Invita IMSS a sumarse a la donación de órganos y tejidos en SLP
CIUDAD VALLES, SLP., 19 de enero de 2020.- El sol no se vislumbra en el horizonte, le faltan minutos al amanecer, pero ya las siluetas se mueven entre las penumbras en un estacionamiento de terracería, y se van aclarando conforme saludan e ingresan a la choza de palma que hace las veces de cocina, para solicitar su turno.
Aprovechan para presentarse con el responsable de aquella peculiar concentración: Don Chago, quien saluda mientras apura la taza de café y da grandes mordiscos a una “concha” de harina, lo que será su desayuno rápido, antes de comenzar una jornada que puede durar hasta que el sol se ponga del otro extremo.
Solo en algunas ocasiones, cuando la clientela disminuye, tiene oportunidad de dar las tres comidas, y hasta salir al campo a supervisar sus animales. Es –lo que podría decirse- el precio de la fama de un hombre cuya edad ha ido creciendo a la par con la fama en las últimas décadas.
En los días de mayor afluencia, hasta medio centenar de personas puede llegar por día en busca de atención hacia aquel ejido que él mismo, con su habilidad, ha dado fama: Camillas, al noroeste del municipio, sobre el eje carretero estatal Valles-El Naranjo (en el mismo rumbo que se sigue para ir a las Cascadas de Micos).
Santiago Rivera Hernández se considera un predestinado, poseedor del don de aliviar el dolor con la habilidad de sus manos; aprendió a curar aún antes de hablar bien o de escribir, prácticamente en la mitad de la infancia, cuando solamente jugaba a ser quiropráctico, pero después se especializó y la experiencia le dio consolidación, popularidad y prestigio.
Tenía apenas cinco años cuando descubrió la vocación, y mientras convivía con niños de su edad, curaba sus dolencias, eso le atraía más que la escuela, donde apenas estudió el tercer grado.
A los siete años tuvo su primer caso difícil: Una niña recién nacida con una torcedura; el pequeño Santiago aceptó el reto y salió airoso. Cuando tenía nueve, un hermano suyo cayó del caballo, zafándose el brazo, y también lo curó, así iba poco a poco perfeccionando su técnica, hasta que le llegó el momento de probarse a sí mismo.
Había cumplido 16 años el día que se dislocó el dedo pulgar de su pie derecho, acudió entonces con un “sobandero” cercano, quien luego de revisarlo pronosticó que no tenía remedio. El joven Santiago no se dio por vencido, soportando el dolor, con la ayuda de un mecate que se amarró en la parte afectada, y apoyado en la fuerza de sus hermanas, logró el acomodo.
El hombre que vaticinó que no tenía arreglo, se enteró del resultado, entonces consideró que había terminado su ciclo: Dejó de curar y canalizó sus clientes al adolescente que despuntaba y sorprendía con su habilidad. Santiago supo que tenía una misión, y se entregó de lleno, mientras decidía al mismo tiempo hacer su vida junto a Telésfora Lara González.
Al paso del tiempo el domicilio don Chago –como popularmente ahora le conocen- se ha convertido en un espacio concentrador de demasiada gente, que desde temprana hora arriba para ser atendida, proveniente de muchas partes del municipio, del estado e incluso más allá; de todas las profesiones y niveles sociales.
En ese cuarto, sobre un camastro, con esencias de las que echa mano, y frente a imágenes religiosas a las que se encomienda, se da a la tarea de auscultar, evaluar y proceder a aplicar la técnica que habrá de dejar al paciente sano; siempre que no haya indicios de fractura, porque entonces aflora la sinceridad, enviándolo al médico especialista.
Satisfacciones las cuenta por montones, pero destaca dos: Cuando el enfermo llega con muletas por su impedimento para caminar y sale con ellas al hombro; o el hecho de que los médicos (a quienes les guarda respeto y reconocimiento) le envían personas para que las cure.
Esas ponderaciones de profesionistas hacia alguien que se considera a sí mismo un empírico, para él valen oro. Son esos halagos los que valora y le permiten equilibrar la balanza de la vida cuando de repente, en ese mundo de envidias y amarguras, se suelta algún rumor que pretende empañar su imagen y reputación.
Las enormes filas de clientes que se acomodan en las bancas de madera esperando su turno para ser atendidos, sin importar la cantidad de horas que pasen aguardando, se han convertido en la mejor muestra de que siguen creyendo en don Chago: El sobandero de Camillas.