Diferencias entre un estúpido y un idiota
¿Quién está interesado en colocar, como centro del debate en México, el supuesto vínculo del ex presidente Calderón con el crimen organizado?
¿A quién le importa hacer crecer, en tiempos de pandemia, la imagen corrupta de Manuel Bartlett, al que sin duda solapa en sus corruptelas el propio gobierno de López Obrador?
¿Por qué la Suprema Corte, por ejemplo, decidió dar trámite a la controversia del tramposo gobierno de Jaime Bonilla, en Baja California –votado por 2 años y quien pretende quedarse cinco años–, justo cuando la pandemia arroja el mayor número de muertos?
La respuesta a las tres interrogantes, planteadas arriba, es una sola; se trata de urgentes “cortinas de humo” que buscan desviar la atención para que los ciudadanos olviden lo verdaderamente importante, lo realmente grave, que es la pérdida de vidas humanas a causa del manejo deficiente, mentiroso y tramposo del contagio por Covid-19.
Es decir el gobierno de Obrador busca modificar la percepción social –desviar la atención–, como un distractor de la realidad.
¿Por qué?
Porque el Covid-19 y sus secuelas; el recuento de daños, serrá mortal para el gobierno de López y para su futuro inmediato; los procesos electorales.
Dicho de otro modo, resulta que los estrategas de la propaganda oficial de López –los mismos que curiosamente siembran una encuesta que dice que subió la aceptación de AMLO por el manejo de la pandemia–, pretenden desviar los ojos, los oídos y la atención social a todas partes, lejos de lo realmente grave; la perdida de vidas humanas a causa de la pandemia.
Y, sin duda que los propagandistas del gobierno federal y de la imagen presidencial están frente al mayor reto imaginable; engañar a los mexicanos con el cuento de que la pandemia es atendida de manera correcta y que casi es una bendición.
Sin embargo, en los hechos, la percepción de buena parte de la sociedad mexicana es no sólo de un escandaloso fracasó del gobierno de AMLO, en el manejo de la pandemia de Covid-19, sino que crecen los convencidos de la notable incapacidad oficial para hablar con la verdad sobre la pandemia.
Esas dos variables –la mentira oficial y el equivocado manejo de la percepción mayoritaria–, han obligado a los propagandistas oficiales a echar mano de las típicas argucias “engañabobos”.
Así, por ejemplo, en plena cresta de la mortal pandemia y cuando han perdido la vida más que 2 mil personas –según reportes oficial–, los ciudadanos son bombardeados por temas como las raterías de la familia Bartlett –solapadas por AMLO–, la difamación calumniosa contra el ex presidente Calderón, por presuntos vínculos con el crimen organizado y –a partir de hoy–, la posibilidad de que la Suprema Corte inicie a tambor batiente la discusión par avalar y/o rechazar las trampas de Bonilla.
Todo ello en medio del creciente enojo social por lo burdo y maniqueo de las amañadas cifras oficiales sobre el número de contagiados y/o muertos a causa del Cobid-19; engaño deliberado que busca maquillar el impacto de la pandemia en miles de familias.
Por eso, ante el maquillaje grosero y burdo de la realidad por parte de las manos interesadas de la casa presidencial –de los estrategas mafiosos–, se han producido reacciones desesperadas como la que vimos en el Hospital de Las Américas, de Ecatepec, en donde una turba de familiares de enfermos rompió todos los cordones de seguridad y descubrió decenas de cadáveres apilados, sin que hasta hoy se sepa si están contabilizados.
Y, también por eso, debemos recurrir a un clásico de la percepción; al famoso “¡Es la economía, estúpidos!”.
Como muchos saben la frase se le acredita a Bill Clinton, candidato presidencial en la contienda de 1992 frente a Bush.
La realidad, sin embargo, es que la frase pertenece al estratega del ex presidente Clinton, el reputado James Carville, quien intentaba sembrar entre los colaboradores de Clinton la percepción de que la principal arma contra su adversario era su ignorancia sobre la economía.
Pero Carville debía llevar esa percepción más allá de los colaboradores de Clinton; debía sembrarla en la mente del ciudadano de la calle. Es decir, que el elector promedio comprara “la percepción” de que Bush era ignorante en materia económica y que el principal problema del país, era la economía.
En otras palabras, la percepción como distractor de la realidad.
La pregunta, sin embargo, es si una sociedad cansada del encierro, enojada por los engaños oficiales y agraviada por el peor gobierno de la historia, se tragará el ciento de que lo importante no está en los horrores del gobierno de López Obrador.
Por eso, vale repetirlo. ¡No, estúpidos, lo importante no es Calderón, Bartlett o Bonilla; lo importante es que miles de mexicanos mueren por las torpezas de un gobierno criminal!
Al tiempo.