
Trump, ¡uy que miedo!
La semana mayor, la inmediata pasada, ha sido abundante fuente noticiosa; para cerrar con la primera ocasión en la historia moderna de México que una iniciativa de reforma constitucional, propuesta por el titular del ejecutivo federal, haya sido rechazada por la cámara del legislativo donde se presenta.
El evento y resultado fue calificado en Palacio Nacional como “triunfo para la democracia, para demostrar que vivimos en un auténtico estado de derecho, que no hay un presidente autoritario”, declaró Huey Tlatoani, “es un momento estelar”, dijo para en seguida calificar, de “traición de la llamada clase política”, mientras con el puño golpeaba el atril donde dicta su homilía diaria.
¿En qué queda, pues, o es un momento estelar o uno de traición?
Como sea se han desatado preocupaciones y denuncias sobre la integralidad física de quienes votaron en contra del proyecto de decreto, ese rechazado el domingo 17 de abril; es mala señal.
El mismo domingo, mientras se resolvía el proyecto de decreto, la cámara de diputados recibe una iniciativa de reforma a la Ley de Minería; cuya aprobación sólo requiere mayoría simple, la cual tiene en la bolsa Huey Tlatoani.
Aprobada por vía rápida, en abstención de la oposición en San Lázaro, al cierre de este espacio se analiza en la cámara de Senadores.
Sin afán optimista esta columna desea atraer la atención a una oportunidad desapercibida, la cual se refuerza cuando desde Palacio Nacional se admite que no contamos con la tecnología para el beneficio de Litio, Li, hecho que, ante la experiencia, proyecta vaticinio de fin similar a la empresa pública que beneficiaria Uranio, U, en tiempos Lopezportillistas, URAMEX; una empresa pública extinta, será igual para el caso de Li.
Entonces tampoco no teníamos, ni tenemos, la tecnología para purificar y producir de manera controlada al U, como ahora Li; los paralelismos con la iniciativa dirigida a Li con aquella de U son enormes.
Ahora, como entonces, tampoco se voltea hacia la Ciencia, Tecnología e Innovación, CTI, nacional, a estructurar y fortalecer esta actividad transversal de la vida pública y la privada.
Ahí está la oportunidad.
Mejorar la normatividad relativa a CTI abre oportunidad de progreso, ya sea que la iniciativa privada beneficie Li, que sea una empresa pública que lo haga o incluso en modelo híbrido.
Meter freno a los actuales disparates de CONACYT para impulsar una legislación progresista en materia de CTI es muy importante para México.
CONACYT ha dicho hasta el fastidio que la ciencia occidental esto o que lo otro, que ahora se impulsara la ciencia de frontera con base en el conocimiento de los pueblos originarios y de carácter epistemológico, bla, bla, bla.
Pues es con esa CTI, la occidental denostada por CONACYT, que se abre la oportunidad de desarrollar, mejorar o articular al ecosistema mexicano en CTI.
Dejemos detrás a los modelos obsoletos como la triple hélice o la pentahélice; tenemos enfrente la oportunidad de legislar hacia un modelo que reconozca y fomente un ecosistema en CTI.
Es decir, crear un nuevo centro público de investigación, CPI, dedicado a Li que incluya en su objeto la interacción con sectores y demás verborrea no es suficiente si no se aprovechan las capacidades instaladas, ya lo hicimos para energía nuclear, el CPI creado entonces se ha quedado en contribuciones marginales.
Lo anterior no significa que no deben crearse más CPIs, tampoco que se desproteja a las universidades; significa que de poco sirven las instituciones de vocación a la generación y aplicación de conocimiento sin articulación como ecosistema científico-tecnológico que incluya orientación a la innovación.
Quizá en breve se de la reforma electoral, la de la guardia nacional y otras que atraigan de nueva cuenta la atención de la ciudadanía; pero la reforma a la CTI pasa desapercibida, fantasma que invita a noctámbulos desvelos de creatividad a pesar que le ignoramos reiteradamente.
Volteemos también a ver la CTI, ahí hay oportunidad y progreso.