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SAN LUIS POTOSÍ, SLP., 30 de junio de 2019.- Es un robusto centenario pues mide nada más y nada menos que cinco mil 922.82 metros cuadrados. Por sus pétreos pasillos hace efervescencia la vida. Su diseñador y constructor, sin duda, estaría más que satisfecho si pudiera contemplar que los espacios que creó siguen cumpliendo su función o al menos así sucede con una gran parte de su obra arquitectónica.
Se trata del Edificio Ipiña, la monumental construcción que desde 1906 domina la parte poniente de la Plaza de Fundadores en pleno Centro Histórico de San Luis Potosí.
Actualmente su área arcada alberga negocios tan diversos como una mueblería, cafeterías, la sucursal de una franquicia de comida rápida y una tienda de artesanías, pero también una famosa librería, una farmacia veterinaria y hasta un centro de atención al cliente de una empresa de telefonía móvil.
La parte superior es la que luce un tanto cuanto descuidada. Por algunas de sus ventanas abiertas se avizoran espacios vacíos en donde el paso del tiempo ha causado algunos estragos difíciles de cuantificar. Será tal vez que los propietarios del edificio aún no han encontrado una fórmula redituable para reactivar esta área.
De cualquier manera, el Ipiña luce imponente y sigue siendo un edifico único en su tipo en el país. Cabe mencionar que se trata de la primera construcción en la ciudad que contó con todos los servicios de la vida moderna como agua corriente, drenaje y ¡electricidad!
UN AZAROSO INICIO
El 8 de mayo de 1906 el recién titulado ingeniero civil y arquitecto Octaviano Liborio Cabrera Hernández se casó con la joven Matilde Ipiña, hija menor de don José Encarnación del mismo apellido, un próspero hacendado del porfiriato.
Octaviano también era de buena familia pues, por ejemplo, su tía era la mística potosina Concepción Cabrera y Arias de Armida, actualmente beata en proceso de convertirse en santa.
Tenía apenas un año de haberse titulado profesionalmente y aun así —al regresar de su viaje de bodas— su suegro le encomendó el proyecto más importante de su vida: una casa digna de llevar su apellido y que a la vez embelleciera la ciudad.
Don José Encarnación Ipiña siempre quiso construir un inmueble de arcada al estilo de la rue Rivoli de París, calle en la cual estuvo hospedado durante los tres años que estudió en La Sorbona. Los edificios de esta parte de la llamada Ciudad Luz se caracterizan por tener arcadas bajo las cuales operan cafés y comercios que hacen agradable el paso de los paseantes y su parte superior está destinada a uso habitacional. Así quería que fuera su casa.
Matilde Cabrera señala en su libro María Ipiña, una familia de hacendados potosina, que el anhelo de su abuelo era convertir toda la calle de La Maltos, (hoy avenida Venustiano Carranza) desde el Jardín de la Compañía (hoy Plaza de Fundadores) y hasta La Corriente (la actual avenida Reforma), en una serie de inmuebles de arcos y para ello puso él mismo la muestra.
Con esta idea se le encomendó a Cabrera Hernández desarrollar el proyecto.
Antes, José Encarnación había hablado con su pariente, el financiero Matías Hernández Soberón, quien era el propietario de la siguiente manzana para tratar de convencerlo de que hiciera lo mismo, pero éste no accedió y por ello sólo quedó con este estilo el mencionado Edificio Ipiña.
PUDO ESTAR EN PLAZA DE ARMAS
Hacia finales del siglo XIX, José Encarnación Ipiña era el propietario de varias fincas en la parte norte de la actual Plaza de Armas, específicamente de la manzana que comprende la propia plaza, la calle Hidalgo, Álvaro Obregón (entonces Juárez) y Allende y trató de adquirir las restantes propiedades de la manzana, pero no pudo comprar dos: una en la plaza, donde actualmente está un centro de atención al cliente de Telcel y la otra sobre la calle Obregón, el inmueble donde operó una sucursal del Banco de San Luis Potosí en 1897 y donde años más tarde se construyó la actual sucursal del Banco Nacional de México (Banamex). Al no conseguir toda la manzana buscó otro terreno.
