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Reforma en el bachillerato, un paso hacia la modernización educativa
Junio es el mes de dos personajes singulares. Niccolò di Bernardo dei Machiavelli, mejor conocido como Maquiavelo, murió el 21, de ese mes, en 1527; en tanto que Antoine Marie Jean-Baptiste Roger Comte de Saint-Exupéry, nació el 29 de junio de 1900. Maquiavelo fue autor de varios libros, quizá el más leído, especialmente por politólogos, Il Principe o El Príncipe. Antoine de Saint Exupéry también escribió varios libros, uno de ellos el más leído que se haya escrito en francés: Le Petit Prince o El Principito.
Ambos fueron grandes observadores de los fenómenos políticos, sociales y económicos. Los dos escribieron en circunstancias muy adversas –Maquiavelo en el exilio, de Saint Exupéry luego de pilotear su avión que se accidentó en el desierto del Sahara. Ambos fueron perseguidos por los poderosos –Maquiavelo por los Médici, de Saint Exupéry por Charles de Gaulle-. Pero, a pesar de sus coincidencias de vida, sus obras son dispares.
La diferencia esencial radica en cómo los dos libros presentan la urgencia social que impulsa las interacciones políticas humanas. Maquiavelo escribió la incipiente visión moderna que coloca el miedo en el centro del orden político, convirtiendo la política en el oficio de la gestión del miedo. Al contrario, el breve libro del aviador francés, describe el profundo deseo humano de ser social por amor a los demás, no por miedo a éstos. Para Maquiavelo, el miedo a los otros es la fuente de la cohesión social; para de Saint Exupéry, la fuente es la necesidad de los otros. El primero repelería a los demás, el segundo, los atraería. Al final, la simple sabiduría del Principito puede triunfar sobre la astucia calculadora del Príncipe, o al menos la complica y complementa.
El Principito observa que las interacciones humanas no se basan y no pueden basarse exclusivamente en características visibles y calculables. Como Saint-Exupéry dice: «L’essentiel es invisible pour les yeux«, lo esencial es invisible para los ojos. Para Maquiavelo, en cambio, “los hombres en general juzgan más por sus ojos que por sus manos, porque la vista se da a todos, tocando a pocos. Todos ven cómo apareces, pocos tocan lo que eres” (El Príncipe, XXVIII).
¿Por qué es preferible el punto de vista de la amistad y de la sociedad del Principito, y más relevante para las políticas, que el del Príncipe? Quizás solo el político más despiadado y hambriento de poder quiera controlar con base en el conflicto, distanciamiento y miedo de los gobernados. El Príncipe puede ofrecer conocimiento técnico de la máquina política, pero El Principito nos da la sabiduría de las interacciones humanas. Éste nos alerta sobre la existencia de todo un ámbito de comportamiento humano y político ignorado en su mayoría por el pensamiento político moderno. La mayoría del pensamiento político moderno no puede explicar el amor familiar, amistoso o patriótico.
El Príncipe quiere que El Principito se adapte, voluntariamente o no, a los mandatos del poder político. Al final, este último tiene un sentido más verdadero de la vida y de la felicidad. El Príncipe y sus órdenes pasarán, junto con los postulados míticos del individualismo primordial y la racionalidad cuantificada en bruto que los sustenta. El Principito y sus amigos se quedarán con nosotros. No estaremos solos.