
Entre Hipona y los Andes
La iniciativa enviada por el ejecutivo federal a la Cámara de Diputados para reformar la Ley de Ciencia Tecnología e Innovación, CTI, sigue en discusión mediante Parlamento Abierto.
Palacio Nacional hizo un encargo alineado a la ideología cuatroteísta, previo a los inicios de sexenio se pidió cambiar la política pública en CTI y reformar la ley como fundamento; CONACYT, la oficina con la encomienda, no ha cumplido.
La fracción guinda de la Cámara de Diputados puso fecha en su agenda política para votar y aprobar la iniciativa palaciega en CTI, no se ve claro que la cumplan, deseaban votar el 12 de abril la reforma en esa materia.
Una seguidilla de eventos enmarca la dilación, entre los que destacan: un Parlamento Abierto que ha atraído el interés de la comunidad en CTI debido al retroceso que provocaría el aprobar la iniciativa; el enrarecido entorno partidario al seno oficialista, primeros indicios del cierre sexenal acompañado de vorágine en la búsqueda de posiciones –detonada por las reformas internas que pretende se alargue el periodo de funcionarios morenistas-; la atención de Huey Tlatoani hacia el proceso electoral por la realidad en la joya de la corona, donde la creencia de ir en caballo de hacienda ha resultado en que la mejor ejemplar va en caída libre mientras que caballo que alcanza gana –ya veremos si juegan limpio-; la iniciativa de reforma a los quehaceres del Tribunal Electoral, donde la diferencia no es entre partidos sino entre sexos por la discusión de paridad de género y, sin ser una lista limitativa, la prematura carrera a la gran candidatura con indicios de patadas bajo la mesa entre las corcholatas, situación acompañada por la desobediencia del senador rapero y la creciente disidencia guinda, entre otros asuntos.
En ese enrarecido contexto, si uno se pone en los zapatos palaciegos, la reforma en materia de CTI es la menor de las preocupaciones en Palacio Nacional; no obstante, ha quedado claro que, en todo el sexenio, CONACYT no ha podido con la encomienda, eso sin contar que, contrario al deseo de palacio, ha generado mayor distancia entre el gobierno federal y la comunidad científica -quienes también votamos y podemos sumar varios cientos de miles, cifra que en una contienda cerrada podrían inclinar la balanza-.
En fin que CONACYT no ha generado políticas públicas sostenibles ni transversales a los actos de gobierno, no tiene depurada la administración pública federal en la materia pues los programas que operaban son ahora disfuncionales, tampoco es soporte científico-técnico en las diferencias de comercio internacional (ejemplos abundan, como en los casos de maíz transgénico, beneficio de Li, biomedicina y vacunas como otros mas), mucho menos ha sido actor político de conciliación de voluntades –de facto ha aumentado la distancia entre universidades y oficialismo-, no ha logrado una reforma de ley dentro de los intereses oficiales ni ha jugado papel relevante en la gorjeada transformación.
No olvidemos que la iniciativa de Palacio Nacional para reformar la ley en CTI tiene como cámara de origen a la de diputados, es decir, luego, si llega a ser aprobada, debe pasar a la Cámara de Senadores como revisora, donde podría dilatarse la aprobación o bien reservar correcciones que serían enviadas a la cámara de origen en un peloteo que podría durar hasta la espera de nuevos sucesos políticos; como, por ejemplo, el Senado de la República podría también llamar a parlamento abierto entre otros actos independientemente de lo acontecido en los curules de diputados.
Así que la labor oficialista de CONACYT dista de ser conclusa, de hecho, su panorama y proyección luce desolador para sí; a pesar de lo cual la comunidad CTI debe mantenerse en guardia y activa, toda vez que la composición legislativa es una vía que puede acelerar aprobaciones a los intereses desde el zócalo de la CDMX.
Vendrán tiempos de retorno para rendir cuentas en aquellos pasillos universitarios, a menos que la huida sea a distintas latitudes.