro pintoresco protagonista, con ese carisma tan particular rodeando de chiquitines que lo seguían por varias cuadras. No era tarea fácil, iniciaban a las seis de la mañana y Don Eduardo junto con su esposa iniciaba su día entre olores de harina, piña y arroz con leche.
Llegó a ser tan querido dicho personaje que cuando llovía y se encontraba lejos
de su hogar, no faltaba algún compadecido que en camioneta le decía: “súbete
Lalito” y así con todo y triciclo lo acercaban al centro de la ciudad.
Anécdotas
como aquella en donde si un niño lo acompañaba por varias cuadras, él lo subía
a su triciclo y lo regresaba a casa hasta entregarlo con sus padres.
Relatan que en sus recorridos, en una ocasión se atravesó un pequeño y salió
lastimado. Don Lalito, muy preocupado lo llevó con su mamá, y lejos de ayudarle
la señora le dijo que estaba muy ocupada que no le llevaría al doctor.
Así que con entusiasmo de responsabilidad Don Lalito dejo su triciclo con todo y empanadas para llevar al accidentado a la Cruz Roja. Al regresar a casa le contó su aventura a Doña María, asombrado que, durante ese largo rato de ausencia nadie había tomado ni una empanada, encontrando a su trasporte intacto. Así era de querido y respetado nuestro Don Lalito. Posteriormente vivía por San Juan de Guadalupe, y así sin más ni más ese niño del accidente acudía a visitar a la familia quien generosamente le ofrecía de comer y lo arropó con mucho cariño.
HOMBRE DE BUEN CORAZÓN
Otra de esas anécdotas narra que en cierta ocasión en uno de los recorridos de Don Lalito, se acercó un niño y le dijo que le ayudara, que no tenía dónde quedarse. Así que Don Eduardo llegó a su casa con un huésped más. Durante varias semanas lo atendieron y le ofrecieron casa y sustento.
Sin embargo Doña María insistió en que ese niño se lo llevaran a algún
familiar. Finalmente confesó que venía del estado de México y hasta allá fueron
a entregarlo. Cuál sería su sorpresa que la madre no quería hacerse cargo del
niño y le decía a Don Lalito que se lo llevara de regreso.
Sin embargo Don Eduardo convenció a la mamá para que se hiciera responsable de
su hijo.
Pasado algún tiempo nuevamente el joven ya estaba otra vez en San Luis con la
intención de cruzar de manera ilegal para E.U. así que Don Lalito que tenía
visa, decidió acompañarlo en esta aventura para que no le fuera a ocurrir nada
malo.
Vestido de blanco, con su delantal rojo, continuó por muchos años más. Transformó su triciclo en camioneta, pero su sello característico y su canción nunca lo abandonaron.
Un tumor le arrebató la vida. Refieren que el día de su funeral, en una banca de la iglesia, esos niños a quien Don Lalito había ayudado se encontraban presentes. ¿De dónde salieron? ¿Quién les avisó? Nadie sabía. Pero eso sí, le acompañaron en sus últimos momentos. Y sigue en la memoria de muchos otros niños que corrían con alegría al ritmo de: “Ya llegó, ya llegó, Don Lalito con empanadas para el pobre y al rico” … (Texto obtenido de información en redes y grupos sociales)