Implementa SSPC operativo de seguridad para la Carrera Panamericana
SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 24 de noviembre 2020.- Hoy es treinta de diciembre de cualquier año atrás, no quiero contar los seis años que llevo aquí, hoy es viernes, y las Talleristas de Nueva Luna trajeron un pastel para festejarme, y ese detalle me hizo recordar como mi madre me celebrara los cumpleaños.
Me recuerdo en mi cama, medio dormida, medio despierta, escuchando a lo lejos una canción que decía “pin uno, pin dos, pin tres… Eran Las Mañanitas con Cepillín, mi madre ponía ese disco a todo lo que daba en un viejo tocadiscos que era de mi padre y que de milagro servía, yo sabía que cinco minutos después de la música, entrarían a mi cuarto mi hermana y mi madre, esa gran madre que me toco tener.
Temprano eran los abrazos, besos llamadas y visitas, me gustaba cumplir años, salir de la rutina, me arreglaba más que cualquier día esperando las sorpresas que sabía llegarían.
Por la tarde, mi mamá me llevaba a la calle Hidalgo en el centro, me compraba a manera de regalo un cambio de ropa, playeras, zapatos o tenis, zapatillas, lo que a mí me gustara, ella me lo compraba, esa gran mujer que me toco tener como madre y que hace cinco años que murió, tenía mil defectos, como todos, pero resaltaban con letras de oro sus virtudes, ¡Ay viejita linda como te extraño!
Tengo tan pocos y vagos recuerdo de mi infancia, soy tan distraída por tantas drogas que consumí, recuerdo como le gustaban a mi madre los festivales de la escuela, siempre me decía “báilame La Raspa”, no sé porque le puso así a una polka que yo bailaba. Tengo pocos recuerdos felices de mi infancia junto a mis padres y, esa pequeña parte de mi vida que yo veía color de rosa, poco a poco se fue derrumbado en la medida en que fui creciendo.
Mi padre siempre llegaba a casa ahogado en alcohol, mi madre siempre buscando pelear con él por estar borracho, yo tenía ocho años cuando una de tantas noches escuchamos a mis padres gritándose palabras ofensivas, de los gritos pasaron a los golpes, yo no sabía qué hacer, moría de miedo y quería llorar, y de pronto escuché una voz afónica de tanto gritar, era la voz de mi madre “Lucy!, Lucy!, Lucy!, vengan a ver cómo me pega este borracho”, mi madre siempre nos llamaba para que viéramos como peleaban, todavía no comprendo porque lo hacía, no sé si quería que los separáramos, o ¡No sé para qué diablos nos hablaba! Si nunca les importó lo que pudiéramos sentir en nuestro pequeño y lacerado corazón…Y con todo el miedo que a los 7 y 8 años se siente, esa noche hicimos caso a mi madre y salimos del cuarto, temblando de miedo y nos sentamos en las escaleras abrazados y llorando, con el corazón casi saliendo de la piel de tan fuerte que latía y observamos la escena que hasta hoy no puedo borrar de mi mente: Mi madre tirada en el piso tratando de quitarse de encima a mi padre golpeándolo y gritándole; mi padre sobre ella, golpeándola puñetazo tras puñetazo, con sangre en las manos, en la cara, en la ropa, nunca supe si era sangre de él o de ella, estaban tan llenos de ira, tan enojados con ellos, que nunca voltearon a ver que mi hermanito y yo estábamos horrorizados pensando que se matarían ,yo seguía temblando y solo atiné a abrazar a mi pequeño hermano…¡Malditos recuerdo, los quiero olvidar!, ¡Tengo miedo, odio, rencor, y tanta tristeza acumulada en mi corazón!
