Diferencias entre un estúpido y un idiota
Aquí no sabemos si es verdad todo lo que cantó el “jilguero Lozoya”.
No sabemos si están implicados los expresidentes Peña, Calderón y muchos otros presuntos culpables en sobornos, en la supuesta compra amañada de empresas y menos en la conjetura de lavado de dinero.
Tampoco sabemos hasta dónde llegaron los arreglos truculentos del “jilguero Lozoya” y hasta dónde llegará la perversión presidencial en el mayor escándalo político del siglo.
Tampoco conocemos los intríngulis legales y las trampas a las que han recurrido “los hombres del presidente” –el “fiscal carnal” y los “carnales ministerios públicos” –, para cumplir el capricho de la venganza presidencial.
Lo que, si sabemos, sin embargo, es que la malévola perversión de López Obrador pretende hacer tragar puños de espectáculo mediático a los ciudadanos –a los mexicanos todos–, para que olviden el mayor fracaso gubernamental del siglo y la peor gestión presidencial de la historia.
Lo que sabemos es que el canto del “jilguero Lozoya” es una grosera cortina de humo, un distractor, un engaño colectivo, ante el saqueo del dinero público que lleva a cabo la mal llamada “cuarta transformación”.
Y es que para nadie es nuevo que ante el fracaso escandaloso del presidente –escándalo en todos los rubros–, “la pandilla en el poder” busca saciar los más bajos apetitos sociales –la venganza, la traición, la delación, la mentira y la difamación–, para ganar el aplauso de la plebe.
Lo que, si sabemos los ciudadanos, es que mientras el “jilguero Lozoya” canta la tonada que le enseñaron y “salva el pellejo” revelando, difamando, calumniando o denunciando; mientras el presidente aplaude la siembra de odio y la división entre los mexicanos, el número de muertes violentas sigue a la alza y baja la calidad de la seguridad y el bienestar de los mexicanos.
Lo que sí sabemos que al tiempo que el “Jilguero canta”, es más letal el Coronavirus, son más los muertos, los infectados y es más evidente el fracaso sanitario del gobierno de AMLO; una gestión que se corona con el penoso tercer lugar de muertes en el mundo.
Sabemos que mientras Obrador alimenta la hoguera de su venganza, la suma de muertes por Covid-19 y muertes violentas, llega a la escandalosa cifra de 200 mil mexicanos que ya no están; 200 mil vidas perdidas que con su silencio gritan al mundo que el de AMLO es un gobierno criminal; 200 mil vidas perdidas que confirman que un mal gobierno, como el de López, puede ser más letal que la más sofisticada arma de destrucción masiva.
Lo que si sabemos es que mientras el “jilguero Lozoya” canta, miles de empresas mueren a causa del fracaso económico del gobierno de AMLO y, sin esas empresas, dejan de existir millones de empleos y otros tantos millones de mexicanos son empujados a la pobreza y la pobreza extrema.
Sabemos que mientras canta el “jilguero Lozoya” y mientras se alimenta el fuego de la venganza, más mujeres serán asesinadas; más niños con cáncer carecerán de medicamentos; más niños perderán la vida por hechos violentos y más mexicanos tendrán una educación más deficiente; mientras el presidente Obrador se regodea porque deben declarar los expresidentes Calderón y Peña, México seguirá perdiendo competitividad en turismo; en la producción de vehículos; en la industria de la construcción.
Sabemos es que la venganza presidencial –propia de los peores tiranos de la historia–, empezó con Rosario Robles, convertida en la primera presa política del sexenio y a quien también quisieron llevar al extremo de la delación, la traición y la difamación de otros de sus excompañeros.
Sabemos que la venganza siguió con el exministro Eduardo Medina Mora, obligado a renunciar en abierta violación a la Constitución.
Sabemos que la venganza también alcanzó a Genaro García Luna, al tiempo que era perseguido Emilio Lozoya; sabemos que a García Luna lo arrinconaron igual que a Lozoya, para que delatara, difamara y traicionara a Calderón, lo cual hasta hoy no ha ocurrido; mientras que Lozoya si aceptó el juego de la delación, la traición, la difamación y la calumnia contra sus ex compañeros de gabinete.
Y los ciudadanos sabemos que, mediante perversiones idénticas a las empleadas por dictadores como Mussolini y Hitler, López Obrador persigue a sus enemigos, los arrincona, los doble y, a cambio del perdón, les propone delatar a enemigos mayores. El juego perverso de la venganza de Estado, acompañada con todo el peso presidencial y de las instituciones.
Y todos sabemos que un perseguido político, al que le ofrecen perdón a cambio de la delación, es un jilguero capaz de cantar la tonada que le pidan.
Sí, si es necesario, Lozoya dirá misa en latín, en japonés y en chino, porque quiere “salvar el pellejo” y porque la perversión presidencial requiere alimentar el circo mediático con lo más bajo de la degradación humana; la mentira, la delación, la difamación, la calumnia y la fabricación de culpables para contar con abundante “atole con el dedo”.
Sí, el circo para ocultar el fracaso de AMLO; el mayor fracaso de la historia.
Al tiempo.