Reforma en el bachillerato, un paso hacia la modernización educativa
“Alexandre Dumas es uno de esos hombres que podrían llamarse sembradores de la civilización; limpia y mejora los espíritus; fertiliza las almas, cerebros, inteligencias; crea sed de lectura; excava el corazón humano y lo siembra. (…) De todas sus obras, tan múltiples, tan variadas, tan vivas, tan encantadoras, tan poderosas, emerge el tipo de luz peculiar de Francia. Nada le falló: ni la lucha, que es el deber; ni la victoria, que es la felicidad.”
Victor Hugo.
El 24 de julio de 1802 nació, en Villers-Cotterêts, Alexandre Davy de la Pailleterie dit Dumas, Alexandro Dumas para quienes hablamos Castellano. Su obra es inmensa, como los ríos a los que nadie puede someter. Fue autor de El Conde de Montecristo y Los tres Mosqueteros. Más de 300 películas se han basado en su obra, que incluye 36 267 personajes. Algunas de sus 80 novelas fueron llevadas por él al que fue su género favorito, el teatro, siempre con un gusto especial por lo truculento, por una forma de ver la historia romántica que valora lo excepcional, lo desmesurado. Encendió el alma y la imaginación con el poder de la inspiración y la magia de la palabra. Traducido a más de 100 idiomas, es uno de los franceses que más enriqueció su idioma y, también, uno de los más leídos a nivel mundial.
Su vida fue frondosa, exuberante, tal vez excesiva, nunca mezquina, totalmente habitada por una luz generosa. Como sus mosqueteros, gustó de memorables juergas, mujeres y comida regada por buenos vinos. Sufrió el racismo y clasismo, como mulato que fue, en una Francia íntimamente contradictoria con sus ideales revolucionarios, en que la esclavitud no había sido abolida. A pesar de ello comprometió su honor, su libertad, su propia vida en las batallas que libró en nombre del ideal republicano al lado de Garibaldi en Sicilia.
Un día, para hablar sobre las libertades que se tomó con la historia, Dumas dijo lo siguiente: “La historia no es más que un clavo en el que cuelgo mis novelas”. Éste prolífico autor es de hecho ese inmenso perchero romántico al que cada uno, más o menos, llegamos a colgar nuestra juventud o quizá parte de nuestra vida. Y no puede ser de otra forma, porque sus dos más grandes novelas formaron parte de la historia.
En El Conde de Montecristo, su mejor obra, Dumas obtiene la idea fundamental en las memorias de un hombre llamado Jacques Peuchet, quien contaba la suerte de un zapatero llamado François Picaud que vivía en París en 1807. Él se comprometió con una mujer con fortuna, pero cuatro “amigos” envidiosos lo acusaron falsamente de ser espía de Inglaterra. Fue encarcelado durante 7 años. En ese periodo otro preso moribundo le legó un tesoro escondido en Milán. Cuando Picaud fue liberado recobró el tesoro, cambió su nombre, regresó a París y dedicó 10 años a fraguar una exitosa venganza sobre sus antiguos amigos.
Para escribir Los Tres Mosqueteros, Dumas se basó en los manuscritos Memories de Monsieur d’Artagnan, capitaine lieurtanant de la premiere compagnie des Mousquetaires du Roi, Memorias del señor D’Artagnan, teniente capitán de la primera compañía de los Mosqueteros del Rey, por Gatien de Cortilz. Este libro fue prestado por la biblioteca de Marsella y la ficha de préstamo permanece hasta hoy –Dumas se quedó con el libro-.
Qué bueno que se quedó con él, porque legó, a la “República de las Letras”, la obra por excelencia de la novela de caballería. Y considerando su obra completa, legó a la humanidad parte de sus mejores aventuras y sueños.