Llegará Estado de silencio a Netflix este jueves
Las democracias carecen de viabilidad si sus ciudadanos no las comprenden. Y los partidos, si sus militantes se excluyen de la discusión, y sus cúpulas expropian las decisiones fundamentales. Desde Atenas la democracia se concibió como el gobierno o el poder del pueblo y para el pueblo, que deliberaba en la plaza. “El demos precede a la cracia. La polis (el Estado) está al servicio de los ciudadanos, el gobierno existe para el pueblo, no al revés” (Sartori). Exige intercambio de visiones, debate. Y a más desarrollo de las democracias, aumentan las personas que discuten, la propia discusión, la discusión correcta y el respeto por la palabra y la verdad.
Las masas no deliberan y son propicias a demagogos y oclocracias -poder de la masa, el sentido degenerado, como en la 4T-. De ahí que la democracia sea el sistema que más depende de la inteligencia, y en particular de la mentalidad lógica –pensamiento crítico- y de la actitud dialogal, en esa pluralidad del pueblo. En las democracias que hoy funcionan hay instrumentos necesarios: los partidos políticos, las elecciones y la transmisión del poder que significa la representación; entre ellos hay que lubricar el flujo deliberativo que vincula los procesos: de formación de opinión pública, de acceso al poder y de ejercicio del poder. De la posibilidad que tienen los ciudadanos de participar en deliberaciones públicas, o en la elección de representantes que deliberen, deriva la obligación de cumplir la ley; en tanto que la deliberación hace público lo que debe ser público, y genera los compromisos básicos que cohesionan a una sociedad política.
En un gobierno representativo el pueblo ejerce el poder porque es capaz de controlar y de cambiar a los detentadores del poder, en competencias por el voto que generan a los partidos, y éstos son indispensables en las democracias porque canalizan demandas, agregan intereses, son agentes de representación. Hoy su funcionamiento real es con un sistema de partidos en profunda crisis de confianza, al convertirse en un elemento tan esencial que le llaman “partidocracia”, en la que el centro del poder se ha desplazado y concentrado en los dirigentes partidistas (Duverger), con déficit de ciudadanía.
El PRI se creó desde el poder (Calles y Cárdenas). El PAN frente al poder, su fortaleza: surgió como asociación voluntaria de ciudadanos que durante décadas se mantuvo fiel al arquetipo democrático en su vida colegiada. Su sistema original de adopción de decisiones internas era en asambleas a nivel local o nacional, que daba importancia a cada militante, equilibraba los resultados de suma positiva y suma cero; minimizaba riesgos externos y costos de adopción de decisiones; y regía la regla de la mayoría. Y sus comités ejecutivos o directivos y sus consejos buscaban consensos o acuerdos más generalizados. Por desgracia, las últimas dirigencias del PAN abandonaron la función moral de la política y del gobierno democrático, y los fundamentos morales de la asociación: expresión del Humanismo Político y del consubstancial sentido del deber, de los derechos que conllevan obligaciones, y del valor de hacer las cosas “a cambio de nada”. Esto se perdió por una visión económica interesada de la política de grupos, hoy prevaleciente.
De ahí la pertinencia del Manifiesto que militantes y simpatizantes del PAN (ex gobernadores, legisladores, alcaldes, dirigentes) presentamos el viernes 23 a sus órganos estatutarios para reencontrar su identidad como instrumento de la ciudadanía, ser referente de prácticas democráticas, con exigencias como: reformar estatutos para recuperar asambleas y convenciones de libre deliberación; a los consejos, conciencia crítica, balance institucional; reincorporar panistas; analizar imputaciones de corrupción de algunos servidores públicos y dirigentes; auditar el padrón de militantes; y designar al coordinador de diputados con solvencia moral e incuestionable fama pública. La crisis de nuestra democracia, y del PAN en lo particular, exige atender exigencias para devolverles viabilidad por estar al servicio del pueblo, no al revés.