Muere peregrino de SLP durante Caravana Nacional de la Fe
SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 12 de noviembre 2020.- Yo soy Lucila Guadalupe Ríos Rodríguez. Cuando era pequeña mi familia era de escasos recursos, vivíamos en Tampico, Tamaulipas. A la edad de seis años mi familia, por parte de mi abuela materna, decidió venirse a vivir a la Ciudad de San Luis Potosí; eran mi mamá Verónica, mis tías y tíos Eduardo Martín, Oscar, Víctor, María, Claudia y Juana.
Recuerdo que mi abuelita no me quería porque mi papá no se había querido hacer cargo de mí, pienso que mi abuela no podía soportar la presión de la sociedad de tener una nieta que no tenía papá. A mis primos y primas les quería mucho, y a veces me hacía sentir menos que ellos. Pero con el tiempo todo cambió, y mi abuela comenzó a quererme; yo la procuraba mucho, le daba sus medicamentos ya que mi abuela padecía del azúcar. Yo llevaba muy buenas calificaciones en la escuela, y eso le agradaba a mi abuela. Mi madre y sus hermanos trabajaban todo el día en el centro, en una tienda de telas llamada Telas Jarama. Mi abuela nos cuidaba a todos y todas, ya que la mamá de mis primos se había ido a los Estados Unidos. Unos años más tarde, mi tía mandó por mi prima y se la llevaron a Estados Unidos. Me quedé sola con otra de mis primas, pero luego se casó con su patrón porque salió embarazada, así que solo quedamos mi abuela y yo, entonces me tocó cuidarla y hacer el aseo de su departamento.
Un día me fui con unos amigos, unos chavos que iban en una camioneta, recuerdo que me subí atrás sin saber a dónde íbamos exactamente; ellos decidieron irse para el monte pero me dio miedo y brinqué de la camioneta mientras ellos seguían acelerando, pero se me acabaron las fuerzas de las piernas y me caí. Ellos se fueron y me dejaron abandonada, recuerdo que la cabeza me rebotó varias veces, se me fue por completo la onda, perdí el conocimiento, pero más tarde ya podía abrir y cerrar los ojos. Fue entonces que comencé a recordar que yo por ahí vivía; pero no sabía con exactitud. No supe cómo, pero horas más tarde llegué a mi casa y, en cuanto me vio mi mamá, comenzó a golpearme porque pensaba que yo andaba drogada. Ella no sabía que me había golpeado la cabeza. Ese día me volví a salir de mi casa, me fui con mi abuela y le comenté lo que había pasado pero nadie decía nada, mi mamá no ponía atención a lo que me había pasado, y a partir de ese día solo se la pasaba peleando conmigo. Nuevamente volví a salirme de la casa, recuerdo muy bien que era un 12 de marzo ya pasadas las 22:00 horas, pues había discutido con mi mamá. En aquel entonces ya vivíamos por la Colonia Dos Mil, y por la calle 70 había casas nuevas y un canalón. Recuerdo que iba atravesando el canalón y un hombre viejo salió de entre los arbustos y me jaloneó para tumbarme al piso, y manosear mi cuerpo. Caímos junto al camino y alcancé a tomar una piedra, de esas que están muy duras, y le pegué en la cabeza. Me levanté del suelo muy asustada, al ver que el hombre no se movía, y nunca reaccionó. Lo único que se me ocurrió fue aventarlo al canalón y correr; no sabía hacia donde corría; solo sé que llegué a la carretera 57, y luego caminé hacia la Avenida José de Gálvez y de ahí regresé nuevamente a mi casa. Llegando a la casa mi mamá me golpeó, y yo solo me agarré a llorar, no sé de qué. Sí tenía miedo, y arrepentimiento, sentía impotencia y dolor, sobre todo porque sentía los trancazos que mi madre me tiraba. Fue triste porque yo solo tenía doce años de edad. Constantemente soñaba con lo que me había pasado, y todavía, en ocasiones sigo recordando y tengo pesadillas con aquel hombre. Es horrible, sigo sudando frío, y hasta me despiertan los gritos de mis pesadillas. Yo no sé bien a bien lo que resultó de aquella agresión, ni supe nada, porque al día siguiente no quise ver ni los periódicos, ni saber de noticias, eso me atemorizaba. Después de un tiempo yo sola tuve que hacer como si nada había pasado, por mí, por mi familia. Mi madre nunca me preguntó qué me sucedía. Tan solo me decía que dejara de estar lloriqueando, y que me pusiera a hacer las tareas de la casa.
