
Los niños que fuimos
¿A quién no le importan las opiniones de las personas que están bajo su cargo? A los emperadores, a los autócratas, a los que se creen elegidos por Dios, a los dictadores, a los tiranos, a los autócratas. Desde que llegó al poder Andrés Manuel López Obrador, no le interesa en realidad lo que piense el ciudadano mexicano. Él trata de moldear con sus mentiras, engaños y charlatanería el pensamiento de las masas para que se ajuste a sus hechos y sus falsedades. Esa es la esencia del populismo. Las masas que reciben dádivas y creen que él fue el redentor de la patria lo apoyan en gran número. Por supuesto, esto se asemeja a la democracia en su forma hipotética, pero no significa que quienes no estén de acuerdo y critiquen sus errores y limitaciones deban quedarse callados o que sus opiniones no cuenten. Este ha sido un sexenio en el que el presidente ha ignorado el mensaje de la opinión pública calificada, incluso cuando es compartida por muchos. Su respuesta de «no oigo con un oído y no oigo con el otro oído» refleja una actitud altanera y autocomplaciente por parte de López Obrador. Él arroja migajas a la gente y escucha sus vítores. Esto representa la exacerbación de la política paternalista y electorera que experimentamos los mexicanos durante el siglo XX.
Para quienes expresamos públicamente nuestras opiniones en los medios, a veces resulta redundante repetir lo mismo: el presidente se equivoca y es incapaz de reconocerlo. Además, su círculo cercano no solo lo defiende, sino que también bloquea información verídica para evitar que se enoje. Sus cambios en el gabinete no han sido debido a que simplemente sean malos servidores públicos, sino porque han enfrentado su mala praxis. Sobre sus seguidores masivos, mejor no hablar.
Incluso en situaciones que muchos aplaudimos, como la extradición de Ovidio Guzmán, se perciben rastros de corrupción y podredumbre dejados por sus acciones. Los Estados Unidos constantemente debaten la posibilidad de intervenir militarmente en nuestro territorio debido a la fallida política de combate al crimen. Corrijo, no es una política fallida de combate al crimen, es más bien una política complaciente con el crimen organizado que está vinculado con el narcotráfico, lo que les afecta considerablemente. Estamos de acuerdo en que se reduciría en gran medida el problema si ellos dejasen de consumir. Sin embargo, como país, no deberíamos ser la causa de su problema. Tal vez un país más progresista como Canadá debería estar enfrentando estos problemas en nuestro lugar. La razón principal por la que el crimen organizado ha prosperado en nuestro país no es por cuestiones ideológicas, sino debido a la pobreza, la corrupción y la permisividad.
Por lo tanto, es positivo que se haya alejado al hijo del Chapo de la tentación de escapar antes de tiempo a través de un túnel. Sin embargo, es lamentable que hayan obedecido una orden de los norteamericanos en una fecha tan significativa como el 16 de septiembre, día en que conmemoramos la independencia de México.
Estos son indicios y motivos que no debemos dejar de observar. Aunque la próxima salida del presidente de la silla presidencial podría ser un alivio para quienes nos consideramos críticos y opositores, debemos estar atentos a la sucesión, que para muchos huele a un maximato y pone en riesgo la continuidad de estas estrategias permisivas y de complicidad manifiesta en la persecución del crimen. Es otro desafío para el país.