Ironía
Como debe de ser, el ciudadano Juan Manuel Carreras debe entregar la Casa de los Gobernadores, esa residencia que se le da en resguardo durante su mandato a los que ocupan el máximo cargo estatal durante seis años. Este privilegio tiene como objetivo darle al mandatario un espacio de trabajo con la seguridad y comodidades que requiere durante este periodo. A alguien le pareció una buena idea hace unos cuantos sexenios y emulando a los famosos Pinos de la presidencia de la República así se hizo. En la presente administración, emulando al gran jefe chairo de la cuatrote, el actual gobernador desaira esta prestación de su nuevo puesto y promete convertirla en un albergue pensando en grupos minoritarios con necesidades primordiales, como lo son niños, mujeres y adultos mayores en situaciones que requieran del apoyo de las autoridades.
Viendo cómo empezó su mandato el Güero Carreras y como va saliendo seis años después, más cenizo, gris acaso, aburrido, desabrido y sin mucha energía, lejos de aquel vivaracho y sonriente candidato del 2015, probablemente lo convierta en un posible beneficiario de dicho albergue, no por el desgaste que debía presentarse después de seis años de duro trabajo, de esfuerzo continuo, de aplicación de su energía y fuerza como debía suceder, sino más bien como si fuera saliendo de un periodo sexenal de recuperación en un cómodo nosocomio-spa que le recetase su doctor (claro, el que le precedió, que a su vez tuvo su dosis de pintura gris para su propio sexenio), un doble sexenio de mediocridad que muy caro se ha pagado en las urnas, en opinión de este monero.
Pues a la luz de este penumbroso final en el que no vimos ni fu ni fa y se prolongó el aletargamiento de la gris y llana planicie de quien se doblegó antes de negociar, que chambeó en vez de administrar un estado, que a duras penas cumplió requisitos sin aportar un mendrugo a la historia del estado, los potosinos pueden esperar algo mejor incluso si es peor. Paradójicamente. Aún falta ver las réplicas y consecuencias, pero ya comienza el juicio de la historia, mínimo en la displicente memoria pública.