Economía en sentido contrario: Banamex
Como no recordar aquellos memorables y entrañables tiempos del Automovilismo Deportivo en México; visitar esos autódromos llenos de dinamismo en sus pistas de rectas y curvas, ataviadas también por las curvas de mujeres aficionadas, y quienes portaban las marcas de las empresas patrocinadoras que gracias a sus inversiones podíamos disfrutar uno de los espectáculos masivos más importantes en el mundo: Las carreras de autos. Grandes pilotos que a la fecha siguen en las pistas en categorías ya un poco menos promocionadas, otros grandes pilotos ya retirados, y otros que ya no están con nosotros. Como cualquier actividad de un alto contenido técnico, el automovilismo deportivo debe ser tratado y examinado respecto a la evolución y el progreso, tanto del automóvil en general como del coche de carreras en sí. La evolución y el progreso nunca acaban sus sorpresas. Cuando todo parece alcanzar el límite de las posibilidades humanas y técnicas, surge una renovación imprevista, un motivo para un nuevo empuje. La frase mexicana lo dice: los fierros no tienen palabra. Cuántas veces, se ha llegado precipitadamente a la conclusión, en especial en el momento de cristalizar una solución o un esquema, que la tecnología estaba cerca de la «cúspide». Por el contrario, la técnica de la competición ha dado nuevas respuestas: hoy los neumáticos, mañana las suspensiones, los frenos, el motor, el chasis, sin perjuicio de que después deba reexaminarse todo, sobre la base de los nuevos conocimientos. Así es la transformación del Automovilismo Deportivo, más que un espectáculo, las carreras son un laboratorio mecánico, además, han desempeñado un papel importante en toda su evolución, ya que dan una orientación y dirección precisa a la investigación. Las carreras habían ya dado sus enseñanzas: en la París-Burdeos de 1895, los hermanos Michelin experimentaron en su Peugeot lo que se considera como la primera aplicación práctica en un vehículo a motor, de un neumático, cuya invención se debía desde 1888 al inglés Dunlop. Y aún, en 1896, gracias al genial marqués De Dion, el primer motor de explosión, con encendido eléctrico; y la primera aparición del volante, en el coche de Vacheron, con la supresión de aquel mando por barra, que se tiene como elemento causante del accidente en el cual perdió la vida el audaz Levas-sor. Con todo esto, el progreso del motor a explosión se estaba produciendo rápidamente, en comparación con la tracción eléctrica y de vapor. El primer intento internacional de clasificación de vehículos estaba en el reglamento de la famosa Copa Gordon Bennet (1900-1905). En las carreras, la conducción por parte de los mismos constructores, como De Dion, Renault, Panhard, Levassor, etc., se fue perdiendo rápidamente y aparecían en la escena internacional los primeros pilotos, tales como Szisz, Clément, Baras, Héméry, Duray, Salzer, etc. Pero ¿qué clase de hombres eran estos primeros campeones del volante? Ante todo, grandes conocedores del vehículo, con un increíble sentido de la mecánica; la mayoría mecánicos de profesión. Y luego, hombres de temperamento excepcional, resistentes a todo tipo de fatiga. Pero, sobre todo, hombres maduros; no se aceptaban las improvisaciones de los jóvenes; se quería que el piloto viniese del taller; se concebía la conducción únicamente como la última etapa de una larga experiencia y como una labor de gran responsabilidad. En México en 1902 los señores Pablo Escandón, Julio M. Limantur, Manuel Buch y Ramón Corona convocaron a los propietarios de automóviles de la ciudad de México, y a otras personas interesadas en ese medio de transporte, a una reunión o meeting. El objetivo de los convocantes era discutir y acordar la formación de un club automovilista en la ciudad de México, similar al “Automobile Club de París, al Automobile Club of America de Nueva York y a otras asociaciones similares europeas y norteamericanas”. La formación de ese club mexicano tendría por objeto promover el “sport del automovilismo” en el país y desarrollar el interés de las autoridades y particulares para mejorar los caminos de la ciudad y sus alrededores. En San Luis tenemos una gran familia de pilotos, mecánicos e ingenieros, dignos de externarles mi gran admiración y amistad, ya que son ovacionados no sólo por el público aficionado, sino por varias generaciones de pilotos y preparadores que llevan parte de sus enseñanzas, su vasta experiencia y conocimientos al volante, han forjados grandes pilotos mexicanos internacionales. Con orgullo potosino: ‘Gracias’ a los hermanos Morales: Pepe, Antonio, Crescencio, Guillermo y la gran memoria de mi amigo Marcos Morales.