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Ahora que la presidente Sheinbaum se va e a encontrar personalmente con el presidente Trump, sin haber tenido antes una reunión de Estado, las percepciones de la canciller alemana Angela Merkel dibujan el estilo personal de negociar de un Príncipe Rey. Son fragmentos de sus Memorias.
Trump no solo había sentado una pauta nacionalista, sino que había criticado repetidas veces a Alemania, y a mí personalmente. Afirmaba que en 2015 y 2016 había arruinado Alemania con la acogida de los muchos refugiados. También nos recriminaba que dedicáramos poco dinero a defensa, y nos acusaba de prácticas comerciales desleales debido a nuestro superávit comercial. Hacía años que sentía como una ofensa la presencia de los coches alemanes que circulaban por las calles de Nueva York.
(…) A mí me parecía asombroso que una canciller alemana tuviera ocupado a un candidato a la presidencia de Estados Unidos. Según el lema «muchos enemigos, mucha honra», debiera haberme sentido satisfecha con mi papel. Pero en este caso el humor negro no ayudó, y mi obligación era hacer todo lo posible por mantener una relación satisfactoria entre los dos países sin reaccionar a las provocaciones. En una declaración en la Cancillería, no solo felicité a Donald Trump por su victoria el 9 de noviembre de 2016, sino que además hice hincapié en que ambos países estaban unidos por valores comunes como la democracia, la libertad, el respeto a la ley y la dignidad humana, independientemente de la procedencia, color de piel, religión, sexo, orientación sexual u opinión política.
Me ofrecí a colaborar estrechamente con él «sobre la base de estos valores». Cuatro meses después, el 17 de marzo de 2017, me reuní con él en Washington. Por el gran interés que despertaba en Alemania y, en parte, también en Estados Unidos, preparé la visita meticulosamente. Cuando llegué a la Casa Blanca, Donald Trump me saludó en la puerta dándome un apretón de manos en presencia de la prensa. Antes de la reunión a puerta cerrada en el Despacho Oval, volvimos a presentarnos ante los medios. Cuando los periodistas y fotógrafos pidieron otro apretón de manos, él los ignoró. Le susurré que en lugar de soportar la escena estoicamente, deberíamos darnos la mano otra vez, ya que durante la visita del primer ministro japonés Shinzō Abe le había sostenido la mano durante diecinueve segundos sin que Abe pudiera resistirse. Apenas había pronunciado estas palabras, quise morderme la lengua. Cómo olvidar que Trump sabía perfectamente el efecto que quería lograr. En consecuencia, no aceptó mi discreta alusión. Mediante su conducta quería dar que hablar, mientras que yo había actuado como si me encontrara en presencia de un interlocutor que se condujera con normalidad. Durante la conversación en privado nos tanteamos lentamente. Le hablé principalmente en inglés. La intérprete Dorothee Katzenbach estaba presente y tradujo algunos pasajes complicados. Donald Trump me hizo una serie de preguntas (…) y mi relación con Putin. Aparentemente, el presidente ruso le fascinaba.
En cuanto acabó la reunión y los miembros de ambas delegaciones entraron en el Despacho Oval, Trump empezó con las conocidas recriminaciones a Alemania. Refuté sus reproches con números y hechos. Nuestra conversación fluía por dos planos distintos: Trump por el emocional, yo por el fáctico. Cuando prestaba atención a mis argumentos, la mayoría de las veces lo hacía para construir a partir de ellos nuevas recriminaciones. Parecía que su objetivo no era solucionar los problemas que se plantearan, en ese caso tendría que haber pensado con rapidez nuevas razones para quejarse. Creo que se esforzaba por hacerme sentir culpable, y cuando vio que le replicaba con energía, finalizó su diatriba y cambió de tema. Pero al mismo tiempo, mi impresión fue que quería gustar a su homóloga. Recalcó una y otra vez que Alemania le debía algo tanto a él como a América.
Esta retórica funcionaba con sus votantes, pues muchos de ellos se sentían desfavorecidos y mal servidos por los políticos anteriores. Admiraban a Trump porque no dejaba pasar nada, hablaba de forma descarada y, desde su punto de vista, luchaba por los intereses de sus partidarios. Habían viajado conmigo a Washington los directivos de BMW Siemens. Lars Hendrik Röller y su colega estadounidense habían acordado que después de las conversaciones en el Despacho Oval, Trump y yo entablaríamos una discusión con los representantes empresariales y los aprendices de sus plantas estadounidenses sobre la formación del personal cualificado en Estados Unidos. De este modo quise dirigir la atención a la contribución de las empresas alemanas al empleo en Estados Unidos. Cuajó en parte. Si bien Trump celebró las inversiones de las empresas alemanas en el país, criticó al mismo tiempo sus producciones en el vecino México. Parecía quererlo todo. (…) De mis conversaciones saqué la siguiente conclusión: con Trump no habría cooperación para un mundo interconectado. Él consideraba todo desde la perspectiva de un inversor inmobiliario, lo que había sido antes de meterse en política. Cada propiedad solo podía adjudicársela una vez, y si no la conseguía él, la conseguía otro (…). Así es como Trump veía el mundo: todos los países participaban en una carrera en la que el logro de uno significaba el fracaso de otro, no creía que la cooperación pudiera incrementar el bienestar común (…)
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Política para dummies: La política es la interacción entre dos galaxias.