Ironía
La palabra define a quien la pronuncia y delata sus propósitos e ideas. La historia del hombre podría reducirse a las relaciones entre sus palabras y sus pensamientos. La palabra es el hombre mismo y como dijo Octavio Paz: ” Estamos hechos de palabras, ellas son nuestra única realidad «.
¿ Y qué pasa con los discursos presidenciales ?
Guadalupe Victoria fue el primer presidente de México, tenía 38 años de edad, al igual que Francisco I. Madero cuando asumió la presidencia. López Obrador tiene 65 y aún con esa diferencia de edad, sus discursos de toma de posesión nos revelan al hombre y al gobernante.
Guadalupe Victoria dijo en 1824 en su mensaje, » Un respeto sano y religioso de la voluntad de mis conciudadanos me acerca en este día al santuario de las leyes, sobrecogido por el temor, vacilo por los beneficios de la patria «.
» Las personas y las propiedades serán sagradas y la confianza pública se establecerá. La forma de gobierno federal adoptada por la nación, habrá de sostenerse con todo el poder de las leyes » y termina su discurso diciendo: » Estos son señor, los votos de mi corazón; estos mis principios. ¡ Perezca mil veces si mis promesas fueren desmentidas o burlada la esperanza de la patria!
Note usted el respeto y la humildad, el santuario de las leyes y el temor vacilante por los beneficios de la patria. La devoción y entrega. Honestidad pura, en 1824, cuando se creaba la nación mexicana como una república federal. El primer presidente de México.
Sin embargo, Francisco I. Madero, un ícono de López Obrador, pronuncia a la misma edad de 38 años, en 1911, un discurso, no de devoción, ni de respeto, ni de humildad, sino de autoelogio; dijo » la casi unanimidad de votos con que se me ha honrado para este alto puesto». Les pregunto si había necesidad de señalarlo. Ese autoelogio revela al hombre.
Y López Obrador a sus 65 años, en 2018, veintisiete años mayor que el señor Victoria y el señor Madero, a ciento noventa años -casi dos siglos- del primero y ciento siete años -un siglo- del segundo, nos ofrece un tono muy pero muy apartado del discurso de Guadalupe Victoria porque no le escuchamos pasión, devoción ni entrega, más bien fue un discurso más cercano al autoelogio de Madero.
López Obrador dijo » llegué después de muchos años de lucha personal […] he sobrevivido con dignidad y orgullo «. ¿ Hay necesidad ?. No. Evidentemente no.
Y luego la soberbia del título de la autonombrada » Cuarta Transformación «. Muy pretencioso el nombrecito, aunque él mismo señalara expresamente que no lo era.
El mensaje fue muy claro. Confirma que habrá un cambio de régimen político y que va a reformarse la Constitución. En la voz del pueblo se escucharía distinto, pero cuando lo dice una sola persona, el sentido de esas expresiones unilaterales, revela, asomándose, la decisión de un poder omnímodo.
Pero el discurso presidencial resuelve incógnitas: el nuevo gobierno confirmó en la voz del presidente que se enfila a modificar el régimen político del país a través de una disrupción en las instituciones.
Ya lo dijo el presidente en su discurso, hubo un fracaso de la política económica neoliberal y aunque él perdona y quiere un punto final, se habrá de consultar al pueblo sobre si se ejercen acciones legales en contra de los corruptos. La falsa disyuntiva.
Dijo estar en contra de la reelección, pero que en dos años y medio se someterá a la revocación del mandato y así, sucesivamente, a consulta si se queda o se va, y así, de manera indefinida, pero si sucede a esto no se le llamará reelección porque ella se daría si se hiciera uso de instituciones como el INE y las leyes electorales.
Así de profunda anda la palabra del discurso y como vimos al inicio de la columna, si la palabra define a quien la pronuncia y revela sus propósitos, está muy claro, al señor le gusta el poder totalitario.