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SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 14 de junio de 2020.- El cónclave fue en su hogar, erigido sobre aquel piso que sintió las primeras andanzas de un niño ávido, moldeado con firmeza por Esperanza -su madre- (…) el mismo suelo que esta tarde no podría pisar, y ya nunca: Aurelio Gancedo Rodríguez, se despedía para siempre del PRI.
La carroza en color tristeza llegó puntual, a las seis de la tarde varios centenares de priístas -y no priístas- ya la esperaban; en primera fila aguardaba el presidente en funciones del Revolucionario Institucional, Edmundo Torrescano, que dio el encomio inicial apenas emergió el féretro marrón, con los restos mortales de Aurelio.
Aplausos ininterrumpidos ahogaron un grito que evocaba su nombre -“¡Aurelio!”- y lo escoltaron por todo el pasillo principal, ese que recorrió presuroso infinidad de veces; en el salón Helios Barragán, el dolor aturdía, hacían eco los sollozos, porras, lamentos y también la rabia ante la pérdida del formador de cuadros priístas.
INICIABA EL PROTOCOLO
Flores blancas y tres retratos sonrientes de Gancedo cercaron el ataúd que guardaba celosamente su cuerpo, desde arriba lo encumbraban las siglas del partido al que permaneció leal inexorablemente; en ese punto decenas de cámaras y celulares de reporteros se estrellaban entre sí para no perder detalle, también intercambiaban miradas de desasosiego (…) era casi imposible no quebrarse, se había ido el amigo, el político siempre abierto a la crítica y por ello respetado entre el gremio.
Resaltaba en color blanco la figura cansada de Esperancita, la madre que llevó en su vientre al hombre que ahora estaba inmóvil en las entrañas del tricolor; se montó una primera guardia de honor, al tiempo que Torrescano sacudía las hojas bond con el mensaje preparado para despedir al otrora presidente del Instituto Jesús Reyes Heroles en San Luis Potosí.
“Aurelio, bienvenido a este tu partido, bienvenido a esta tu casa (…) en estos momentos de tristeza nos reunimos para despedir a alguien que nos ha dejado de manera inesperada; aquí está tu familia priísta”, y el quebranto se vio interrumpido por la llegada de unos de sus integrantes, Juan Manuel Carreras López, ahí estaba el gobernador, fundiéndose en un abrazo con la afligida madre.
Con los ojos húmedos, vencidos, y la nariz enrojecida, la ex senadora del PRI, Yolanda Eugenia González, hipó recordando al niño, al joven y al hombre que dejaba para siempre la militancia revolucionaria… seguía sin creer que no volvería a verlo.
“Desde niño tomaba la tribuna del Congreso, el niño, el que quiso ser gobernador (…) ése era su destino, para eso se preparó; ¡Aurelio! estos pasillos retumbarán en tu ausencia, dejas un gran hueco porque todos sabemos de tu lealtad, pero sobre todo de tu honorabilidad (…) fue injusto lo que le pasó (…) a los jóvenes les digo: siempre trató que aprendieran el respeto, la dignidad y el compromiso”, y exigió que le rindieran tributo, cumpliendo esos ideales.
DESPEDIDA SIN TEMOR
El dolor hizo pausa y abrió camino al coraje, al arrojo para gritar verdades sin tapujos ni a medias tintas. Tembeleque, amarillo y con gafas oscuras que no encubrían la fulminante mirada, un hombre se brincó el protocolo y tomó el atril para pronunciar su propia despedida, se convirtió así en el protagonista de un adiós sin miedo.
“Me da gusto que el Gobernador del Estado esté presente, porque Aurelio, de quien fui su maestro durante muchos años, merece todo el respeto no solo del partido, sino de la ciudadanía potosina y de la mexicana; él decía, la historia es el drama del hombre; me da gusto que priístas o no priístas estén presente ante el cadáver de un auténtico hombre, porque a él lo atormentaron (…) Dios dijo: perdona una vez, pero no cuando hacen de un cadáver una verdadera carnicería (…) me llamo Pascual Guillermo Gilbert Valero y no le temo a los que asesinaron a mi exalumno (…) la mamá tiene un nudo en la garganta, ¡yo lo tengo en el corazón!”, y nadie pudo contenerlo, en balde fueron los susurros pidiéndole parar, se decidió a dejar atrás los mensajes lacónicos, fue el único que tuvo el valor esa tarde.
Pidieron a gritos la tercera guardia, y el maestro de oratoria bajó rabiando del podio, destilando dolor.
“ADIÓS HIJO”
Afligida, pero con una fortaleza admirable, Esperanza tomó el micrófono antes de dejar el edificio tricolor junto a los restos de su hijo, agradeció las “hermosas palabras y reconocimientos” para Aurelio, quien desde su vientre acudía al edificio y con el candor que le caracterizaba solía recoger los escudos del PRI que hallaba desechados en cualquier parte; “mamá, que no pisoteen al PRI”, le decía, antes de guardar las papeletas en medio de algún cuaderno.
“Cuando él cumplió 18 años, le dije: hijo tienes libertad teológica y partidista, me quedé pensando ¡ay caray! si se me va mi hijo a la Catedral, pues bueno, pero si se me va al PAN o al PRD, yo no sé qué haría”, y enterneció un poco el momento, antes de vitorear a todo pulmón “¡Viva el PRI! … ¡Viva mi hijo, Aurelio Gancedo!”.
Mientras encumbraban el nombre del finado priísta, Esperanza besaba la mejilla del gobernador para despedirse, susurraron un poco cuando se adelantaba el ataúd, y entonces ella recordó la despedida principal: “¡Adiós, hijo!… adiós de aquí, del partido” y se enfiló aprisa para regresar a la funeraria.
Para rescatar la formalidad de la clase política, Martín Juárez Córdova, presidente del Congreso potosino, alzó la voz desde el micrófono; “es así como agradecemos a la militancia su presencia en este partido, un aplauso para Aurelio Gancedo, despidámoslo con un aplauso”, y enseguida calló.
Con tres guardias, y en 20 minutos, despidieron a Aurelio Gancedo, la caja se abrió paso entre la multitud que atiborraba el pasillo (…) casi a la salida relumbraba una fotografía del gobernante -Juan Manuel Carreras- acompañado de su esposa, enseguida la placa conmemorativa del edificio que se quedaba para siempre sin su formador de cuadros, sin el niño que soñó con ser gobernador.
Afuera, en la explanada, se mezclaba de todo: lágrimas, carraspeos, carcajadas y manotazos en las espaldas, eran esmerados políticos que no dejaron de saludarse con fervor; para entonces, los perfumes caros sucumbían ante el tabaco y los maquillajes se diluían con el llanto.
Ya embadurnado de gris, el cielo daba su propia despedida (…) en lo alto del edificio apenas resaltaban las siglas del PRI con sus reflectores desgastados, casi queriendo sucumbir por la tragedia de Aurelio, el hombre que pensó y actuó libré, pero que ahora había dejado… un nudo en el corazón.