Después de un tiempo mi mamá salió con la sorpresa de que estaba embarazada, luego nació mi hermano y mi mamá tuvo que volver a trabajar. Solo estuvo los 40 días con mi hermano, y yo me tuve que hacer cargo de él. Era una niña cuidando a un bebé en brazos, pues mi mamá trabajaba todo el día, y yo tenía que cuidar los departamentos de mi abuela y el de mi mamá, y ahora, además, a mi hermano que era tan pequeño. Me lo tenía que llevar a las consultas cuando llevaba a mi abuela, pues no tenía con quien dejarlo, y cuando le tocaban las consultas a él, mi abuela se quedaba en la casa, mientras lo llevaba al seguro. Había días en que terminaba rendida de todo el día hacer de comer en la casa para cuando mi mamá llegara de trabajar, además de hacerle comida especial a mi abuela que estaba enferma, y aparte el tener lista la mesa y la comida, para que comieran mis tíos. Quedaba exhausta y cuando terminaba las labores de la casa, apenas empezaba hacer la tarea de la secundaria, pero a veces terminaba tan cansada que me quedaba dormida en la mesa. Me despertaba como a las 05:30 del día siguiente, para bañarme e irme a la secundaria. Mi mamá entregaba al bebé en el departamento con mi abuela y yo pasaba por él cuando salía de la escuela, y otra vez a hacer lo mismo todos los días.
Después, mis calificaciones empezaron a bajar y empecé a echarme la pinta de la escuela, porque no terminaba mis tareas, tiempo después me expulsaron de la escuela. Las maestras sabían que tenía problemas, sabían que de un tiempo a la fecha había dejado de poner atención.
Empecé a juntarme con bandas, a los 13 años conocí a un muchacho de 21 años, mucho muy guapo y de buena familia. De lo harta que estaba en mi casa, decidí irme de la casa con él, me quería muchísimo, pero le gustaba beber en exceso, por lo que su familia decidió internarlo en una clínica para alcohólicos anónimos en la Ciudad de México. Pero eso yo no lo supe, yo pensaba que se había ido porque ya no me quería, entonces conocí a otro chavo, que es el papá de mi niño el más grande, y salgo embarazada. Después de unos meses regresó Jesús -el muchacho guapo- a buscarme. Pero yo ya había tenido a mi bebé. Jesús intentó hablar conmigo pero, pues, yo ya estaba junto al padre de mi hijo Jesús Eduardo. Poco tiempo después salí embarazada de mi segundo bebe, una niña. No me llevaba bien con su familia porque eran muy entrometidos, además resultó ser lo mismo que en mi casa; me ponían a lavar la ropa de mis cuñados aun sabiendo que debía cuidar a mi hijo, y que estaba embarazada. Como a los siete meses de embarazo de mi hija, tuve una discusión muy fuerte con mis cuñadas y nos peleamos a golpes. Eran tres contra mí, sola, pero yo no era nada dejada; ni aun así me ganaron. Pero no vi las consecuencias, y antes de mi fecha de parto, tuve una hemorragia durante la operación de cesárea y quedé inconsciente. Cuando desperté, me informaron que mi bebé había nacido un poco mal, luego supe que había nacido mal del corazón y con un golpe en su cabecita. Yo no paraba de llorar, lo único que quería en ese momento era que se regresara el tiempo, que no hubiera pasado nada de lo que había hecho, pero el “hubiera” no existe. Recuerdo que en la habitación en donde me tenían, de pronto se vino