
Los niños que fuimos
La clase política y el círculo rojo entienden perfectamente la diferencia entre los sobornos millonarios de Odebrecht y las dos bolsas de papel, donde no se ve dinero, pero se dice que lo contiene, recibidas por Pío López Obrador.
El alcance del video, sin embargo, no estriba en eso, sino en la percepción que tiene la población sobre los actos de corrupción, en los círculos del poder en México. Y en este caso no interesa, a ese nivel del votante, si el dinero de Odebrecht o los donativos, son o no actos ilegales por comprobarse judicialmente, sino que ve correr frente a sus ojos cantidades que difícilmente puede ver juntas en su vida.
Sí, la mitad del país vive en la miseria o casi en ella; un alto porcentaje al día, con deudas; otro, todavía más reducido es el que genera empleos y una cifra que no rebasa los tres o cuatro ceros, son realmente los súper millonarios.
Por eso es que los videos son un escándalo, un videoescándalo, que no pasa de ahí. Salvo René Bejarano Martínez, el profesor normalista y catedrático universitario que escaló en la política por su habilidad para operar y estuvo preso luego de ese capítulo, los demás se ríen de la justicia.
La impunidad es tal, que apenas el 1% de los delitos termina en sentencia condenatoria y no son siquiera ejemplares en el caso de aquellos de cuello blanco. Político que termina en la cárcel en cierto sexenio, al otro ya está libre y con las cuentas bancarias liberadas.
En medio de un frontal combate a la corrupción, por parte del presidente Andrés Manuel López Obrador, el video de su hermano golpeó su línea de flotación. Difícilmente se hundirá su barco, pero agua ya le entró.
El propio mandatario se ha dado a la tarea de justificar los donativos, como parte de la lucha pacífica que lo llevó a Palacio Nacional. Si somos serios, está claro que el video de Carlos Loret de Mola, la cara visible de Latinus, no es igual al de las maletas de dinero que grabó Lozoya o mejor dicho, grabado por órdenes de este testigo colaborador de la Fiscalía General de la República (FGR), ya que él no fue el que entrega de manera directa los fajos, sino a través de su subalternos.
El caso Odebrecht es uno de los más grandes en la historia de la corrupción en América Latina, debido a que los sobornos de esta empresa alcanzaron cifras multimillonarias a cambio de obtener contratos ventajosos en diversos países, entre ellos México, para la construcción en la industria energética, principalmente las refinerías.
Las dos bolsas de papel hasta el momento vistas que fueron recibidas por Pío López Obrador, con cantidades no del todo aclaradas, distan de los sobornos de la firma brasileña. Sobre todo si, como dice el Presidente, tal dinero se utilizaba para los eventos de Morena en todo el país. Lo que no termina de quedar claro es por qué esos recursos económicos se manejaban de tal forma entre Pío y David León -quien los proporcionaba- y si INE tenía conocimiento y los registró.
De ahí que la percepción ciudadana sea la que con mayor impacto percibe ambas situaciones, como actos de corrupción. Y es que como se sabe, esta conducta tiene por objetivo lograr alguna ventaja presente o futura. Es el caso de León, quien llegó a ser director nacional de Protección Civil y estuvo a punto de hacerse cargo de la compra de medicinas para la 4T. De modo que sí surtió efecto que “el licenciado” supiera de su existencia y que ayudaba “al movimiento”. Al menos, se insiste, en la percepción ciudadana.
Odebrecht logró sus propósitos y también David León. Aunque no sea lo mismo, ambos llegaron a la meta con dinero de por medio.