Su padre, Pantaleón Ipiña, había comprado una propiedad perteneciente al matrimonio de Andrés Barroeta y Prisca Corvalá, quienes tenían su casa en la manzana poniente de la actual Plaza de Fundadores. En dicho lugar había operado una tenería llamada La Maltos. Estaba ubicada en la manzana comprendida por la Plaza de Fundadores, Álvaro Obregón, Independencia y Carranza. José Encarnación paulatinamente fue permutando propiedades y comprando otras en la mencionada manzana.
El proceso le llevó años y ni así logró ser el propietario de toda la superficie que requería para concretar su sueño, su proyecto.
La manzana completa mide 110 por 55 metros y le faltó adquirir dos de las fincas de la parte norte (Obregón). Una era propiedad del licenciado Lamberto Vázquez y en ella se encontraban construidos unos cuartos que le alquilaba a un zapatero. Ipiña y Vázquez eran amigos, pero ni así le vendió. Decía el litigante que no tenía necesidad.
Con el estallido de la Revolución, Lamberto Vázquez se fue a Querétaro y ahí murió. Su viuda y heredera, Trinidad Torres de Vázquez, por fin accedió a vender el predio a Ipiña Sucesores en 1930, para entonces don José Encarnación ya había fallecido y el proyecto de construcción se había detenido. En el mencionado terreno opera actualmente un estacionamiento desde el cual se puede apreciar el punto donde el inmueble quedó trunco.
UN NOVEDOSO CONCEPTO
Octaviano Cabrera Hernández realizó varias propuestas para desarrollar la obra. Todos los planos están fechados en 1906, con excepción de la fachada hacia Carranza, cuyo diseño definitivo fue elaborado hasta 1911.
El señor Ipiña se decidió por una de las propuestas y la obra comenzó en 1906. Duró seis años, pero no la alcanzaron a terminar pues faltaron las fachadas de Independencia y Álvaro Obregón. El señor Ipiña murió en 1913, en medio de la revuelta social que sacudió al país.
Cabrera Hernández encomendó el desarrollo de la obra al cantero Florentino Rico quien tenía a su cargo a los maestros Atanasio Orta, Luis Aguilar, Nicolás Carrillo, José Jasso y Rafael Cepeda. Se sospecha que también pudo haber participado el escultor en piedra Mónico Gámez, mano derecha de Florentino.
El edificio Ipiña consta de dos plantas. La inferior está arcada y estaba destinada a albergar comercios, cafés y oficinas.
Totalmente novedoso para su época resultaron los dos pasajes peatonales que lo cruzaban de Carranza a Álvaro Obregón. En ambos había comercios y estaban las escaleras que llevaban a la parte central de la planta superior en donde había oficinas y departamentos. En uno de ellos vivía el ingeniero Cabrera Hernández con su esposa Matilde Ipiña y en otro, su suegro don José Encarnación Ipiña.
En la parte central de la fachada que da hacia Carranza el edificio tiene un tercer nivel que sirve para remarcar precisamente los mencionados pasajes comerciales que tenían por nombre: Cristóbal Colón e Isabel La Católica.
La parte exterior de la planta baja estaba destinada, desde su concepción, completamente al comercio. En los pasillos centrales además de escaleras para la parte superior había baños y áreas de servicio para los comercios.
Se usaron para la construcción de los locales comerciales de la planta baja, arcos de ladrillo sostenidos por viguetas de fierro, soportadas a su vez por columnas de hierro colado fabricadas en la Fundidora San Luis.
El edificio contaba con ocho departamentos, todos casi iguales. Tenían cuartos para criados, una bodega y dos patios que tenían la función de ventilar al conjunto, además de iluminar las habitaciones centrales.
En la parte superior, los departamentos cuentan con el cubo de la escalera que daba a un patio central, sala, asistencia, pieza de trabajo, cuatro o cinco habitaciones, baño, cocina, despensa, patio interior y otra escalera hacia la azotea y los lavaderos.
Los departamentos de la parte superior prácticamente son todos iguales con excepción de los dos que dan hacia Fundadores ya que ambos cuentan con terraza y una habitación extra.
