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Inteligencia y principios
La imaginación es, quizá, el mejor método para reimplantar un espíritu de libertad que, a su vez, no hace sino reafirmar la dimensión moral del hombre y, como tal, es temida por los gobernantes. No lo sé, pero me atrevo a crear que José Saramago intuyó estos conceptos al escribir sus novelas, casi poéticas, con ese pesimismo que, al final, lo único que deseaba era cambiar el mundo.
Hijo de padre campesino y madre analfabeta, criado en un hogar sin libros, tardó casi cuarenta años en pasar de trabajador metalúrgico a funcionario público, de editor en una editorial a editor de un periódico. El accidente del desempleo, a mediados de los cincuenta, finalmente lo llevó a arriesgar su vida como escritor de tiempo completo. Y tenía sesenta años antes de obtener el reconocimiento en casa y en el extranjero con Baltasar y Blimunda.
Aun así, al portugués alto, delgado y con lentes le gustaba recordarle a la gente que él «no nació para esto», no solo por desconcierto por su éxito tardío en la vida. También era para explicar que su estilo narrativo distintivo, su voz irónica, su imaginación desenfrenada y los temas alegóricos de sus libros son todos productos de su vida antes de convertirse en escritor. «Creo que simplemente tiene que ver con mi pasado», decía él.
El hecho de que ese pasado también estuviera profundamente arraigado en la historia y la literatura de lo que durante mucho tiempo fue uno de los países más pobres y aislados de Europa bien pudo haber reducido su enfoque, pero Saramago sentía que esto había funcionado a su favor. Decía «Creo que cuanto más auténtica es la expresión de las raíces culturales de un autor, más comprensible es para las personas de otras culturas”. Y, sin embargo, aunque profundamente portugués, Saramago fue un extranjero: un ateo y un comunista en una tierra católica y conservadora.
En 1992, un gobierno portugués de centroderecha incluso vetó su novela El evangelio según Jesucristo por blasfemia. Furioso, dejó Lisboa y se mudó a Lanzarote, isla volcánica española frente a la costa occidental de África, con su esposa, Pilar del Río.
Incluso el Vaticano lamentó que el premio Nobel hubiera sido para alguien que percibe como antirreligioso. «¿Por qué el Vaticano se involucra en estas cosas?», se preguntaba Saramago, »¿Por qué no se mantiene ocupado con las oraciones? ¿Por qué no abre sus armarios y revela los esqueletos que tiene dentro?».
Pero en Portugal, donde las paredes estaban enyesadas con carteles que proclamaban «Felicidades, José Saramago», en aquél momento lo recibían como un hijo pródigo. «El premio se convirtió en un acontecimiento nacional», decía él, »La gente se me acercaba, no para felicitarme, eso sería normal, sino para decir: ‘Gracias, gracias’, como si el Premio Nobel fuera una especie de reconocimiento para todos mis compatriotas, como si todos hubieran crecido una pulgada más alto».
Cuando comenzó a trabajar como obrero metalúrgico a los 17, soñaba con convertirse en escritor. Cambió de trabajo para convertirse en empleado de un hospital y comenzó a pasar las tardes en una biblioteca local. Cuando tenía 25 años, escribió una novela, Tierra de Pecado, y sorprendentemente fue publicada, aunque pasó desapercibida.
Pero después de que envió una segunda novela a un editor y nunca recibió respuesta, dejó de escribir. Pasó veinte años, desde 1947 hasta 1966, sin publicar una palabra. Simplemente vivió su vida.
En la década de 1960, mientras trabajaba para una editorial de Lisboa, publicó dos libros de poemas, pero nada más ambicioso. En ese momento, Portugal estaba gobernado por una dictadura de derecha que había estado en el poder desde 1926, pero esto no explica el silencio de Saramago. «No fui víctima de la opresión fascista», dijo alguna vez. »Hubo grandes escritores que continuaron escribiendo contra viento y marea. No tomé riesgos porque no tenía nada que decir. Al menos no en un sentido literario.».
Después de unirse al Partido Comunista en 1969, comenzó a escribir editoriales en un periódico de Lisboa, luchando diariamente con los censores oficiales. Después de que la revolución de abril de 1974 derrocó al régimen, se convirtió en subdirector de un periódico recientemente nacionalizado dominado por los comunistas, Diario de Noticias, hasta que una contraofensiva anticomunista lo expulsó de su trabajo en noviembre de 1975.
Él llegó a comentar «Probablemente pueda agradecer a esto el hecho de que me convertí en escritor. Al encontrarme sin trabajo, derrotado políticamente, decidí que había llegado el momento de determinar si realmente era un escritor. Sentí que tenía algo que decir, pero no sabía qué”.
Prescindió en aquel momento de la puntuación ortodoxa, como los signos de interrogación o las comillas para el diálogo, y saltaba entre tiempos pasados y presentes. »Más tarde comprendí por qué sucedió esto», en alguna ocasión comentó Saramago. »Había estado escuchando las historias de campesinos que no sabían leer ni escribir, así que me dije a mí mismo: Cuéntales las historias que me habían contado. Así encontré la voz del narrador. Y no necesitaba puntuación porque no es así como hablamos ».
Levantado del suelo (1980) es una novela sobre la vida de los trabajadores bajo un régimen dictatorial, que se apodera y ocupa la tierra.
Ensayo sobre la ceguera (1995) describe a toda una población que se está quedando ciega, y trata sobre cómo las personas individualmente hacen frente e intentan sobrevivir a eventos impactantes. Hay que decir que la mayoría de los libros de Saramago, nació mientras esperaba que lo atendieran en un restaurante. De repente le vino a la cabeza la pregunta: »¿Y si todos fuéramos ciegos?» Y luego de inmediato, como si se respondiera: »Pero todos somos ciegos». Y de ahí vino su relato alegórico de una ciudad barrida por una epidemia de ceguera repentina.
En Ensayo sobre la lucidez (2004) explora una elección posterior a la ceguera, donde las personas emiten sus papeletas de voto en blanco mientras las autoridades se vuelven más necias y agresivas en contra de la gente.
Cada novela es diferente, sin embargo, tratan repetidamente de vivir en las condiciones extremas e inhumanas de la sociedad de clases, y de la esperanza que tenemos de un futuro mejor.
En El Evangelio según Jesucristo, es evidente que él conoce su Biblia y trata la figura de Jesús con compasión, como víctima de una lucha de poder entre Dios y el Diablo. Pero su mensaje subyacente es que la religión ha vuelto al hombre contra el hombre en guerras, masacres, exterminios, autos de fe y cosas por el estilo, todo en el nombre de Dios.
A manera de epílogo confieso que admiro de Saramago su prosa como atronadora sacudida contra el dolor que unos seres humanos causamos a otros. A la par, admiro de él, como hombre, la coherencia de usar la palabra y no la pistola o la bofetada para intentar cambiar la realidad. Leerlo es quizá el mejor tributo que se le puede rendir, pero –definitivamente- leerlo va a cuestionar nuestras creencias y principios y, lo más probable, es que nos otorgue una nueva visión del mundo.