un olor a flores muy rico, luego llegó el doctor a la habitación y me llevó hasta donde estaba mi hija, al llegar al área de cuneros y ver a mi bebé me sentí morir, vi que mi hija estaba como en una plancha y estaba conectada a un montón de tubos , no podía entender como un ser tan frágil, tan pequeño, de tan solo unas horas de nacida , con su cuerpecito tan pequeño podía estar así. Me levanté de la silla de ruedas y me la dieron, a que la cargara por un ratito. Mi hija levantó un poco la mirada, era frágil y hermosa, pero apenas la estaba admirando, cuando me la quitaron para ponerla donde mismo. Recuerdo que yo le decía al doctor que sí no me iba a dejar darle de comer a mi bebé. Me contestó que en un rato más, yo le reclamaba que no era posible que la tuvieran tanto rato sin comer que eran varias horas y yo necesitaba amamantarla. Unas horas después sentí un dolor muy grande en mi pecho y muchísimas ganas de llorar, luego entró el doctor a verme y me dijo que tenía que ser muy fuerte ya que me hija no había aguantado el ritmo y que había muerto. Sentí que moriría; me llevaron a verla y a cargarla por última vez; me despedí de ella, aferrada a su pequeño cuerpo, luego entró mi mamá y me abrazó, juntas lloramos la muerte de mi hija. Me quedé dormida y estuve internada durante tres días en el hospital del Niño y la Mujer. Me dieron de alta y, al regresar a mi casa, ya me esperaban mi hijo Jesús Eduardo y mi hermano. Les miré a los ojos sin saber que decir ni que hacer, ya que en toda la casa había un olor a flores que me estremeció. Ya habían velado a la niña y la habían sepultado, sin que yo pudiera estar presente. Es un dolor inmenso y tuve que afrontar las consecuencias, unos meses después dejé al papá de mi hijo.
Cuando cumplí dieciocho conocí a Rita una amiga que trabajaba en los bares. Recuerdo que tuve una discusión muy fuerte con mi mamá y me fui de mi casa con mi hijo y con un hombre al que acababa de conocer. Él era un pandillero, pero tenía muy buenos sentimientos. Rentamos un departamento de los que estaban solos, en Prados Segunda Sección, yo misma le puse los vidrios, las puertas, lo pinté, empecé a hacerme de mis cosas, ya que Rita me invitaba a trabajar con ella a un bar llamado El Cavernícola. Ella me decía cómo bailar con los hombres. Que me sentara con ellos a beber la copa, pues solo por estar con ellos tenían que pagarnos, tan solo por la compañía. Y la verdad, yo tenía muy bonito cuerpo, les caía bien a las personas. Recuerdo que me buscaban demasiado cuando llegaban al bar.
A mi bebé me lo cuidaba una vecina. Pasado un tiempo, me llevaron de bar al Ball Pen en Gálvez, donde el dueño me dijo que ahí podía trabajar. Ya para entonces a mí me encantaba bailar y lo hacía muy bien. Empecé a agarrar callo, como dicen. Después, el dueño me dijo que él me pagaría por bailar en el tubo de manera profesional y acepté. Al principio me daba un poco de pena, pero al paso de los meses le fui perdiendo el miedo; se gana bien, muy bien, hasta que un día mi mamá se enteró donde vivía y las malas lenguas le dijeron que yo vivía con un pandillero. Mi mamá me buscó, y me quitó a mi hijo. Yo iba a diario a verlo, ya que mi mamá vivía muy cerca, y le daba dinero para que no le faltara nada a mi hijo.