Las habitaciones principales, la asistencia, la sala y la recámara principal, siempre tenían fachada y vista hacia alguna de las calles, mientras que el frente del comedor daba hacia el patio principal. Seis departamentos tienen acceso directo hacia la calle y a dos se accedía por los pasajes.
EN PALACIO, PERO SIN FELICIDAD
En 1911 Octaviano y Matilde notificaron a sus amistades el cambió hacia su nuevo domicilio: vivirían en la quinta calle de Juárez número 25, en El Palacio Ipiña.
Sólo pudieron disfrutar de su lujoso departamento dos años, pues en 1913 la familia tuvo que emigrar a la Ciudad de México. El vendaval de la Revolución se acercaba con fuerza a la capital potosina.
En septiembre de 1914, Roberto Ipiña, cuñado de Octaviano, recibió carta de uno de sus empleados. Le informaban que el Palacio había sido saqueado.
El 20 de julio arribó a la capital del estado el General Eulalio Gutiérrez. Venía procedente de Saltillo, Coahuila y Venustiano Carranza lo designó gobernador provisional y comandante de las Fuerzas Armadas.
Como tal, le exigió al vicario general de la diócesis, Agustín María Jiménez un préstamo por 100 mil pesos, pero el Obispado se lo negó. Furioso, el revolucionario ordenó la expulsión de todos los religiosos y con excepción de tres o cuatro sacerdotes, éstos partieron en tren rumbo a Nuevo Laredo.
Las fuerzas vivas saquearon entonces el Palacio Episcopal (actual Palacio Municipal) del Obispo Montes de Oca.
El 15 de agosto los revolucionarios saquearon el Palacio Ipiña, incluida la amplia biblioteca de don José Encarnación. La turba cambiaba “brazadas de libros por platos de enchiladas”, referían los reportes de los empleados de la familia.
Eulalio aprovechó su estancia en San Luis Potosí para casarse en la iglesia de La Compañía. Su novia vistió en tan importante ocasión el vestido de novia de Matilde Ipiña. Su prometido se lo había robado durante el saqueo.
En noviembre la Convención de Aguascalientes nombró a Eulalio Gutiérrez, presidente provisional de la República. Mientras él gobernaba desde la Ciudad de México, Carranza lo hacía desde Veracruz.
Su suerte cambió de manera súbita y en enero de 1915 tuvo que huir de la capital del país. Viajó rumbo a Guanajuato, pero en San Felipe Torresmochas acabó con él la División del Norte al mando de Pancho Villa.
Los Cabrera Ipiña regresaron a San Luis Potosí en 1917. Tuvieron que comprar un ajuar completo de muebles pues los revolucionarios habían cargado hasta con las alfombras.
Para 1918 el matrimonio tenía siete hijos: Matilde, Octaviano, Carmen, Elena, Luisa, Ernesto y Berta, quien murió a la tierna edad de tres años.
La salud emocional del ingeniero y arquitecto Octaviano Cabrera decayó. Se deprimió y viajó a Europa para tratar de encontrar un remedio para su tristeza. No tuvo éxito, pero a pesar de ello diseñó las casas de sus hermanos Joaquín, en Carranza y la de Jesús en Iturbide y Morelos.
Se retiró a la Hacienda El Bozo, en San Luis de la Paz, Guanajuato. Ahí, el 24 de agosto de 1924 se dio un tiro de escopeta que le destrozó el hígado y el pulmón. Insistió su familia que se trató de un accidente. Tenía 44 años de edad.
Matilde nunca regresó al Palacio. Vivió hasta 1969 en una casa diseñada y construida por Octaviano especialmente para ella en la esquina de Zaragoza y Galeana.
El edificio Ipiña fue incluido el 19 de diciembre de 1990 en la lista de Monumentos de la Nación con lo cual quedó bajo la protección del Gobierno Federal.
Para la realización de este texto se usó como fuente, entre otras, el libro El Centro Histórico de San Luis Potosí en la obra de Octaviano Cabrera Hernández, del doctor Jesús Victoriano Villar Rubio, editado por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.