Va con todo el G20 para que tributen los superricos
Con la llegada de Joe Biden vuelve el alma al cuerpo de medio Estados Unidos; a la otra mitad, fanática de la arrogancia y estridencia de Donald Trump, seguramente no, porque la mentira suele sobrevivir al mentiroso.
La sociedad estadunidense está fracturada; ha perdido el sentido de identidad. La confianza se ha erosionado. Las fuerzas que la dividen tienen raíces profundas. Estados Unidos padece un momento histórico de crisis y retos.
Pero, por magnífico que haya parecido el llamado de Biden a la unidad inaplazable, y comprometerse a gobernar no con el ejemplo del poder sino con el poder del ejemplo, el golpe de Trump ha minado la confianza en la democracia, el bien más esquivo. La herida tardará años en sanar.
La capacidad del expresidente para causar más daño a su nación estará mucho más limitada, sí, pero no muerta.
Sume a esta amenaza otras tan graves como el fuego furioso que todo destruye. Hablo de la emergencia desatada por la pandemia, la crisis climática, la depresión económica, el proteccionismo nacionalista y hostil, la política migratoria deshumanizada, el supremacismo blanco, la violencia racial y la polarización política; todo lo que es pesadilla para los sueños de grandeza azuzados por Trump.
Biden asume el mando, para exorcizar al fantasma de su antecesor impresentable, altanero, tramposo y visceral, y dar un golpe de timón, un viraje abrupto de forma y fondo. En eso le van alma, corazón y vida
…y a México le toca sincronizarse con los nuevos modos de la Casa Blanca; por vía de los hechos, de manera institucional, sin populismos, histrionismos, protagonismos, ni malas caras.