En el Ball Pen conocí a un vendedor de drogas al que le decían el Pinky y nos hicimos muy amigos. Hasta le decía que era mi hermano, entonces yo misma le pedí que me metiera a trabajar con él, pero siempre me decía que él me quería mucho y que no podía hacer eso. Pero a esos bares acudían muchas personas que estaban metidas en el negocio de las drogas y, a muchas de ellas las conocí. Después el Pinky se salió del punto y entro otro bato al que le decían El Toto. Él fue el que me metió a trabajar; empecé en el punto vendiendo droga, y al mismo tiempo estaba trabajando en el bar, recuerdo que cuando llegaban los soldados casi no les ponía atención, pues el trabajar de fichera en el bar me servía de mucho. Ahí conocí a Miguel, él era Mando, le decían El Niño Tizoc. Yo seguía trabajando en el punto, y después tuve una relación con él. Me iba a visitar casi todos los fines de semana y un día tuvo un encontronazo, pues llevaban a El Mando, y se agarraron a tiros cuando iban por la carretera a Rioverde. A el le dieron en un brazo, pero logró escapar con El Mando, yo estaba muy preocupada y, por la noche, cuando me fui al bar, me llegó de sorpresa, y me dijo que lo tenían franco, o sea en descanso, por la herida de su brazo.
Como a los tres días de verlo, me pusieron el dedo, comencé a discutir con el dueño del bar Ball Pen y me corrió, entonces yo del coraje le reventé el bar, solo recuerdo que me decía que me iba a arrepentir por todos los destrozos de su bar pero yo era una de las personas a la que les vale madres lo que venga. Le reventé el bar durante una semana, recuerdo que llegaban las patrullas, y él les decía que me llevaran, pero los polis le decían que no, que no podían ayudarlo, que no me podían llevar, que mejor se arreglara conmigo, pero yo terca, no quería. Y tres días después de que la policía había llegado al lugar, yo regresé, según yo a reventárselo otra vez, pero llegó un policía en una patrulla de las de carro y como yo lo conocía me dijo “Oye Negrita sácame a la ruca que está haciendo su desmadre allá adentro”, le respondí que era yo, y me dijo que mejor tomará un taxi y me fuera. Luego abordó la unidad en la que llegó y se retiró del lugar sin verificar que yo me fuera. Así que me regresé a mentarles la madre a los del bar, luego me subí al taxi. Pero apenas estaba en eso, cuando llegó el dueño del bar en su camioneta, seguido por dos camionetas de soldados, el dueño se bajó de su vehículo y se dirigió a los soldados.
Le dije al taxista que arrancara, pero los soldados me alcanzaron en la esquina y me bajaron del taxi. Me dijeron que me harían una revisión, les dije que ellos no podían hacerme eso porque eran hombres. Tratando de evadirlos y al ver que ya estaba atrapada les dije que estaba de acuerdo con que me revisaran. Finalmente yo trabajaba en el bar, y estaba acostumbrada a que me vieran desnuda, entonces me subieron a la rápida, y mientras me golpeaban me preguntaban “¿dónde está la droga?”, les respondía que no sabía de lo que me estaban hablando y que si me habían subido era por los destrozos del bar, y eso era porque el del bar me había robado. Ellos seguían golpeándome hasta que les suplique que ya no lo hicieran y que me llevaran hicieran una prueba o algo para que se dieran cuenta de que yo no les consumía ni conocía ninguna droga, que yo no sabía lo que era una droga. Fue entonces cuando dejaron de golpearme, pero me traían a vuelta y vuelta durante un lapso de unos 45 minutos, luego me echaron a volar, o sea, me dejaron libre.
Más tarde muy enojada regresé al bar, y en cuanto me vio el dueño se puso pálido. Parecía que había visto a un muerto, entonces le dije que para eso me gustaba, tan grandote y tan verijón. Entonces lo reté, le dije – ¿Sabes qué?, mejor vamos a darnos un tiro, no le hace que seas hombre. Y si me ganas no hay pedo, pues yo no soy como tú, no me gusta andar de panochuda*.
Lo único que yo quería era desquitar mi coraje pero él no me aceptó la afrenta, y eso me hizo enojar más, pues ya no era que le estuviera preguntando ya lo que buscaba era desquitar todo mi coraje con ese hombre que me había traicionado, entonces empecé a golpearlo a puntapiés. Ahí terminó todo, él ordenó a sus cadeneros que agarraran y luego me entregó a la policía hasta llegar a este lugar.
*Panochuda: “Que anda soltando la boca”, “Anda de chismosa”.
(Historia del libro Cautivas, con el permiso de la coordinadora del mismo, Marcela García Vázquez)