Diferencias entre un estúpido y un idiota
Al expresidente George Bush Jr. seguro lo atrapó la crisis estadunidense en una situación de soledad porque su referencia a los EE. UU. como república bananera no fue un exabrupto, sino una categorización del momento político.
Para los analistas estrictos la crisis estadunidense no fue una sorpresa sino la confirmación de que el sistema/régimen/Estado/democracia de los EE. UU. era ya una pieza de museo desde el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1989-1991. Las élites dominantes vieron con comodidad de que estaban, diría Fukuyama, ante el fin de la historia y nadie evaluó la necesidad de una transición estadunidense a la nueva realidad pos-soviética.
Ahora se pagan los olvidos. De manera repentina los estadunidenses vieron que su país, el “Faro de la Democracia”, se tambaleaba por la irrupción violenta, armada y a balazos de una turbamulta irreverente, lumpen, destructiva. Pero que nadie se llame sorprendido. Quien lanzó la primera piedra contra el santuario del Capitolio no fue el de los cuernos de búfalo del miércoles 6, sino nada menos que la reina Nancy Pelosi en enero del 2020 cuando delante de todos los legisladores, todavía en tiempo institucional del informe sobre el estado de la nación, tomó su copia oficial del reporte del presidente Trump y lo rompió frente al congreso y a las cámaras.
Ahí comenzó todo: rompan todo.
Bueno, ahí se inició, con esa señal de impotencia de la reina Pelosi, la guerra nada convencional entre demócratas radicales contra trumpistas ultrarradicales.
Así que los demócratas deben de asumir su responsabilidad. Manejaron mal la presidencia de Trump, lo dejaron construir su ejército de reserva, permitieron que se armarán, no crearon equilibrios sociales y lanzaron sus hordas mediáticas contra Trump. Y el presidente, desde la Oficina Oval como war room o cuarto de guerra, no hizo más que aceptar el desafío.
Los responsables de la crisis del 6 de enero fueron todos. Sobre todo, los que debieron de saber leer los trasfondos de la crisis política planteada por Trump y los que decidieron encarar al presidente por la vía de la fuerza y no de la estrategia de poder.
La actitud de la reina Pelosi rompiendo el texto oficial del informe fue un grito de guerra. Y los medios del establishment comenzaron una campaña de desinformación y de ataques que no hizo más que calentar la contienda en las urnas. Y con todo y ello Trump acumulo 47% de votos populares, casi la mitad del electorado.
Ahí hubo un mensaje que nadie ha querido analizar, con el pretexto de que son republicanos, que no todos apoyan a Trump y sus radicalismos y que al final muchos de ellos son institucionales. Ya no importa. Lo que vale es la cifra: 47% con Trump. Del lado contrario, Trump si supo leer esa cifra y la calibró.
Los analistas nos deben una mejor valoración del significado de Trump y sus comportamientos políticos. El asalto al Capitolio es inaceptable, pero la clave se encuentra en explicar ese hecho.
Y, bueno… La democracia estadunidense no es cómo nos han dicho. El sistema/régimen/Estado/democracia bipartidista se olvidó de los términos medios: los historicistas, los puritanos, los granjeros olvidados y explotados por el Estado, los resentidos contra el fisco, los millones de pobres y marginados, los supremacistas y los racistas en el corazón del régimen político que avalan la brutalidad policiaca contra afroamericanos y migrantes hispanos.
Porque hay muchas dudas: ¿cómo es que se recrudeció la brutalidad racista en los años de Trump después de ocho años –¡ocho!– de gobierno de Obama y Biden con el primer presidente afroamericano en la Casa Blanca? ¿Cómo fue que nació Trump después de ocho años de Obama? ¿Qué hizo Obama para cambiar la retorica y práctica racista que hubiera evitado el surgimiento de Trump en 2016?
La irrupción de una turbamulta al Capitolio estadunidense el miércoles 6 demostró que el rey de la democracia, como en el cuento de Andersen, estaba desnudo. Y ahora vemos al imperio ejerciendo el poder brutal del poder –valga la redundancia– contra sus propios ciudadanos, por muy radicales, racistas y locos que fueran. Del miércoles 13 al miércoles 20 los EE. UU. serán una dictadura militar-policiaca-autoritaria con miles de policías, guardias nacionales y comandos militares especializados ahora en las calles para reprimir o contestar con represión los ataques de los supremacistas, ultras e irracionales trumpistas.
Algo falló en la democracia estadunidense que se impone, a sangre y golpes de Estado en otros países, ahora mismo en Irak y Afganistán, se quiere introducir otra vez en América Latina y se vende como la salida histórica de la humanidad.
El golpe de Trump a la democracia fue simbólico, no de turbas; cómo convencer ahora que la democracia estadunidense es el faro del mundo. Ni como ayudarlos. La decisión de la reina Pelosi de derrocar a Trump, de quitarle el botón nuclear y de cerrarle posibilidades de ser senador en el 2022 o candidato presidencial en el 2024 es, de suyo, nada democrática. Pelosi quiere la muerte política y civil de Trump, pero sin entender que no es Trump sino una corriente social acunada por la misma democracia estadunidense y que son millones los que vieron en Trump una opción de gobierno.
Como se ven las cosas, la élite gobernante no tiene una solución a la crisis, sino un aplastamiento de la disidencia. Si las hordas de Trump atacan instituciones con armas, entonces estaremos ante una guerra civil. Los EE. UU. vivirán, desde el 6 al 20 de enero, quince días que están estremeciendo al mundo y obligarán a un nuevo replanteamiento de su sistemas democrático.
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