Bueno, así eran las cosas en mi casa, una madre tan poco cariñosa, un padre siempre ausente porque trabajaba todo el día, y entre ausencias y peleas domésticas fui creciendo hasta llegar a la adolescencia. En la secundaria lamentablemente no pasé desapercibida, la mayoría de los estudiantes tenían problemas conmigo, soy una mujer que, si me ven y no me tratan, pareciera que les hago mala cara, hasta pueden pensar que soy presumida y altanera, pero vieran que a pesar de los pesares soy todo lo contrario. La etapa de secundaria me marco de maneras diferentes, fui feliz con amigas y amigos, conocí el amor, pero por poco tiempo, porque apenas si terminé primero de secundaria.
A mis dieciocho años conocí el lado oscuro del amor personificado en Luis, con él viví tan acelerada, llegaba tarde a mi casa, no hacía caso a mis padres, me vestía y actuaba diferente, viví con Luis tres o cuatro años de manera intermitente, yo me aburro fácilmente de las personas, lugares y cosas, vivía un mes en mi casa y dos meses con él. Luis me abandonó, se fue con otra, y yo me vi obligada a regresar a casa de mis padres.
Al poco tiempo que regrese con mis padres empecé a frecuentar a “Los Tatas”, era una banda chida y me caían muy bien, con esa banda yo conocí las fiestas y la vida de noche, pasaron los meses y me relacioné con más bandas, empecé a tomar hasta perderme en el alcohol, tengo vagos recuerdo de llegar a las fiestas, pero sólo eso recuerdo; ¿Cómo me la pasé y con quién? No lo sé, yo me perdía en el alcohol y en las pastas, o como cada quien los conozca “Pokemones”, Roches, Rivotril, pero esas me mantenían en calma, relajada, y a mí me hacía falta más acción, más adrenalina.
Decidí ir a vivir a una casa que nos prestaron, ahí estaríamos 3 amigas y 4 amigos, no teníamos muebles, solo tenía baño y dos camas y ahí nos dormíamos todos y todas, vivir en esa casa fue el principio de mi perdición, ¿por qué lo digo así? Imagínense a 8 casi adolescentes en una casa solos, sin una figura de autoridad, sin tener que hacer nada en todo el día, vendíamos nuestra ropa, robábamos en la noche tubería de cobre, abríamos los carros, asaltábamos parroquianos, lo que fuera para tener dinero y comprar los vicios de cada quien, ahí probé el chemo, la soda, la piedra, la marihuana, la lata, el cristal, casi de todo con decirles que hasta probé el aire comprimido, sí, con el que limpian las computadoras. Por las noches íbamos a las farmacias Guadalajara y agarrábamos Sabritas, pan, chocolates, refrescos, yogurt y nos salíamos corriendo; pero esa vida también me aburrió.
Mi cuerpo empezó a reclamar las drogas, como olvidar esa sensación, esas ansias que hacían que mis manos sudaran y mi cuerpo temblara, me ponía de mal humor, fue entonces que entendí que yo era ya dependiente de las drogas, estaba tan flaca como siempre quise, era talla siete porque siempre estaba con la loquera, día y noche ¿Comida? ¡Claro que no! Yo era feliz en mi viaje, en esa etapa de mi vida me hice novia de uno de los muchachos con los que vivía, era un infierno estar con él, tierno y cariñoso, pero posesivo y malhumorado al mismo tiempo, fue el primer y último hombre al que yo le permití malos tratos y golpes, él era también drogadicto, siempre tan mal viajado, yo lidiaba con él cuando alucinaba que yo lo engañaba, y a qué hora podría ser eso sí todo el día estaba con él, nos salíamos a “tumbar” a quien pasara para poder comprar nuestro vicio, él llegó al colmo de llevarme con su prima a trabajar de, dejémoslo en “dama de compañía” para tener dinero y seguir drogándonos, una noche, ya con harta lana en las bolsas, nos