Diferencias entre un estúpido y un idiota
Los estrategas de la política económica actual que buscan regresar a México a tasas de PIB de 6% hacia finales del sexenio, debieran de revisar las circunstancias y sobre todo las condiciones que permitieron esa cifra en el largo periodo 1934-1982.
La primera sorpresa estaría no en la definición populista de los gobernantes, sino en los acuerdos económicos, políticos y sociales. En su ensayo Control político, estabilidad y desarrollo en México, publicado en 1974 en El Colegio de México como texto pionero del estudio científico-social del sistema político priísta, el politólogo José Luis Reyna fijó los primeros enfoques sistémicos: “la estabilidad del sistema político es un factor que ha contribuido sustantivamente al crecimiento de la economía”.
Por tanto, la vieja interpretación de que el llamado milagro mexicano de PIB alto e inflación baja respondía a consideraciones económicas o tecnocráticas, tuvo en realidad una fórmula contraria: la estabilidad política facilitó el PIB de 6%, aunque se tratara de una estabilidad política autoritaria por el dominio del PRI y del Estado, pero también por la ausencia de una propuesta alternativa de sectores conservadores partidistas sin fuerza electoral.
Reyna detectó que los primeros trabajos indagatorios sobre el modelo mexicano de estabilidad política-crecimiento económico fueron realizados por extranjeros: Vicent Padgett (1966) encontró un alto grado de socialización del Estado y la dirigencia política por la apropiación de la historia nacional impuesta como versión única a la sociedad, reduciendo la operación de la oposición. Robert Scott (1964) reveló el equilibrio económico social entre las clases productivas y el Estado priísta como un modelo de “intereses balanceados”. James Wilkie (1970) potenció este esquema y señaló una “revolución balanceada” no sólo de los triunfadores, sino de sectores que antes fueron contrarrevolucionarios y después pactaron la estabilidad por su papel indispensable en la inversión.
El analista más importante del desarrollo mexicano, Roger Hansen, explicó en 1971 que “el singular comportamiento de la economía mexicana está íntimamente ligado a la estabilidad política que ha caracterizado a México desde 1930”. Hansen, por lo demás, planteó el primer enfoque sistémico del modelo mexicano más allá del ejercicio del poder por la facción triunfante: el partido, el Estado y el presidente de la república como “administradores de demandas”. En 1968 Samuel Huntington, a partir del estudio de México, concluyó que la clave de la estabilidad para convertirla en gobernabilidad radicaba en el equilibrio entre demandas sociales y reformas gubernamentales administradas por el presidente dentro del Estado. Este modelo sistémico de administración de demandas fue asentado como “caja negra” en 1953 por David Easton en The political system, aunque sin ser citado por otros analistas.
A partir de estos enfoques, Reyna mostró la parte funcional operativa del sistema: la política, es cierto, pero no en lo general sino la política controlada de manera autoritaria, el “control político” de los sectores político-productivos. Al administrar las demandas, el partido, el Estado y el presidente de la república permitieron la funcionalidad básica de la producción: el PIB era de 6%, los empresarios se dedicaban a invertir, el presidente y su partido controlaban demandas y estabilizaban a la sociedad con políticas de bienestar y de distribución de beneficios salariales y sobre todo un discurso social.
La conclusión de Reyna ayudará a atender la viabilidad/inviabilidad del modelo lopezobradorista del gabinete para el crecimiento económico: la estructura de poder político para administrar demandas sociales –salarios y bienestar– y garantizar –y este punto en básico– la tasa de acumulación de capital o utilidades. Escribió Reyna “la estructura política ha sido un factor clave para el crecimiento sostenido, pues no solo ha mantenido la estabilidad, sino que ha controlado con éxito las demandas políticas de los diferentes grupos de la sociedad mexicana, particularmente las de los llamados sectores populares”.
De ahí que el PIB histórico de 6% en el largo periodo 1934-1982 conocido como un largo “milagro mexicano” fue posible por tres hechos: administración de demandas sociales por el Estado, tasa de utilidad empresarial en régimen de economía mixta y Estado-partido-presidente administrando el autoritarismo para garantizar “intereses balanceados” o economía mixta.
Más que un gabinete para el crecimiento económico se requiere de un nuevo sistema político para las metas del PIB.
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