Libros de ayer y hoy
Quienes integraron el gabinete de Juárez, eran «hombres que parecían gigantes», dice el presidente Andrés Manuel López Obrador que, en su imparable búsqueda de la 4T, tiene la intención de emular a su referente político por excelencia, el oaxaqueño que en su periodo presidencial del 19 de enero de 1858 al 18 de julio de 1872, cuando murió, cambió a la friolera de 188 ministros.
Ocampo, Zarco, Doblado, Degollado, De la Llave, Zaragoza, Comonfort, Negrete, Mejía, Prieto, Lerdo de Tejada, Iglesias, Mariscal, Lafragua, Vallarta, Romero, El Nigromante y un largo etc., son apellidos que no requieren nombre y resuenan en la actualidad, en libros, calles, escuelas y la política. Dejaron huella.
Obviamente, el periodo presidencial de AMLO será menor a un sexenio -rechaza construir una dictadura-, no los 14 años de su admirado Benito Juárez, de modo que las dos bajas secretariales que lleva, en Medio Ambiente y Hacienda, son nada en comparación. Sin contar, además, 14 subsecretarios y 227 directores generales, uno de ellos Germán Martínez del IMSS.
Los ministerios de Juárez -como se denominaban- con más cambios, fueron los de Hacienda con 29, Gobernación con 25 y Relaciones Exteriores con 24. También hubo 16 en Guerra y Marina. En las demás carteras no fueron tantos, si se toma el tiempo en consideración: Justicia e Instrucción Pública; Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública; y Fomento.
Lo anterior, según información obtenida del Diccionario Enciclopédico de México Ilustrado, de Humberto Musacchio.
Actualmente, el gabinete de López Obrador está conformado por 19 secretarías de Estado, más gabinete ampliado, empresas paraestatales, dependencias federales y organismos descentralizados.
Lo que llama la atención, además de las renuncias que en cantidad no son muchas comparadas con las de Juárez, es que López Obrador haga los cambios a la inversa de Mejía Barón en el Mundial del 94: muy rápido. Manda el mensaje de que nadie es indispensable, lo cual es cierto, pero también de que nadie le importa.
Es él o él, lo que diga su dedito, sus propios datos, sus propias encuestas, los complots en su contra, el lado autoritario que dicen tiene, pero no reconoce. Ni una sola línea de las dos severas cartas de renuncia de Martínez y Urzúa, le han merecido un comentario y menos alguna autocrítica. Así es López Obrador.
Ya se verá con cuántas bajas termina el sexenio, pero apenas empiezan, porque el poder que tiene y que con nadie comparte, le permiten eso y más, siempre que pueda mantener cautivos a los millones de mexicanos a los que reparte dinero. Un dinero que no tuvo Juárez, quien gobernó a salto de mata un tiempo, con un país quebrado y revoltoso, él mismo todo austeridad y pobreza, sin tener un rancho como La Chingada en Chiapas o varios departamentos heredados a sus hijos, o un partido político dominante con grandes cantidades de recursos a su disposición.
A López Obrador le falta mucho para asemejarse a Juárez y bien haría en empezar a aprender, pero sobre todo practicar, además de la honestidad, otra de las virtudes de Juárez: la humildad.