
Trump, ¡uy que miedo!
Me imagino que los filósofos griegos que idearon el sistema democrático en algún momento previeron que habría algunos riesgos y peligros en él, pero decidieron que era mejor sufrir esos problemas que los que traían los demás regímenes y sistemas de gobierno, principalmente la monarquía o autocracia, el despotismo y la anarquía.
Se pueden enumerar muchos problemas que han sido encontrados a lo largo de la historia de este sistema de gobierno, refiriéndonos nuevamente a la democracia. Pero para ello se han institucionalizado leyes, normas y organismos que nos ayudan a sostener y mejorarla. Sin embargo, la constante capacidad humana para crear nuevos problemas, ya sea por sus avances evolutivos sociales y tecnológicos o por esa inquietud obscura que lleva a crear atajos y buscar recovecos para poder vencer los sistemas en funciones, incluso los creados por su propio bien, ha hecho que se planteen muchos cambios en la democracia de todos los países del mundo. En multiples casos, estudiando las soluciones que han encontrado los diferentes países se han previsto problemas en los propios.
En otras ocasiones se ha tenido que experimentar en carne propia las dificultades para crear las regulaciones que las solventen. En el caso de México, que nació como una república democrática a partir de nuestro primer presidente electo, Guadalupe Victoria, hemos pasado por varias etapas en donde la democracia ha tenido que ser resarcida y nuestras leyes reconfiguradas constantemente. Por ejemplo, Porfirio Díaz, a finales del siglo XIX, presentó varios problemas a la democracia que en su momento fueron resueltos por algunos pensadores e implementados por la fuerza de las armas. México tiene claras doctrinas que lo caracterizan y sobre las que se crea una personalidad nacional o idiosincrasia, que hasta cierto punto podríamos decir es inamovible, como aquella frase de Benito Juárez, que representa nuestra posición ante los conflictos externos o la acuñada por Francisco Madero para evitar un nuevo régimen totalitario, como el sufrido en el porfiriato, “sufragio efectivo, no reelección”. Y sin embargo, las cúpulas priistas del siglo XX encontraron la forma de reelegirse al crear un sistema de partido único y hegemónico, al cual se le tituló en algún momento “la dictadura perfecta”. Pero los propios ciudadanos creamos organismos como el IFE/INE para evitar tener esa monserga nuevamente.
Ahora nuestra democracia se encuentra con nuevos retos. Hoy la tecnología permite darle vuelta al sistema con algunas trampas y atajos que los partidos políticos han encontrado en las lagunas de la ley. Hay vicios como el mapacheo o el carrusel que no han podido ser superados a pesar de la persecución de fiscalías especializadas. También ha habido cambios globales en nuestra sociedad, que ahora exige ser incluyente. Y qué decir de la participación palpable del crimen organizado que se ha convertido en un nuevo factor de poder y decisión a través de la inyección de recursos económicos y de ejercer violencia y terrorismo contra los participantes de los comicios electorales.
Estamos a unas cuantas semanas de decidir por otros seis años de gobierno, y las opciones prácticamente se reducen a dos, a la continuidad de una izquierda como sepulcro blanqueado, podrida por dentro, pero que muestra un rostro mesiánico de falsa inocencia, o una centro derecha, con compromiso social que padece de enfermedades crónicas heredadas de sistema políticos anteriores. Por un lado tenemos a la urgida por el actual presidente como su reemplazo abanderando el movimiento de la cuarta transformación, y por otro, una advenediza, que encabeza la campaña del PRI, PAN y PRD, no tanto por méritos acumulados en su carrera, sino por los alcanzados en un flamazo repentino en los sucesos registrados el año pasado. Claudia Sheinbaum por sí sola, tiene credenciales suficientes para ser una buena promesa, pero para quienes la repudian y para quienes la apoyan más, lo hacen por la misma razón, el patente apoyo y posible manipulación de las bambalinas de Andrés Manuel López Obrador. Para quienes apoyan a Claudia, la mano de AMLO es una promesa esperanzadora y para quienes la repudian es una terrible desventaja.
Por otro lado, Xochitl Gálvez tiene más buena voluntad que credenciales. Su capacidad no se percibe de primera mano. Se le tendría que tener mucha fe, en un país que precisamente está padeciendo de un exceso de fe hacia su último gobernante. Tiene el respaldo de los partidos políticos de oposición y al mismo tiempo ese es un problema. No tiene el arrastre masivo de otros líderes y no convence completamente con sus propuestas, que en muchas ocasiones parecen medidas desesperadas y hasta arraigadas en el alto nivel populista que deja López Obrador, quien prácticamente dicta el son al cual los contrincantes deben bailar.
Pero tiene a su favor ser el rostro amable de una furiosa clase media y empresarial, de los arrepentidos que castigaron al antiguo régimen en las urnas hace seis años, de los decepcionados que se ha dado cuenta hasta la indignación del peligro real, que se suscitó con el presente régimen y el riesgo catastrófico que conlleva repetir el mismo esquema.
Esta furia de oposición sabe que no se está enfrentando solamente a un aparato del sistema actual, sino que también está frente a un complejo entramado en el que se ve involucrado desde poderes hegemónicos internacionales o intervencionistas regionales, hasta organizaciones delictivas que han arraigado un dominio colosal y difícilmente superable sin un verdadero esfuerzo de estado. Para encabezar este lado de la marea democrática cualquier persona hubiera sido insuficiente, como desafortunadamente es hoy Xochitl.
Pero es ella. Hoy es ella y es quien tiene la difícil e histórica tarea de crear un puente de transición entre el desastroso gobierno de la 4T y una verdadera recuperación nacional, en términos sociales, económicos, democráticos, institucionales, de seguridad y sobre todo de unidad nacional.
Este 1 de marzo se escuchó el tintineo de la moneda de plata mexicana que salió despedida hacia el cielo. Águila o sol. Claudia o Xochitl. ¿Quién ganará? Muy pronto lo sabremos.