juntamos todos y todos en la casa, eran como las 12 de la noche, todos estábamos tomando y” loqueando “ como nunca antes, pero el gusto se nos volvió susto, ya todos andábamos bien paniqueados, la música ya ni la poníamos, ya ni hablábamos por loquear, el pisto ya ni lo tocábamos por el pase del chemo, por la marihuana y la piedra, y de pronto, ocurrió algo que nadie esperaba, algo que ni siquiera imaginábamos que nos podría ocurrir; Claudia, una de las muchachas que vivía con nosotros se paró ye empezó a decir que se sentía mal, apenas terminó la frase y cayó al piso convulsionando, todos nos asustamos! Los chavos trataban de meterle una camisa a la boca para que no se mordiera, ¡no sabíamos que hacer!! Ellos la querían cargar, pero no podían, la jalan de los brazos para llevarla al baño, abrieron la regadera y pusieron a Claudia bajo de ella, a otra muchacha y a mí nos mandaron a un Extra que estaba cerca a comprar leche, en el camino no comentamos nada, estábamos bien asustadas ,cuando regresamos a la casa con la leche ya todos estaban recogiendo su ropa y el baño cerrado, todos gritando: ¡Guarden todas sus cosas, no dejen nada!, ¡Limpien, limpien! ¡Fuga!, ¡Claudia ya se murió! Nos vimos una a la otra, con miedo, pero ninguna quiso ir al baño a ver si era cierto que Claudia estaba muerta. Dejamos la casa en la madrugada y a Claudia dentro de ella, todos tomamos caminos distintos, ya no los volví a ver, nadie sabía dónde vivía yo, y hasta el día de hoy tengo preguntas sin respuesta: ¿Qué pasó esa noche? ¿Qué pasó esa noche con Claudia? ¿Se murió o la mataron? ¿Sigue viva? Estoy cierta que dejar a Claudia ahí, sola fue una mala decisión que ojala algún día yo me pueda perdonar. A mis 18 años quise correr y no caminar, me quise tragar al mundo de un bocado sin pensar en las consecuencias de mis actos, a mis apenas 18 años, guarde en un baúl, que ahora está lleno, los primero malos recuerdos de mi vida. Nadie supo, hasta ahora que están leyendo estas líneas, lo que paso esa noche, nunca lo conté, siempre guardé todo para mí, así soy yo, muy para adentro.
Algunas veces me pongo a pensar si algo le debo a la vida que me ha cobrado facturas tan caras. Después de este episodio tan triste y doloroso con Claudia, unas amigas de “loquera” me presentaron a Paco, ¿Quién era Paco?, pues era el hijo de los dueños de unos salones de fiestas muy conocidos que están en la carretera a Rio verde, por lo tanto, tenía mucho dinero y me convenía demasiado, Paco era 12 años mayor que yo, una noche cuando regresábamos de bailar, mis amigas le reclamaron porque su esposa, sí, estaba casado, había ido a buscarnos, yo no lo sabía y empezó la discusión, los dos estábamos tomados, yo solo quería entrar a la casa y él no me dejaba, eso desató mi ira, y le di un puñetazo tan fuerte que sangró de las mejillas, él reaccionó de manera más violenta todavía, me tomó del cuello y me azoto en la pared y después me aventó al piso, al momento de levantarme, escuche que algo tronó dentro de mí y sentí un dolor terrible, luego sentí algo caliente entre mis piernas, era sangre, escuchaba un fuerte zumbido y el sangrado se hizo más y más abundante, Paco estaba asustado, él no sabía que yo estaba embarazada. Me llevó a la Cruz Roja para que atendieran, ahí me practicaron un legrado, Paco pagó la cuenta del hospital y jamás lo he vuelto a ver, creo que fue demasiado para él, la verdad no quiero entrar en detalle, esos los guardo solo para mí, únicamente les puedo decir que fue tan doloroso física y emocionalmente, que todavía no lo puedo superar y como siempre, nadie hasta ahora supo nada.
