¿Qué pasó con las encuestas?
Felipe de J. Monroy
Buena parte de la privilegiada comentocracia afirma que el principal factor de incertidumbre del gobierno de Andrés Manuel López Obrador será la poca disciplina de los miembros de su equipo al opinar, sugerir y promover temas, agendas o proyectos que entran en discordancia con las del próximo presidente. Aún peor, no pueden creer que el mandatario dé más confianza a la opinión popular que a la opinión publicada o erudita.
Inquieta no ver la estricta verticalidad ni la alineación oprobiosa de los pensamientos de los operadores políticos a aquellos definidos, no digamos por el presidente sino por los expertos gurúes de la comunicación y estrategias del poder.
Es claro que la cadena de mando es imprescindible en el ejercicio de la administración nacional; sin embargo, resulta evidente que López Obrador –hasta el momento- parece dejar “muy suelto” a su equipo de trabajo. En ocasiones, sus secretarios y miembros de la transición opinan, reaccionan y dialogan con amplia libertad, incluso anteponiendo opiniones personales a los márgenes del proyecto nacional del presidente. Por eso es inevitable que esto provoque dudas sobre la unidad en el estilo, lenguaje, conceptos, búsquedas y oportunidades de los miembros del equipo presidencial.
Es por ello que algunos sectores (como el empresariado mexicano, las asociaciones religiosas y diversos sectores educativos) han sido muy claros con el presidente electo: ¿Cuál es la verdadera agenda que esperamos? ¿Es la planteada por sus secretarios, la que impulsan los grupos mayoritarios de la sociedad civil o la que usted ha prometido en campaña? Así, los empresarios y megaconcesionarios de proyectos de infraestructura han sido tajantes en su cuestionamiento: ¿En verdad vamos a esperar a que una consulta popular defina las inversiones más importantes del país? Los obispos y líderes religiosos han hecho lo propio: ¿En verdad estos temas antropológicos serán consultados libremente o ya hay compromisos para adoptar agendas polarizantes? Y, finalmente, el sector educativo: ¿Qué podemos esperar: adecuación, derogación o cancelación a la reforma laboral-educativa?
Se sabe que, por lo menos a los obispos católicos de México –durante su visita a Monterrey-, el presidente electo les ha manifestado una certeza: la agenda es una, no importa lo que en lo personal opine ni la próxima secretaria de gobernación, ni los intereses que existan entorno a temas de las fronteras de la bioética social. Además, les adelantó que para la designación del próximo titular de la Dirección de Asociaciones Religiosas (ahora bajo la subsecretaría de Participación Ciudadana de Diana Álvarez Maury) no hay compromiso político con el Partido Encuentro Social para que un evangélico presida la oficina. Los obispos aseguran no buscar favoritismo sino neutralidad en esa oficina que es el puente natural entre las diversas asociaciones religiosas y el gobierno federal.
No obstante, con el resto de los sectores, Andrés Manuel ha sido más ambiguo. Quizá porque aquellos temas son más delicados y le interesa ver quienes al final muestran los dientes en el engranaje de lo que llamó ‘la mafia del poder’. Por ello, el presidente electo insiste: hay sólo una agenda, la suya; y un estilo: perdón pero no olvido. Y en esa agenda –a veces demasiado abierta a la opinión popular-, Andrés Manuel no olvidará a quienes operaron en contra suya; los perdonará, sí, pero no van a dejar de estar en el rabillo de su mirada.
@monroyfelipe