Reforma en el bachillerato, un paso hacia la modernización educativa
Sería un milagro -o decisión política en perjuicio de los habitantes- que San Luis Potosí inicie la próxima semana en Semáforo Naranja, ya que a juzgar por las cifras diarias de muertes y contagios, la tendencia va a la alza y no hay manera de frenarla. Desde que se decretó ese color para el estado, todos los días han sido los peores. De hecho, cada día es terrible desde hace semanas.
Los llamados desesperados de la secretaria estatal de Salud, Mónica Rangel Martínez, a mantenerse en casa, no logran surtir su efecto. Hace el esfuerzo, pero no hay repercusiones a la desobediencia ciudadana. Todos saben que deben utilizar un cubrebocas al salir a la calle, abordar un transporte o ir de compras; asimismo, que deben guardar la sana distancia y lavarse constantemente las manos. El problema es que el porcentaje de quienes cumplen estas reglas básicas a pie juntillas, es bajo.
Se supone que esta misma semana, un grupo de abogados preocupados por la situación, promoverán ante el gobernador Juan Manuel Carreras López una iniciativa legal para que el uso de cubrebocas sea obligatorio. Tal idea surge de la sociedad civil, no del ámbito del Ejecutivo ni del Legislativo, que no están dispuestos a cargar costos políticos por el malestar social.
El problema de esta miopía política es que el enojo ciudadano ya está presente. Es menester hacer el recuento de marchas y manifestaciones en las calles, para concluir que el uso de cubrebocas forzoso es la menor de las decisiones que se podrían tomar en San Luis.
El cubrebocas es tan vital para disminuir el riesgo de contraer el síndrome SARS-CoV-2, que se ha hecho viral una campaña de la Unicef para proteger a los niños, o tomándolos como ejemplo de lo que debe hacerse en otros grupos poblacionales.
En tal producción, se aprecia a un hombre sin cubrebocas y a otro con el implemento mal colocado. Ambos contraen el coronavirus y, cuando el virus intenta trasladarse hacia una mujer que carga a su hijo, no puede con ellos, toda vez que ambos van bien protegidos. Al llegar a su casa lavan los cubrebocas y sus manos y eliminan el peligro. Un mensaje muy poderoso.
Sin embargo, en México, el presidente Andrés Manuel López Obrador minimiza su fuerza y en San Luis, a la secretaria Mónica Rangel nunca se le ha visto con uno puesto. ¿De qué sirve desgañitarse en las conferencias de prensa, si no manda un mensaje visual fuerte?
De ahí que la decisión que tomen las autoridades federales y estatales respecto al semáforo epidemiológico para San Luis Potosí, será vital para salvar vidas o condenar a la muerte a muchas otras. Está claro que no hay un solo avance en el combate a la pandemia en la entidad; antes al contrario, el panorama luce negro. De ahí que se ve difícil volver al color naranja. Sería un suicidio, una irresponsabilidad.
De nada sirve escalar la disponibilidad camas y ventiladores, todo mundo fue advertido desde el principio: es necesario no colapsar el sistema de salud. Y hoy ese es el principal riesgo para los potosinos, dado el crecimiento imparable de ocupación de camas hospitalarias, tanto en personas estables, graves y críticas, a causa del virus.
De seguir así, es previsible que en algún momento de agosto deban empezar a ocuparse las Unidades Centinela, ver a grupos de personas enfermas que no requieran un ventilador, en medio de grandes espacios -casi- al aire libre. Sería triste.