
Los niños que fuimos
Alejandro Moreno y Rubén Moreira con el mando en San Lázaro perfilan arreglos con la Cuarta Transformación.
Las señales del PRI aliancista son las del crupier tramposo que reparte buenas cartas, para terminar como el único ganador. El nombramiento de Rubén Moreira Valdez en la coordinación de la bancada parlamentaria, presagia un nuevo engaño y el rédito para los de siempre.
No hay forma de separar el pacto de impunidad de Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador, de los puentes tendidos con los Moreira y Carolina Viggiano Asturia, Secretaria General del tricolor y esposa del nuevo pastor de la bancada en San Lázaro.
No hay caras nuevas y se ven las viejas mañas, bajo el control de mando de Alejandro Moreno, presto a encarecer sus servicios parlamentarios a la Cuarta Transformación para avalar las reformas constitucionales de la Industria Eléctrica, la Electoral y el pase de la Guardia Nacional al Ejército.
La simulado acuerdo será que no todo se avale tal como lo envíe el Ejecutivo al Legislativo, habrá un escenario acartonado de presunta rebeldía, pero al final todo pinta a la traición al voto opositor.
Rubén Moreira y los gobernadores Alfredo del Mazo Maza y Alejandro Murat Hinojosa fueron piezas clave en febrero del 2019 para encumbrar a ‘Alito’ Moreno, y hacer a un lado a Miguel Ángel Osorio Chong.
Por eso no es extraño que López Obrador nombrara a “Chong” como el presidenciable de la trinchera tricolor, el propósito es quemarlo, por eso no aludió, por ejemplo, a Murat o Del Mazo, dos colaboradores efectivos del líder de la 4T.
En el predestape burlón de Andrés Manuel aparecieron Margarita Zavala, Gabriel Quadri, Diego Fernández de Cevallos y Osorio Chong. El cálculo es evidente, el Presidente sabe hacer favores a sus aliados camuflados al chamuscar al ex Secretario de Gobernación y ex gobernador hidalguense.
En ese cálculo no está hablar de Ricardo Anaya Cortés, un presidenciable del PAN que le puede crecer. El Presidente sabe que cualquier mención mañanera lo remonta, como la ocurrencia de “las caguamas”.
El día después de la elección del 6 de junio, la principal preocupación de López Obrador es encontrar al menos un sucesor confiable y competente, después de la tragedia de la Línea 12 del Metro y la derrota electoral en la CDMX, que dejó en la lona a Marcelo Ebrard Casaubón y a Claudia Sheinbaum Pardo.
Sería de una ruindad brutal dinamitar la confianza de los electores que pusieron freno a López Obrador y el proyecto del poder de los poderes. Nada de qué extrañarse, pero obligaría a nuevas formas de manifestación social, más asertiva y efectiva contra la simulación.
No se puede perder la poca confianza queda en los políticos, bajo el riesgo de perderla en la democracia liberal. El populismo de López Obrador no surgió por generación espontánea, es una respuesta a la corrupción, saqueo e hipocresía que hemos vivido.
No escucho las voces de Marko Cortés Mendoza ni la del menguado Jesús Zambrano Grijalva, los aliancistas que hicieron la tercia con Alejandro Moreno.
El problema que enfrenta la sociedad civil para organizarse en una red de estructuras parece irresoluble y termina siempre en minorías o en grupos pequeños, a pesar de que se perciban como multitudes.
Sin embargo, el 6 de junio fue una reedición menor de julio del 2018, el impulso es el hartazgo a las mentiras, la manipulación y el falaz combate a la corrupción que se quedó en mera simulación y promesas discursivas.
El caudillo ahora está sonriente, los ‘socios’ que le ayudaron a tomar el poder hace tres años están en su misma mesa de poker.