La cárcel nos hace recordar cosas que en su momento no le dimos importancia, y yo ayer recordaba que una mañana alguien me regaló un conejillo de Indias, me fui trabajar, y al llegar por la noche lo encontré tal y como lo dejé: Jaula adentro, temblando de miedo, pegado a los barrotes y otra vez, temblando de miedo, terriblemente asustado de salir de su jaula, asustado de salir libre, así me siento yo, asustada y con terrible miedo a la libertad, no sé qué será de mí cuando salga de esta prisión, tengo encerrada seis años y medio, me falta un año para compurgar mi sentencia, pero, no sé qué pasará conmigo, no estoy segura de estar readaptada para enfrentarme a la sociedad, me da miedo fallar nuevamente, y que por alguna necesidad o problema monetario me vea tentada a obtener el dinero de manera fácil nuevamente, tengo miedo de no poder recuperar el amor de mis hijos, sí tengo miedo…
Y a propósito, no le he dicho quién soy ahora: Bueno, mi nombre es (…) soy una chica de treinta años, creo que son pocos años los que tengo, y mucha las experiencias que he vivido. La vida me puso en un camino tan fácil y difícil, fácil, porque me acostumbre a obtener todo tan rápido y sin esfuerzo, y tan difícil porque esa, digamos, comodidad, me llevo a relacionarme con un grupo delictivo llamado Los “Z”, con este grupo aprendí una realidad dura, amarga, pero sobre todo una muy mala vida. Tomé una decisión apresurada y muy fuerte por mi ambición e inexperiencia en la vida, pero ni modo, de los tropiezos todos aprendemos y fue parte de lo que me toca vivir en esta vida, con esta organización cometí los peores delitos que ni siquiera imaginé en mis sueños cometer alguna vez en la vida.
Yo conocí, traté y maniobré cosas que desconocía y al día de hoy las podría manejar nuevamente sin ningún problema, y lo digo con todas sus letras, no tengo remordimiento alguno, todas las noches duermo tranquilamente y así seguiré durmiendo, tranquila y sin culpa, pues como dice una canción: “Yo nunca maté a alguien inocente”.
Las primeras tareas que se me encomendaron eran como halcona, vigilando a Gobierno, es decir guachis, policías, federales, tarea fácil y divertida, hasta con un poco de adrenalina, mi siguiente misión era pesar, embolsar, bueno; maquilar droga, eso era lo más chido, pues era “un gramo pa’allá y otro pa’mi bolsa” ¡Uy! Me ponía unas loqueras gratis geniales. Fui subiendo de categoría, y mí siguiente chamba fue cuidar “borreguitos”, bueno, cuidar cristianos, les daba unos golpecillos, les sacaba todo lo que necesitábamos saber y después darle matarile. Después, empecé a traer cargamentos de droga, de la frontera a San Luis, llegué a robar nodrizas completas de carros para el jale, cuidar al mero mero, yo creo que fue lo más aburrido, “que vamos pa’ allá, que vamos pa’ acá”, “córrele que anda Gobierno cerca de nosotros y nos va a chingar”, peloteras aquí, peloteras allá, No te duermas porque mamamos”, eso no era chido pues no me la cotorreaba ni podía loquear augustamente, pero en fin.
Lo que más me daba miedo era “embolsar” a los cristianos, no por ellos, sino por mis jefes, porque si no hacía bien el jale, eran putazos, y en algunos casos, a mis compas les tocó piso.
Yo estuve y estoy reconocida, lamentablemente, casi todos saben dónde vivo, hasta los vecinos de mi casa saben a qué me dedicaba, por eso nunca podía publicar con detalles mi delito, porque no es por el qué dirán, sino por el que me harán, ya que en este jale en el que estoy involucrada no se permite contar nada por dos cosas: primero, porque si cuento a detalle lo que hice puede haber represalias y yo pienso salir a vivir en la misma casa con mis hermanos, mi padre y mis hijos, por eso callo muchas cosas ya que yo fui culpable de muchos atracos y matanzas hasta de familias completas, porque yo lo hice y lo viví, me consta que sí pasa, y no me gustaría que le pasara a lo más valioso que me queda y tengo que son mis hijos y mi familia, tengo tanto que contar, pero no puedo porque son reglas de muerte que no voy a romper.
(Historia del libro Cautivas, con el permiso de la coordinadora del mismo, Marcela García Vázquez)