Regidora del PAN pide presupuesto para Bienestar Animal en SLP
SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 04 de julio de 2024.- En 1965 su agudeza se enfrentó al territorio del comienzo frente a una pequeña hoja; hoy, añeja por los años, alcanza el tono de un pergamino egipcio con jeroglíficos incomprensibles en rojo carmesí, el sucedáneo de crayolas fue un labial endurecido.
Los garabatos amorfos eran de un niño no mayor a dos años, el candor desafiando a los osados que buscan sentido a todo; Viktor Lowenfeld podría describirlo mejor, pero esos pequeños soles, pintados con cosméticos de doña Alicia, anunciaron la satírica historia política de San Luis Potosí.
Eran de Alfredo, descubriendo el mundo en el corazón del país con cada movimiento nuevo; después llegó la inquietud por el color, una página en blanco sacudida por una abeja melipona, con alas diminutas y más mejunjes de su madre pincelándole la barriga.
En junio del 2024, a sus 61 años, Alfredo Narváez carga un achurado en carne viva tras los espejuelos y sigue desafiando al mundo con el de sus caricaturas, religiosamente publicadas en la 6-A de Pulso hace más de tres décadas.
Cientos de políticos, con y sin escrúpulos; candidatos, los canallas, los blandengues; gobernantes, sátrapas y demócratas; académicos; poderosos empresarios; diputados, casi todos incompetentes; líderes sociales o inmobiliarios granujas de intereses oscuros, y hasta los amigos cumpleañeros, han encarnado esas parodias gráficas.
En cada trazo, textura y sombra, ha logrado conectar los entresijos del poder con ingenio desbordante y un estilo que, además de divertir, invita a las reflexiones críticas en coyunturas políticas que marcan la historia de este terruño.
Imposible soslayar los desafíos en el camino, las anécdotas y hasta controversias recientes que lo han alentado a fortalecer su talento artístico como una poderosa herramienta de crítica y concienciación social.
UNA BOMBA YUCATECA
Pingo nació en casa de la matriarca, en la esquina de las calles San Luis y Damián Carmona de la capital, el 18 de enero de 1963 llegó con su doble potosinidad; soltó el primer alarido en el seno de su bisabuela partera que ya había recibido a sus hermanos (…) tenía apenas unos minutos respirando entre las paredes enjalbegadas, cuando recibió el mote que lo predestinó.
Su tío José, entonces de 12 años, salió corriendo a anunciarlo: “¡ya nació el diablo!”, y describió entusiasmado a una criatura de cejas pobladas y “muy levantadas”, igualito que lucifer.
La audacia lo acompañó desde entonces, y una semana después ya radicaba en la Ciudad de México junto a sus padres; un edificio en la colonia Doctores recibió los primeros trazos audaces de Alfredo en las paredes, puertas, y pisos de madera.
“Al final del pasillo vivían los Hurtado, que se volvieron grandes amigos; la señora escuchaba que me decían El Diablito (…) un día fue a tocar la puerta para preguntar si estaba bautizado, y no lo estaba, se persignó y sugirió que mejor me dijeran Pinguito, sonaba menos fuerte”, y así, doña Cheva y su bomba yucateca de catolicismo, lo bautizaron, al menos de apodo.
Mientras su padre, Antonio, trabajaba como vendedor de Brandy Vergel, Pingo transitaba su infancia escolar entre pasillos, escaleras, la risa sureña de su amigo Omar (hijo de doña Cheva) y la azotea del condominio, a la que subía con la alborada de cada día iluminando la ciudad.
Desde ahí, podía atisbar el estadio del IMSS, árboles gigantes, escuelas, autos y varios anuncios espectaculares entre la inmensidad urbana (…) antes de bajar echaba un vistazo al concreto entre sus pies, también quería observar lo pequeño, el paisaje cotidiano que ya ni volteamos a ver.
“Recuerdo perfecto que al entrar a la primaria me mandaron al turno de la tarde solo porque no pude pronunciar una palabra, dije ferrocadil, ese era el examen de admisión”, no pudo cobrar la afrenta a la traicionera dicción de la erre, hasta que vino un temblor, en 1969.
Mientras veían televisión en un domingo familiar, algo los sacudió hasta caer del sillón, tuvieron que salir en calzones a la calle, entre gritos angustiantes de las vecinas, incluida doña Cheva; era suficiente, para volver a casa.
EL PUEBLO SIN PERROS
De regreso en la capital potosina, la familia de cinco hermanos y sus padres habitó en la colonia Himno Nacional; ahí transcurrió la educación básica y el sueño inicial de convertirse en un Médico Veterinario.
“Me fui a Calera, Zacatecas, pero matar animales no era lo mío, porque eso era lo que hacían, para estudiarlos”, de pronto la comunidad se quedó sin perros, y la sospecha apuntaba a la escuela de Medicina Veterinaria.
Los habitantes invertían el cuidado, eran ellos quienes caminaban armados para proteger a sus mascotas por la noche; cómo podían imaginar que en el futuro perderían mucho más, con todo y sus escopetas hoy los jóvenes desaparecen, no hay seguridad, ni más estudiantes de Veterinaria, ni razones para quedarse.
“Me regresé, y empecé a trabajar acá en el Hotel Quijote, que tuvo la primera computadora en la capital, me sobraban hojas siempre o algunos y me agarraba a hacer dibujos, un día los vio don Miguel Valladares, y me mandaron llamar a su oficina”.
Ahí lo esperaba también quien entonces se convirtió en el director novato de Periódico El Momento, Alejandro “El Caco” Leal; ambos le ofrecieron hacer caricaturas para el área deportiva, una semana después estaba recibiendo sus primeros 56 pesos de sueldo.
En 1988 vendieron el negocio editorial a Ramón Cervantes Verástegui y concretaron enseguida la apertura de Pulso en la calle Galeana, ahí se fraguaría la risa como el arma más aguda de la crítica para las solemnidades del poder potosino.
Primera de dos partes…