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Buscan consenso por llegada de Universidad Rosario Castellanos a San Luis
CIUDAD VALLES, SLP., 8 de febrero de 2020.- La Cañada vivió una ironía menos de una década atrás: vio iniciar la pavimentación del camino de terracería que se tomaba desde la carretera Valles-Rioverde (en Santa Anita 2) hasta la afamada Cascada de Tamul, pero un kilómetro antes, el asfaltado se detuvo. Entonces, los turistas simplemente evitaban esa ruta y optaban ingresar por El Sauz, donde el arreglo era completo.
De esta forma, aquel reducto de familias náhuatl que llegó desde el sur de la Huasteca Potosina (como sus hermanos de raza de Palo de Arco, El Naranjito y Moctezuma) se sumergió más en la pobreza, que identificaba a esas localidades indígenas de la zona norte del municipio de Aquismón, donde solamente Tanchachín y La Morena, medianamente se beneficiaban del turismo que acudía a la renombrada caída de agua de 105 metros.
Gestiones de la diputada Rebeca Terán Guevara ante el Gobierno Federal, propiciaron que a mediados del año 2013, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) le pusiera atención a la obra y terminara de rehabilitar los cinco kilómetros que separaban a La Cañada de Tanchachín, y entonces la mayor parte del turismo empezó a pasarles enfrente a los lugareños.
Fue así como La Cañada comenzó a deslumbrar a los visitantes con sus peculiares cascaditas, las apacibles chozas, sus árboles frutales, la hospitalidad que caracteriza al huasteco, y el sabor de sus nopales guisados –cosechados a unos metros en la ladera de la sierra-, servidos junto a un filete de mojarra tilapia, de las que (cada vez en menor número) se crían en el riachuelo que cruza la localidad.
El agua limpia que viene de 20 kilómetros al norte –precisamente desde El nacimiento de Santa Anita 2- convierte en apacibles balnearios naturales, muchos de los patios de los habitantes de la pequeña comunidad, sombreados por árboles enormes, donde sobresalen los mangos que (en temporada) se visten de amarillo; también se da la naranja, la mandarina, el tamarindo y hasta el exótico carambolo.
La retribución económica sigue sin ir en correspondencia a un sitio hermoso y con ubicación estratégica.
PASAN DE LARGO
Los turistas de diferentes partes del estado, del país, e incluso de más allá, continúan atravesando La Cañada, de sur a norte y de norte a sur; las ganancias del sector turismo, en óptimo crecimiento, han logrado evidentes progresos en el vecino ejido Tanchachín, y en –el otro cercano- La morena, otros menos van a El Jabalí e incluso al Nacimiento de Santa Anita 2.
Lamentablemente son muy pocos los que se detienen a disfrutar de la apacibilidad de La Cañada o del talento culinario de algunas amas de casa, hasta ahora semidesconocido: falta ese último impulso, y el afán de organización de un pueblo náhuatl que puede poner la muestra. Hace años tuvieron en sus manos el proyecto productivo del gusano de seda, pero lo dejaron ir, y ahora esa artesanía prospera y distingue a Santa Anita.
Más allá del nopal cosechado tras un jornal de esfuerzo (y no siempre de buena paga) La Cañada puede apostarle a las ventajas de estar enclavado en ese corredor turístico que en cualquier época del año registra afluencia, y abandonar la postura pasiva que en la actualidad los tiene -metafóricamente hablando- solo viendo pasar los bultos de dinero sobre varios pares de llantas.