Ironía
Hay tres temas que resultan sumamente incómodos para todos aquellos que pertenecen o apoyan a la Cuarta Transformación. El primero es el desastre en el sector salud. El segundo, sin duda, es la inseguridad que prevalece y la colusión de este gobierno con el narcotráfico. Y el tercero es la corrupción (que, cabe acotar, está ligada al narcotráfico).
Desde que se seleccionó a personas que en los antiguos regímenes fueron reconocidos como villanos, como Manuel Bartlett; los escándalos expuestos de Segalmex que han quedado impunes durante todo el sexenio; y la farsa documentada de despotismo y desvío de fondos en la Conade, además de muchos otros ejemplos como los desfalcos en Pemex y la protección a corruptos como Napoleón Gómez Urrutia, quienes apoyan a Andrés Manuel López Obrador y su movimiento histórico no tienen más opción que mentir, guardar un silencio sepulcral cuando se tocan estos temas, o recurrir a la muy gastada táctica de evadir el asunto mencionando que el gobierno anterior fue peor, o enunciando los logros insípidos de su gobierno, que al final de cuentas no limpian para nada toda esta perversión.
Se ha hablado de otros temas que tienen que ver con la corrupción, como las participaciones ilícitas y escandalosas de los hijos de AMLO y otros familiares. La corrupción en nuestro país es como uno de esos tumores que se enraízan en lo más profundo de los organismos y que, para eliminarlos, no se pueden extirpar de un tajo; parecería que nos pudieran acabar si lo intentáramos erradicar de esta manera. Es un veneno que permea en nuestra sociedad a todos los niveles, en todos los estratos, en todos los grupos y en todas las generaciones.
La corrupción más evidente se ve en las autoridades que crean riqueza a través de su posición pública, pero nos consta que existe en cualquier figura que tenga una jerarquía, ya sea del orden civil o gubernamental. Hay corrupción en los grupos religiosos, en los grupos empresariales, en las organizaciones no gubernamentales, en los sindicatos, entre activistas, etcétera.
En el gobierno, la corrupción existe en los sectores judiciales, militares, educativos, de salud, ambientalistas, en el poder legislativo, a nivel municipal, estatal y, por supuesto, federal, y en todos los partidos políticos. Nos queda claro, después de lo que hemos vivido en este sexenio, que solo con palabras nunca podremos terminar con este flagelo en nuestro país. El cambio de mentalidad es imperante; se debe crear una nueva imagen de nosotros mismos. Debemos vernos dos veces al espejo: una para darnos cuenta de nuestros errores y problemas, y otra para decirnos a nosotros mismos que sí podemos salir de este enorme atolladero que hemos construido. Será difícil eliminar este tumor, pero podemos hacerlo si empezamos con el propio gobierno, y no con palabrerías fatuas y sin respaldo, como lo ha hecho la 4T. Este monero piensa que no hay una mejor muestra de que no existió más cambio que en los colores y los nombres del típico gobierno asqueroso que siempre hemos padecido.
Una especial mención merece dos acciones que la 4T pretende llevar a cabo y que conducen a un retroceso en esta problemática: una es la reforma judicial, que dejará el campo libre a la corrupción, y la otra es la destrucción del INAI, el órgano de transparencia que nos permite vigilar parte del quehacer gubernamental y ponerles un alto, al menos como sociedad. Ojalá esas dos batallas no se pierdan en la guerra contra la devastación de nuestra nación.