
Mesa de Poder, espacio de análisis sobre la agenda política de Guanajuato
Cada grito desgarrador de «¡Era mi hijo!, ¡era mi hija!» frente a una prenda ensangrentada junto a una fosa clandestina; el «¡Ni una más, ni una más!» o el ya emblemático «El violador eres tú». La frase “Si tocan a una, respondemos todas” demostró, como nunca antes, este 8 de marzo, la valiente decisión de las mujeres de México y del mundo de consolidar la batalla de siglos por el respeto, la justicia, la igualdad y el derecho a la seguridad y a la vida que les corresponde.
Surgió la mujer rebelde, con causa brutal. La mujer de la subversión positiva que derriba lo que no funciona, lo que le daña; la guerrera no como título coloquial ni membrete en discursos vanos o reconocimientos de papel, sino en las calles, en los caminos, en las comunidades indígenas, en las escuelas, las empresas, las plazas públicas, frente a las puertas cerradas del desdén oficial, de los palacios convertidos en refugio de gobiernos de conciencia torcida que se burlan de la desesperación de las madres, de las mujeres, familiares y amigas de las desaparecidas. Desaparecidas no solo físicamente, sino también de las agendas de investigación oficial… pero jamás de la memoria colectiva.
No fueron protestas aisladas, ni causas inventadas, como asegura el gobierno. Tampoco encajan en la perversa versión del poder legislativo, aliado de un proyecto político que no es el del pueblo, que pretende distorsionar el reclamo legítimo acusándolo de tener origen partidista, de ser trama de la oposición o plan del exterior para desestabilizar a México. Por favor, ni ellos mismos se lo creen.
¿Cómo no sentir que hierve la sangre cuando escuchamos las grotescas y vomitivas expresiones del presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, al señalar que las madres buscadoras y feministas son grupos manipulados por medios carroñeros y oposición política, para perjudicar al gobierno de su «compañera presidenta» (Claudia)? Mientras tanto, allá, en el México del frío o del calor, siguen desapareciendo personas y matando mujeres.
Las madres buscadoras y las feministas son legiones de mujeres de carne y hueso, de tenis o zapatilla, de huarache, de pantalón de mezclilla y rostro sudoroso, sacudidas por la rabia surgida de la impotencia y del miedo por la incertidumbre del «¿quién sigue?». Siguen removiendo la tierra.
El atroz hallazgo de hornos crematorios, ropa, zapatos, fragmentos de hueso y pertenencias que reflejan el horror que vivieron cientos de jóvenes que buscaban, con ilusión, un empleo y terminaron masacrados en el rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco, no es un mito ni leyenda negra, sino una llaga purulenta que estigmatiza al gobierno de la 4T.
Que no todo sea culpa del sexenio de López Obrador ni de los cinco meses de Claudia Sheinbaum es cierto. Tanto lo ocurrido en el rancho Izaguirre como las más de cinco mil fosas en distintos estados, vienen de décadas. Pero no puede ocultarse que los más de 52 mil desaparecidos en el mandato de AMLO superan los 81 de Carlos Salinas, los 17 mil de Felipe Calderón y los 34 mil 500 de Enrique Peña Nieto.
Tampoco los feminicidios ni los homicidios pueden relativizarse. Los colectivos de madres buscadoras —así, con mayúsculas— y los movimientos feministas van a transformar las estructuras del país, no solo en materia de justicia, sino también en lo político, en la protección legal de sus garantías y derechos, para que exista una vida con dignidad, paz, prestaciones sociales efectivas, donde, en complementariedad con el hombre, se proteja y forme una familia sana en todos los órdenes.
Hasta ahora, la única reacción visible de la presidenta ha sido presentar a toda prisa iniciativas para fortalecer a las buscadoras y ampliar la protección a las mujeres. Pero ni ella puede garantizar sus resultados.
Lo que sí es claro es que, como se percibió en las manifestaciones del 8M y en cada acción de resistencia de las mujeres, no habrá marcha atrás en la búsqueda de seguridad y justicia, para que paren las desapariciones y asesinatos de mujeres; para que las niñas, adolescentes, jóvenes, trabajadoras, ejecutivas y profesionistas vivan sin el miedo de salir y no regresar.
El himno de batalla seguirá retumbando hasta romper los tímpanos del gobierno:
«Que retumbe fuerte, nos queremos vivas.
Que caiga con fuerza el feminicida.
A cada minuto de cada semana nos roban amigas, nos matan hermanas, destrozan sus cuerpos, las desaparecen…
No olvide sus nombres, señora presidenta».